Manuel Marín-Vozpópuli
- Felipe González exige que no se vote a Sánchez como mecanismo de autodefensa para un PSOE cobarde e incapaz de decirle a la cara que se acabó la fiesta
Quien quiera ver a Felipe González como un jarrón chino que de vez en vez, por pura cuestión de ego, emerge de su retiro para sacudir la esterilla del PSOE, que lo haga. El sanchismo lo ha despreciado, lo ha insultado, e incluso lo ha deslegitimado. Alega que pertenece a esa pléyade de vejestorios del partido cuya época pasó, y hoy son meros nostálgicos de un poder que ahora sí que está en manos de auténticos profesionales. González viró con la OTAN, tuvo a ministros y secretarios de Estado condenados por terrorismo de Estado y desvío de fondos reservados, tuvo sus filesas y malesas, y a principios de los noventa el PSOE fue otro lupanar de corrupción. Por eso el sanchismo cree que no es ejemplo de nada y que estaría mejor jugando al dominó en las tardes estivales con un palillo en la oreja, mientras los verdaderos ‘killers’ del poder se encargan del cortijo.
La peor ofensa que le dedica el sanchismo es que no ha evolucionado, que ya no conoce al militante ni al votante, y que la socialdemocracia, el progresismo, la izquierda en definitiva, no es lo que él cree que es. Felipe es lo que viene siendo un facha de toda la vida, un resentido retrógrado y un falso patriota que no pinta nada en esta izquierda que, paradojas de la vida, utiliza la memoria histórica, su propia memoria del puño y la rosa, de forma falsaria. Es un PSOE de cinismo perpetuo de decir una cosa y su contraria sin rubor (la amnistía) y de injustos olvidos selectivos con sus propios líderes.
Felipe González fue el refundador del PSOE, lo acomodó a la democracia, lo adaptó a una Transición con enormes riesgos de fracaso, y fue secretario general y presidente del Gobierno. Como Pedro Sánchez, pero con un currículum infinitamente más decente si se compara con el estercolero en que el sanchismo ha convertido el PSOE. Hoy González no habla como jarrón chino que se aburre. Sino como un expresidente indignado con el desguace del Estado de Derecho en España, y como un antiguo secretario general que lamenta cómo el PSOE se ha condenado a descomponerse por un sumidero. En el deterioro de la ética pública del poder, hace tiempo que Sánchez desequilibró la balanza a su favor.
El reciente destape de Felipe González responde a diversas claves que ni de lejos son un simple desahogo. Esto solo puede estar organizado y coordinado. No se conoce el caso de que un ex secretario general de un partido reclame que no se vote a ese partido mientras esté Sánchez al frente. Tal es la guerra civil. Y su preocupación no deviene de esta corrupción de andrajos, prostitutas y desechos de tienta que ha anidado en La Moncloa y en la mismísima dirección federal del PSOE. Proviene de una corrupción aún más lacerante: la que se comete en nombre de las instituciones, utilizando el Tribunal Constitucional como si fuese una prostituta más en esta densa trama de aseguramiento del poder a toda costa.
Cuando González sostiene que la abrupta legalización de la amnistía es una “barrabasada”, lo que sugiere es que se está cometiendo a sabiendas un abuso de poder y que se ampara una ilegalidad cancelando la Constitución por la puerta de atrás. No hay que ser demasiado hábil para interpretarle entre líneas: España está utilizando métodos cuasi-dictatoriales y forzando las costuras del Estado de Derecho. O sea, que más que una barrabasada es una golfada, y que el TC ha consagrado la deslegitimación del sistema para satisfacer los exclusivos intereses de Pedro Sánchez. Ninguno de los tres argumentos usados por el TC, la excepcionalidad de la situación política, la necesidad de fortalecer la convivencia en Cataluña y el famoso interés general, ninguno, tiene densidad jurídica por más que se empeñen Cándido Conde-Pumpido y sus ademanes de estadista de hojalata.
Lo que González quiere decir es que Conde-Pumpido no es nadie para definir qué es el interés general en una democracia. Y lo que González remata es que si los líderes del procés no incurrieron en rebelión, el TC sí lo está haciendo derogando de facto la Constitución con sumisión mercenaria. Y no es extraño. La amnistía fue redactada por los mismos que se benefician de ella, lo cual no es solo una obscenidad política, sino una anomalía jurídica que Europa debería forzosamente anular cuanto antes.
González no habla sólo en su nombre. Cada vez que Sánchez se nos pone cabizbajo y en modo calimero, emerge la figura de José Luis Rodríguez Zapatero, en quien la UCO puede fijar sus ojos en cualquier momento. Todo a su tiempo, porque la amenaza de Víctor de Aldama es pública. Y hasta ahora Aldama no ha defraudado a su parroquia. González no sólo dirige reproches al sanchismo. Ha marcado una línea situándose frente a Rodríguez Zapatero cada vez que acude al rescate de este Sánchez depre, alicaído e indefenso frente a las hordas derechistas. González está sentando las bases de algo. No sé qué es aún. Pero nada es casual. Hay una guerra civil en ciernes en el PSOE que se está librando de modo latente y en la que ya participan de modo activo González y Zapatero. Uno, en defensa de la dignidad de un Estado de Derecho al que su propio partido está agrediendo, y el otro, en defensa de lobbies sucios, consultoras opacas, mediaciones indecentes y negocios con testaferros de cuello blanco.
Por eso el aviso de González no es como otros. Reclama que bajo estas condiciones no se vote a este PSOE. No es algo puramente emocional que, supongo, lamenta en lo más profundo. Exige la amputación del voto como mecanismo de autodefensa para un PSOE cobarde e incapaz de decir a la cara a Sánchez que se acabó la fiesta, que España ya lo ha soportado lo suficiente, y que cada decisión que adopta es una cacicada en nombre de una regresión constitucional. Por muchos pumpidos que bailen a su son con la prepotencia del ordeno y mando.
Sánchez no tiene miedo a González porque su palabra ya no es divina. Pero en la guerra, como en la guerra. Y relativizar el mensaje del que fuera presidente del Gobierno como si fuese un simple jubilado echando migas a los patos en un estanque es tan infantil como infravalorar las consecuencias de un choque tan brutal. Tan infantil como la saturación de maquillaje en el rostro de Sánchez para remarcar una victimización ridícula frente a todo aquello de lo que sí es ya culpable: una manera obsesiva de ejercicio del poder para debilitar al Estado de derecho de modo inversamente proporcional a la de su figura. Cuanto más endeble sea el Estado frente a los abusos, más fuerte es Sánchez frente a todo. No sé. Algo apunta a que González y Sánchez pronto se hablarán de jarrón chino a jarrón chino.