Nicolás Redondo Terreros

  •  Sánchez no ha pensado que todo tiene un precio y que esta posición solitaria, bravucona y provocadora tendrá graves consecuencias para España, también cuando él no gobierne

Hay novelistas que hacen hacen pequeño cualquier argumento para sus obras y los hay que engrandecen cualquier idea que hacen suya; lo mismo sucede con los pintores y enseguida vemos, hasta los menos dotados, las diferencias entre un cuadro de Velázquez y otro de cualquier Orbaneja de Úbeda, que pintaba lo que saliera y lo explicaba en el título del cuadro: «esto es un gallo». También conocemos por la historia líderes que han hecho grande, en la paz o en la guerra, todas las responsabilidades a las que se han enfrentado y sabemos de otros que todo lo han hecho pequeño, banal.

Nuestro presidente todo lo disminuye, lo convierte en frívolo. Hace unos meses nuestro lenguaraz ministro de Transporte, aprovechando su tiempo libre entre las sucesivas crisis ferroviarias, insultó gravemente al irascible presidente de Argentina. No tardó en contestar el ‘showman’ de la Pampa e hizo comentarios sobre la honorabilidad de la esposa del presidente, aprovechando su imputación judicial. El presidente del Gobierno pudo actuar a la altura del cargo que ostenta, nuestra representación y la gestión de nuestros intereses, pero, con indignación sobreactuada, dio un paso más y retiró a nuestro embajador en Buenos Aires. Milei, histriónico, que parece dormir con una motosierra, sin embargo no dio ese paso, se mantuvo en su tono beligerante y desafiador, que a tantos gusta para mi sorpresa, pero no llegó a darlo. Nuestro ‘príncipe valiente’ nacional convirtió un desafortunado incidente -debido a la diarreica incontinencia del ministro Puente y el pundonor de Milei por quedar siempre peor- en una crisis diplomática que solo se resolverá rectificando el Gobierno español. Ejemplo este de cómo lo privado se convierte en política, hasta el punto de impregnar nuestra diplomacia.

Se pueden mantener posiciones diferentes sobre el conflicto bélico que mantiene Israel, nuestro aliado occidental, en Gaza, aunque antes siempre sería oportuno recordar el atentado terrorista más salvaje cometido por Hamas contra israelíes. Se puede pedir a Netanyahu contención, se puede y se debe poner en práctica una solidaridad efectiva a favor de los gazatíes, que sufren una guerra terrible y la dictadura cruel de los terroristas de Hamas, empeñados en convertir a la población civil en escudos humanos, detrás de los cuales esconden su cobardía y su vileza. Puedes expresar tu deseo de conseguir en la zona dos Estados que vivan pacíficamente y sacien las ansias de seguridad de los respectivos pueblos. Hasta oímos, aunque para mí sean rechazables, las reacciones que expresan solidaridad hacia los palestinos saludando «la lucha» de Hamas. Pero siendo presidente de un gobierno, por encima de la visión ideológica y personal deben imponerse los intereses de quienes representa, con más razones si la nación tiene la fuerza y la influencia que tiene España. Nosotros podemos ayudar, podemos colaborar, podemos utilizar nuestra buena imagen en parte del mundo árabe, lo que no debemos ni podemos es enfrentarnos al resto de nuestros socios, siempre más cautelosos y prevenidos porque conocen la complejidad de la situación y porque saben que nuestro aliado es Israel, y porque actúan con buena predisposición pero defendiendo sus respectivos intereses nacionales. En esta ocasión vemos como donde han fracasado sucesivos presidentes de EE UU nuestro intrépido presidente inventa un discurso universitario de ‘niño bien y radical’.

Se pueden mantener posiciones diferentes sobre Israel pero sin enfrentarnos al resto de nuestros socios

«Más vale honra sin barcos que barcos sin honra» es la frase común con la que los españoles hemos escondido nuestros fracasos y nuestras derrotas. La honra de un país es sustancialmente diferente a la de una persona, pero las tendemos a confundir. Por otro lado, no solo no son incompatibles la honra y los barcos, sino que suele ser conveniente tener barcos para defender la honra. Esa frase que representa nuestro pesimismo y decadencia decimonónica ha sido el estandarte del muy progresista Pedro Sánchez. A base de progresismo, Sánchez nos ha devuelto al siglo XIX en vez de situarnos plenamente en el XXI.

Las personas solemos cometer los mismos errores durante nuestra vida y practicar virtudes parecidas. Dicen que según pasan los años cambiamos: no suele ser cierto, simplemente disminuyen las fuerzas, la energía de antaño desaparece poco a poco y lo que era posible, pasado el tiempo, se convierte en imposible. Así, Sánchez, que todavía no ha perdido energía, se empecina en demostrarnos cómo es capaz de hacer pequeño lo que es grande, de banalizar lo importante, de convertir un debate sobre el futuro de Europa en una discusión de sobremesa sobre quién ha pescado el pez más grande. Sánchez ha anunciado desafiante y campanudo que ha doblado el brazo a las pretensiones de la Organización Atlántica y del impetuoso presidente de Estados Unidos. No ha tenido en cuenta las necesidades generales de la Unión, a la que recurre siempre que la situación lo requiere; no ha tenido en cuenta la posición de otros países, que estarán en condiciones y limitaciones parecidas a las de nuestro país; no ha tenido en cuenta que en Ucrania, que es Europa, están sufriendo una ocupación injusta y cruel, ni que los países bálticos sienten, con razones suficientes, que ellos serán los próximos objetivos de Putin. Estamos muy lejos de Rusia, piensa el estratega del parchís, pero luego y antes pide a los europeos del norte solidaridad con España. No ha pensado que todo tiene un precio y que esta posición solitaria, bravucona y provocadora tendrá, también cuando él no gobierne, graves consecuencias para España.

Como la única medida es él y su tiempo inmediato, desprecia lo que suceda después. Ha vuelto a ver la política internacional, en materia de defensa, como una oportunidad para congraciarse con sus socios y permanecer en la Moncloa por lo menos hasta el siguiente escándalo. Todo lo grande lo hace pequeño, mediocre y mezquino, y podría ser que esto sucediera con el máximo agrado de esos progresistas populistas que durante nuestra historia se han regodeado en el aislamiento y la marginalidad de nuestro país.

Poco importa que Rutte anuncie que lo dicho por Sánchez es falso y que las responsabilidades económicas que él no asuma las tendrá que asimilar el próximo presidente de España. Veremos cómo termina todo, pero el resultado no será bueno para los españoles, seguro.