Editorial-El Correo
- La Casa Blanca impone su agenda a la OTAN, renuncia a incomodar a Putin en Ucrania y prefiere la desestabilización en Oriente Próximo
Camino de cumplir seis meses de su segundo mandato, ¿qué queda del Donald Trump ‘príncipe de la paz’, el ropaje aislacionista con el que quiso presentarse en su investidura el 20 de enero? Los grandes conflictos del momento, en Ucrania y Oriente Próximo, engrosan cada día su balance de muerte y destrucción, y resulta imposible extraer algún efecto benéfico de la intervención en ellos del presidente de Estados Unidos. En el caso de la guerra que desangra el corazón de Europa, el evidente interés de la Casa Blanca por restaurar las relaciones bilaterales con Rusia se sustancia en la suspensión de la ayuda a Kiev y en la absoluta ausencia de coacción al Kremlin para que detenga una invasión que, en su fase más dramática, ya dura casi tres años y medio. Una prioridad de la que se contagió la OTAN en su reciente cumbre de La Haya.
La Alianza Atlántica respondió a la presión de EE UU y a la amenaza que Vladímir Putin representa para el conjunto de Europa. En este orden. Con más o menos teatro para consumo interno, los socios se plegaron a la demanda estadounidense de incrementar el gasto militar hasta el 5% del PIB de cada miembro, a cambio del supuesto compromiso de Trump con el artículo 5 de defensa mutua. Una vinculación que él mismo solo horas antes había puesto en duda. Tanto fue el asentimiento y la adulación que cosechó el mandatario republicano que sus socios europeos arriesgan incurrir en su desprecio. Y en todo caso, la confianza en la continuidad de la organización defensiva no les evita perseguir acuerdos de seguridad con Reino Unido, Canadá o Australia.
Que Putin castigara a Ucrania con 537 artefactos el sábado no impide a Trump anticipar «noticias realmente buenas» en su red social. La catástrofe que devasta Gaza suma cada jornada un centenar de palestinos muertos en las colas del hambre apadrinadas por Washington. Pero lejos de desplegar acciones estabilizadoras en la zona, el republicano bombardea instalaciones del programa nuclear de Irán e impone un casi inmediato alto el fuego que salva a Israel de las consecuencias de doce días de ataques no provocados contra territorio iraní. La prudencia de la Inteligencia estadounidense sobre el daño real causado a la ambición atómica de Teherán de nada sirve frente al éxito decretado de antemano. Del Despacho Oval solo llega aliento, incluso en sus asuntos pendientes con la justicia, para Benjamin Netanyahu.