- Como el tiempo es más importante en política que en gramática, según Churchill, quizá sea hora de una moción de censura que, lejos de reforzar a Sánchez con su estado mayor en la trena, traslade a las Cortes el clamor de la calle. La fortuna favorece a los audaces frente a los temerarios
En vísperas de que el arquitecto del sanchismo, Santos Cerdán, ingresara en prisión, luego de querer montar un plató en el Tribunal Supremo para que su abogado lo entrevistara como si fuera Jordi Évole y marcarse un Puigdemont, un veterano político bromeaba con que el jefe de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, aún no sabía que iba a tener que plantear la moción de censura que rehuía como aquel párroco onubense que, al insistirle sus feligreses en que sacara a la patrona en rogativa contra la sequía, les aconsejó que aguardaran porque no estaba de llover.
Sin embargo, con la entrada en la cárcel de un hombre clave en la negociación de las investiduras de Sánchez con golpistas y bilduetarras, a Feijóo no le ha quedado otra que avivar una «moción de censura» que tal vez no tenga más remedio que anunciar, aunque la pierda, como la de González contra Suárez en mayo de 1980, si quiere romper el candado que bloquea la política española en una fase de descomposición institucional como nunca desde la Transición. A unos días del congreso de su reelección al frente del PP, Feijóo ha ordenado a su edecán Tellado que sondee con el resultado previsible a quienes no retirarán su apoyo a Sánchez —más debilidad, mayores réditos—, pero no disimulan su enojo al aparecer como cómplices de su corrupción. Baste observar como el PNV ha reaccionado contra el intento de Cerdán de vincular el pacto para investir a Sánchez con el empresario Antxon Alonso que, según la escritura privada incautada, donó al secretario de Organización del PSOE el 45% de Servinabar, sociedad beneficiada con contratos millonarios merced al tapado y que parecía un recogedero socialista.
Al acelerarse los acontecimientos, Feijóo tendrá que echar mano de Keynes —«Cuando los hechos cambian, cambio de opinión. ¿Qué hace usted, señor?»— y presentar una moción de censura para ganar perdiendo, luego de vencer en las elecciones sin poder gobernar. En contraste con el conato de Hernández Mancha contra González, sin ni siquiera asentar su liderazgo frente a quienes conspiraban contra él filtrándole su discurso a Guerra que se burlaba anticipándoselo en voz alta desde su escaño azul, la redada contra «la banda del Peugeot» varía el contexto y lo acerca al de González cuando tomó tal iniciativa tras sus fiascos electorales de 1977 y 1979 mudando ya la pana por la alpaca.
En aquel 1980, UCD era un partido roto como principia a ser un PSOE fanatizado que quiere expulsar a quienes lo refundaron y sataniza a quienes entienden que la pervivencia del PSOE y la de Sánchez son incompatibles, si no quiere fenecer como en Italia, Grecia o Francia, y los socios esquivaban a Suárez como los suyos al «Ufano de la Moncloa». Aunque la Alianza Frankenstein no vote a favor de Feijóo, aprovecharía para dar de lado a Sánchez y deleitarse con su «automoribundia». Como era lógico, Junts ha vuelto a pedir a Feijóo lo que no puede darle —visitar a Puigdemont en Waterloo— cuando, además, Sánchez dispone de cita tras gestionársela Zapatero. Empero, en política, no basta con mantenerse a flote porque es tanto como ahogarse, según avisa el conspicuo congresista Underwood en House of cards.
Ante esa tesitura, Sánchez puede alargar su agonía como Suárez con su moción de confianza de septiembre de 1980 hasta que éste se persuadió de que «un político que pretenda servir al Estado debe saber en qué momento el precio que el pueblo ha de pagar por su permanencia y su continuidad es superior al que siempre implica el cambio de quien encarna las mayores responsabilidades ejecutivas de la nación.». O bien adelantar comicios. No obstante, Sánchez evita marcharse para no afrontar, sin los instrumentos del Estado, un horizonte penal que se le nubla a ojos vista con su «consuerte» y su «hermanísimo» camino del banquillo, pese al denodado esfuerzo de su imputado fiscal general y de la guerra sucia socialista contra jueces, fiscales, policías y periodistas.
No cabe duda de que, como pregonó Sánchez en su moción de censura contra Rajoy, «este país tiene mucho que reconocer (…) a quienes levantan el último dique de contención (…) contra quienes manipulan instituciones para allanar el camino a la impunidad sin ceder a chantajes». Recobrando ese texto enmohecido, Feijóo tiene prologada esa eventual moción de censura que ha venido soslayando por estar verde como las uvas de la fábula de la zorra, pero que podría vendimiar este otoño al haber madurado con la tórrida corrupción sanchista.
«Es el momento de la Justicia», respondió cínicamente Sánchez en Sevilla, al lado del secretario general de la ONU, António Guterres, al conocer la prisión de Cerdán, cuando no hace otra cosa que combatirla con la contrarreforma del triministro Bolaños como ariete, mientras trata de cerrar filas en un partido zombi al que se le pide que, al grito de «Yo con Pedro Sánchez», muera por el gurú de la secta. «¿Qué más ha de pasar para que el partido reaccione?», inquiere Lambán, expresidente aragonés, luego de poner su mano en el fuego por «super Cerdán» (Zapatero) o por «uno de los mejores secretarios de organización de la historia» (María Jesús Montero) quienes niegan ahora conocerlo tras refrendarlo a tambor batiente en el último congreso.
En estas gravosas circunstancias, cuando concluya la cumbre de la ONU sobre financiación para el desarrollo, donde acudió con «Bego, pillafondos», Sánchez debería encaminarse a la Zarzuela a comunicar su dimisión al ser un presidente ilegítimo que mancha su alta magistratura. Como no lo hará, dada esta crisis nacional, a Feijóo no le va a quedar otra que registrar esa moción de censura contra quien confunde el multilateralismo que blande en los foros internacionales con la multirreincidencia que practica. Como el tiempo es más importante en política que en gramática, según Churchill, quizá sea hora de una moción de censura que, lejos de reforzar a Sánchez con su estado mayor en la trena, traslade a las Cortes el clamor de la calle. La fortuna favorece a los audaces frente a los temerarios.