Eduardo Uriarte-Editores

No se va a ir. Ha conseguido que gran parte de sus votantes sigan seducido en el perverso dilema de él o el fascismo, convencidos que los fascistas son los otros. Por eso, aún ahogado por la corrupción y los escándalos, goza de bastante favor popular. Para colmo, dispone de los apoyos de todos aquellos a los que la gobernabilidad de España, e incluyamos su estabilidad y existencia, les importa un comino. Mientras peor ande la maltrecha nación, mejor para los anhelos secesionistas de sus aliados nacionalistas. Mientras más corrupto Sánchez más corrupta, y débil, es España. No se marcha, pero hay que darse prisa en echarlo, sobre todo, tras la demolición de la Constitución por el Tribunal Constitucional con su sentencia sobre la ley de amnistía y la anunciada ley Bolaños para liquidar el poder judicial en España.

Sumidos en el mensaje de que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente, no caímos en que los del Peugeot ya venían corruptos, con el subversivo ánimo de ser ellos los que corrompieran, aún más, el poder. El antitético estandarte con las formas democráticas, enarbolado desde el primer momento, de el “no es no” anunciaba el enfrentamiento, el muro, la conversión del adversario en enemigo, el uso de todos los medios, la mentira, la arbitrariedad, el latrocinio. Es decir, anunciaba la falta de límites, y la falta de respeto hacia los contrapoderes, que hacen posible la convivencia política. Decisionismo obsesivo ejercido desde un narcisismo patológico que nos conduce al caos y a la España decimonónica, cainita, ensimismada, y aislada del mundo.

Aquella España frustrada la potenció en gran medida un personaje egoísta que derogó dos veces la Constitución y al que el pueblo llamó El Deseado. Por dos ocasiones devolvió a la nación a épocas preconstitucionales, la España que no pudo ser, obligándola a soportar cuatro guerras civiles, innumerables pronunciamientos y asonadas, erigiendo la ley del más fuerte, y sumiendo en el retraso y en la pobreza al pueblo. Así como a aquel no le importaba más que el poder, hacerse con su reino como fuera -dejándonos fuera del congreso de Viena por pactar precipitadamente y sin aviso a las Cortes con Bonaparte, inaugurando el aislamiento y supeditación de España-, éste va al choque contra Trump innecesariamente, pues firma lo mismo que todos los demás, con tal de prestigiarse ante el marasmo de corrupción que le rodea, todo por mantenerse en el poder. Poco le importa las consecuencias posteriores que su comportamiento tenga para España y Europa. A él lo que le interesa es dormir en la Moncloa.

Para ello, poco a poco, colonizando las instituciones y mutando la Constitución va convirtiendo la democracia en autocracia con el consentimiento de gran parte del electorado socialista prisionero del dilema de él o el fascismo. Nunca ha venido mejor recordar el chiste de Ramón en El Hermano Lobo, “el caos también somos nosotros”. Pues cualquier interesado en la naturaleza de los fenómenos políticos, el comportamiento de Sánchez, su descarado decisionismo schmittiano, su colonización de las instituciones, el desprecio del parlamentarismo, la polarización en su concepción de la política, su rechazo y persecución de los desafectos, nos ofrece una realidad similar al peronismo. Así, que podemos destacar, mucho más claramente tras el servil pronunciamiento del Constitucional sobre la ley de amnistía, que iliberal, anticonstitucional, y fascista es él. Por eso hay que priorizar echarlo. A la vez sería conveniente ir pensando cómo hemos podido llegar a esto: a la liquidación de la modélica Transición democrática y su impulso posterior hasta caer en el cesarismo más corrupto.