Miquel Escudero-El Correo

  • Nada debe importar más que la realidad personal de los afectados

Hace unas semanas coincidí casualmente con un lector a quien no conocía. Me dijo que le gustaba lo que escribía, pero que había un solo asunto en el que yo patinaba. Sorprendido, pensé que era benévolo, pues creo que mi audacia me hace patinar más de lo debido. De inmediato, le pregunté curioso qué asunto era ese. Dijo que cuando hablaba de Palestina. Sabiéndome ligeramente reñido, le pregunté si me veía propalestino o proisraelí; me percaté de que él era proisraelí y no quería hablar del particular. Nos despedimos cordialmente.

Procuro no ser nunca arbitrario, ni tampoco equidistante. Tengo claro que nada debe importar más que la realidad personal de los afectados: ¡cuántas vidas rotas y destrozadas por una maquinaria de guerra imparable! No se puede ser bizco ante la brutalidad ni ante la crueldad gratuita y sádica. Ni en un bando todos son ángeles ni en el otro todos son demonios. Las historias humanas se desfiguran sistemáticamente con disimulo cuando no es con insidia.

Hamás (acrónimo de Resistencia islámica), movimiento yihadista apoyado por Qatar, es una organización totalitaria y terrorista que desplazó del poder a al Fatah (acrónimo invertido de Movimiento Nacional de Liberación de Palestina). En sintonía con el Dáesh, carecen de escrúpulos: parten de que «el islam es la religión de la guerra» y emplean como escudos a los palestinos. Ahora bien, ya en 1969 y siendo primera ministra israelí (laborista), la ucraniana Golda Meir dijo que los palestinos «no existen»; por tanto, no ‘pueden’ estar ocupados ni ser expulsados.

Con tales premisas, todo es posible; así, la rutina de expulsar de modo forzoso, demoler viviendas o cerrar escuelas. En su ‘Breve historia del conflicto entre Israel y Palestina’, el profesor israelí Ilan Pappé evoca la revuelta árabe entre 1936 y 1939, treinta años antes de las declaraciones citadas de Meir: «En junio de 1936, el ejército británico voló más de doscientos edificios en el casco antiguo de Jaffa, con lo que dejó sin hogar a más de seis mil palestinos. Miles de palestinos murieron y muchos otros fueron detenidos y heridos». Gran Bretaña veía crucial dominar Palestina a cualquier precio para controlar el Canal de Suez (que el ‘Rais’ egipcio Gamal Abdel Nasser nacionalizó veinte años después). Este ‘a cualquier precio’ ha resultado de una gravedad enorme: efectos devastadores que se difuminan en explicaciones históricas de interminables episodios de acción-reacción. El Imperio otomano, abolido en 1922 y ‘protegido’ por Inglaterra y Francia, acordadas entre sí con Rusia, dio paso a Irak en 1932, al Líbano en 1943, a Siria en 1946, a Jordania en 1946. Israel se constituyó en 1948; Palestina llegó tarde, un desastre: ‘nakba’.

Las prisas por asentar colonos, y convertir a la población nativa en súbditos y no ciudadanos, se marcaron con intimidaciones, acosos y vejaciones. Señala Pappé que «el movimiento sionista es un proyecto colonial de asentamientos continuo que busca la mayor cantidad de terreno con la menor cantidad posible de habitantes nativos». Puede decirse que se establece un apartheid y Pappé lamenta que el Israel laico no proteste contra este, sino solo contra el Israel teocrático.

Efectivamente, y esto es capital, el triunfo del totalitarismo islamista es absolutamente indeseable para todos, empezando por los propios árabes. Pero esta lógica reclama el rechazo más rotundo de las barbaridades que cometan sus enemigos, abracen el sionismo o no. ¿Quién recuerda que dos cristianos ortodoxos fundaron en 1911 el periódico ‘Falastin’, que se caracterizó por su defensa de una Palestina árabe (no islamista) y su oposición al sionismo (no a los judíos)? Un diario así es imposible hoy en la Palestina de Hamás. Por otro lado, los judíos árabes (o ‘mizrajíes’; orientales en hebreo) son considerados a menudo menos judíos que los demás, pero, quizá para compensar esta ‘lacra’ de nacimiento, parecen mostrarse más sionistas y antiárabes que los demás.

El acuerdo anglofrancés de partición del Imperio otomano lleva los nombres de los diplomáticos Mark Sykes y François Georges-Picot. Si hicieron cosas de provecho, el balance de su labor acabó por resultar nefasto. Partían de una posición colonialista que sentía rechazo hacia el mundo árabe. En especial, el inglés Sykes favoreció en sus decisiones al movimiento sionista y expresó prejuicios severos contra los árabes. No sé si volveré a coincidir con mi lector mencionado al principio. Pero, aun desde mi ignorancia, procuro ser ecuánime, justo y nada ingenuo. Por supuesto, no voy a sobreactuar ante nadie para que alguno de los bandos me declare ‘bueno’. De ningún modo. En cualquier caso, hay que insistir con determinación en la igual condición personal de los seres humanos. Ninguno de ellos es desechable por su origen y ninguno es de plástico.