Bieito Rubido-El Debate
  • Tal vez la solución sea no volver a ceder en nada y recuperar para el Estado, es decir, para el pueblo soberano español, muchas de las competencias y cesiones que a lo largo de los años se les han dado, justamente para nada

El problema mayor que tiene la democracia española es el independentismo vasco y catalán y sus versiones low cost. Desde el arranque de esta democracia, estrenada el 15 de junio de 1977, los nacionalistas han sido un obstáculo para el desarrollo normal de nuestra convivencia pacífica. Los etarras, ahora reconvertidos en Bildu, asesinaban prácticamente todas las semanas y distorsionaron por completo la vida de España. En aquel tiempo se confiaba todavía en la lealtad a la democracia de personas como Arzalluz y Pujol. El primero pronunció después una de las frases más negras de nuestra vida reciente: «Unos sacuden el árbol y otros recogen las nueces», bendiciendo así los atentados terroristas. Mientras, el segundo se dedicaba al latrocinio invocando una mística de pueblo escogido que, en realidad, entronizaba el sistema de la coima del tres por ciento e instalaba así a Cataluña en una anomia que ahora conoce su punto álgido.

A lo largo de los años los distintos gobiernos, ya fuesen de la UCD, PSOE o PP, no hicieron otra cosa que ceder y ceder ante unas minorías antidemocráticas con la esperanza de que sería la última exigencia y las aguas volverían al cauce de la normalidad. No solo no fue así, sino que las demandas crecieron y el imperfecto sistema electoral permitió el chantaje permanente de esos partidos vascos y catalanes que nos han traído hasta el borde del abismo en el que nos encontramos.

Ahora Puigdemont, después de la cacicada de la amnistía del bando izquierdoso del Constitucional comandado por un tal Conde-Pumpido, plantea que se le permita celebrar un referéndum sobre la independencia de Cataluña. Justo la cuestión por la que el Estado mostró su fortaleza desde 2017 hasta que Sánchez, un aventurero que no cree ni en la democracia ni en el Estado de derecho, necesitó, tras perder las elecciones, los votos de cinco partidos conjurados contra el resto de España. En otros países esas fuerzas políticas suelen estar ilegalizadas. Esos cinco partidos apenas alcanzaron un millón y medio de votos y han logrado, por culpa de la indigencia moral de Sánchez, secuestrar a toda una nación como España, que va camino ya de cincuenta millones de habitantes.

El problema, por tanto, amigo lector, está en los nacionalismos. Si Mitterrand decía que el nacionalismo era la guerra, nosotros tenemos que advertir e insistir que son el mayor enemigo de nuestra democracia. Ahora toma valor la negativa de Feijóo a no pactar con Junts, justamente porque sabía que con ellos nunca termina el victimismo. La democracia en España está adulterada desde el principio. Primero por la violencia física de ETA, unos asesinos, no nos olvidemos, y ahora por la violencia política y verbal de los golpistas catalanes.

Tal vez la solución sea no volver a ceder en nada y recuperar para el Estado, es decir, para el pueblo soberano español, muchas de las competencias y cesiones que a lo largo de los años se les han dado, justamente para nada.