José Alejandro Vara-Vozpópuli

  • Fin de la extraña pareja. El capataz de Ferraz, quizás entre rejas. El ultraderechista catalán, a por el sillón de la Generalidad

“Estoy podrida hasta el alma”, dice Barbara Stanwick en Perdición. Podrida y destrozada, desde el preámbulo hasta la disposición final, ha dejado el sexteto de Pumpido a la Constitución tras inyectarle una dosis mortífera de un engendro llamado  ley de amnistía. “Injusta, inconstitucional, ilegal, irracional, no tiene cabida en la Constitución, jamás la acataría un gobierno democrático”. Estas mismas palabras de Sánchez, dos minutos antes de las elecciones del 23-J, se escuchan ahora desde las filas de la oposición. nadie, salvo un par de leguleyos orgánicos y el grupete tóxico del TC.

El presidente del Gobierno ha cambiado el verso. Habla ahora de “magnífica noticia” y de que la sentencia pone las cosas en su sitio. O sea, el Estado pide perdón a los golpistas, ensalza su intentona y remite al Supremo y al Rey al basural de la fachosfera. Los sediciosos responden que lo volverán a hacer. Apenas ha necesitado el gran narciso dos años para consumar un vuelco tan radical. Desde defender el marco constitucional a pulverizarlo. Desde renegar del indulto colectivo, a imponerlo. Los analistas gustan ahora de retroceder a Fernando VII para encontrar un felonazo de semejantes dimensiones. Al margen del caudillo pinturero y su monaguillo Bolaños, «el que sonríe, ese hipócrita con el cuchillo bajo la capa», diria Chaucer, hay cuatro protagonistas de este episodio que tritura los cimientos de la Transición. El primero, Zapatero, el fregasuelos de Maduro. Con él empezó todo, su singular Estatuto catalán, su diálogo con los cofrades el procés, su compadreo con el podemismo de Pablo Iglesias, sus oscuros negocios chinos…Le llegará su hora.

Puigdemont, a quien muy posiblemente le sea dado retornar a Cataluña (la idea de reunirse con su esposa rumana quizás le cohíbe) desempolva su anhelo por recuperar el tronillo del Palacio de la Generalidad

Luego está Pumpido, el arquitecto de ese detritus jurídico, el rinoceronte con toga. Una servicial mucama, Inmaculada Montalbán, tuvo el cuajo de poner la letra, la firma y su foto al pie de semejante engendro. Retratada queda. Y luego, la extraña pareja de Ginebra. Santos Cerdán, por el lado de la izquierda progresista y Carles Puigdemont por el de la ultraderecha xenófoba catalana. El destino de cada cual se antoja ahora bien distinto. El exsecretario general del PSOE, a quien incomprensiblemente todo el mundo trata ahora de Santos (usurpando el protagonismo estelar a la pareja artística de Zori), se le aventura un horizonte peliagudo, quizás enrejado. Puigdemont, a quien muy posiblemente se le permita retornar a Cataluña (la imagen del reencuentro con su esposa, «la rumana» le dicen en la Barna alta, quizás le cohíba) desempolva su anhelo por recuperar el tronillo del Palacio de la Generalidad, que apenas ocupó durante unos meses

Ha peregrinado solícito y humillado el capataz de Ferraz a su cita casi mensual en Ginebra para pergeñar el ‘bodrio’ (Felipe González dixit) en cuestión, a cuatro manos con el forajido y bajo la atenta mirada del tenebroso Boye, letrado y convicto, en un ejercicio secreto, una aviesa ceremonia de la traición. Negociar el futuro de la nación con un delincuente y fuera de territorio español suena a demasiado chusco para ser verdad. Por no recordar la presencia en aquellos encuentros de un mediador salvadoreño, que completaba la bufonada. Pumpido, Santos, Puchi, estas tres joyas alumbraron el espantajo que ha convertido el Estado de Derecho en una piltrafa, ha destrozado la independencia judicial, ha desnaturalizado la igualdad ante la ley y ha transformado al alto tribunal en un vil palafrenero de la corrupción.

Puigdemont deberá tener paciencia para coronar la estrategia de su fuga. Para que la amnistía lo convierta en un ciudadano sin mácula ha de recibir el visto bueno de un TJUE (Tribunal de Justicia Europea) desbordado de cuestiones prejudiciales contra la norma. Al tiempo, el propio TC habrá de resolver el recurso de amparo que inevitablemente presentará el líder de Junts para que se retiren las medidas cautelares dictadas por el Supremo. Quizás no vuelva a casa hasta Navidad.

Era Santos el núcleo irradiador de esta pocilga de corrupción del sanchismo, y no Ábalos, quien iba de listo pero se perdía por urgencias de bragueta. Era Santos el jefe de Koldo, el que mandaba en Fomento, dirigía las coimas

Más arduos y tenebrosos son los años que le esperan a Cerdán, el infatigable corsario que, según el famoso informe de la UCO, organizó un entramado de cuatreros, junto a su socio Antxon Alonso, que se extendía por todo el territorio patrio con un ansia desbordante. Dos años antes de que Sánchez accediera a la Moncloa  mediante la tramposa morcilla del juez De Prada, Santos ya mangoneaba con lo público, organizaba desde Navarra una amplia red para el saqueo y, siempre supuestamente, se lo llevaba crudo. Nadie lo diría. Cultivaba un aspecto de ceporro sanferminero, adusto y catetón, sin demasiadas luces, discreto, retraído, poco dado a la primera fila, tan insustancial como una pelota de badmington y con mínima presencia en los medios. Sabemos ahora que se vestía de sastre (a la medida, cosa de o creer), habitaba un ático en zona noble, frecuentaba el hipódromo, donde se reunía para los business turbios (estampa típicamente gangsteril) y acumulaba fondos y propiedades objeto ahora de las investigaciones del juez.

Era Santos el núcleo irradiador de esta pocilga de corrupción del sanchismo, y no Ábalos, quien iba de lististillo de coñaca y palillo colmillero, pero se perdía por urgencias de bragueta. Era Santos, el jefe de Koldo, el que mandaba en Fomento, en Transportes, en Adif, en Renfe, en las adjudicaciones coimeras en los concursos amañados. Santos, Santos, Santos es el señor…del latrocinio, de acuerdo con lo que emerge de la investigación policial.

Este lunes comparece ante el Supremo. No le pinta bien. Quizás salga imputado. O ni siquiera salga. Puigdemont quizás se enternezca ante los arduos años que le esperan a su compañero de baile en las jornadas de Ginebra. A uno quizás el trullo. Al otro, el aterciopelado sillón. Ambos, eso sí, con el alma podrida.