Ignacio Camacho-ABC

  • Algo falla en la ética social si la impunidad de un golpe de Estado causa menos escándalo que un putiferio de catálogo

Sugieren las encuestas que los escándalos de corrupción tradicional le hacen al sanchismo más daño que la amnistía, y a su vez los episodios de putiferio le perjudican más que las mordidas. Es una característica de la sociedad posmoderna, esa civilización del espectáculo (Vargas Llosa) donde la trivialidad reina incluso en la presentación de las noticias, la verdad tiene versiones alternativas y los programas sobre política se deslizan hacia el cotilleo de las pasiones frívolas. Al PSOE, el partido más votado por las mujeres, le va a costar sacarse de encima el estigma del lenguaje procaz con que Koldo y Ábalos repasaban sus encuentros lúbricos con ‘señoritas’; quizá pueda eludir responsabilidades ante la justicia pero esos audios están causando estragos entre su numerosa clientela femenina.

Ese perjuicio podrá ser celebrado por sus adversarios, pero plantea severos interrogantes sobre el criterio de moral pública del electorado. Algo falla en la escala de valores de los ciudadanos cuando la impunidad de un golpe contra la Constitución sale más barata que unas juergas con chicas de catálogo. Es cierto que algunos de esos amores mercenarios fueron retribuidos con empleos en la nómina del Estado y que otros pudieron formar parte del pago de ciertos presuntos amaños de contratos. Sin embargo, es objetivamente mucho más grave la prostitución de las instituciones al servicio de un poder en clara deriva de liderazgo autoritario.

Éste es un éxito de la estrategia de normalización de las anomalías de Sánchez, que ha conseguido relativizar la importancia de sus mentiras constantes, de su desprecio por los controles democráticos, del enchufe de sus familiares y del blanqueo de unos socios envueltos en toda clase de actividades delincuenciales. Y por el mismo método, no cabe descartar que los costes electorales del sexo prostibulario de sus colaboradores acaben absorbidos por su reconversión en materia de morbosas tertulias tipo ‘Sálvame’. De momento ya ha empezado el desfile de personajes dispuestos a relatar encuentros íntimos con lujo de detalles, primer paso de una banalización general del debate. Será el signo de los tiempos pero no deja de resultar lamentable.

Porque mientras tanto el Ejecutivo está cambiando el modelo judicial tras haberse apropiado de la Fiscalía y el tribunal de garantías como si fuesen sendos ministerios; ha amnistiado una sedición, engaña a los aliados europeos, ningunea al Parlamento y gobierna (?) sin Presupuestos. Y ahora pretende presentarse como víctima de la traición de unos dirigentes deshonestos arrojados como carnaza para la industria del entretenimiento. Habría un punto de justicia poética en este proceso si al menos penalizara la degradación institucional por un camino indirecto. Pero aun así cabría preguntarse por el fracaso de una comunidad incapaz de ordenar con lógica sus principios éticos.