Víctor Núñez-El Español
  • La tecnología no ha triunfado sobre la geografía, sólo la ha encogido. La Tierra se ha vuelto un lugar muy pequeño. Y esta «claustrofobia» supone un factor de inestabilidad de primera magnitud.

En geopolítica hay que usar la imaginación.

Este ha sido el principal mensaje del analista de renombre internacional Robert D. Kaplan en su conferencia Pensar la guerra en el siglo XXI, que ha inaugurado este lunes el curso de verano homónimo organizado por el Real Instituto de Estudios Europeos del CEU.

La invitación a la imaginación no se trata ni mucho menos de un alarde de nigromancia elucubratoria. Porque no hay nada de fantasioso ni de especulativo en los análisis de este periodista, uno de los mayores referentes del campo de las relaciones internacionales en nuestros días.

El también prolijo ensayista y viajero fundamenta sus hipótesis en un ejercicio riguroso de historia comparada que sirve para iluminar los conflictos del presente. Por eso, propuso a su auditorio, una sala abarrotada en el Real Colegio María Cristina de El Escorial, conducirle por «lo que hay detrás de los titulares» de las guerras actuales.

Casi sin aguardar a ser presentado, Kaplan se arrancó, con el solo apoyo de media cuartilla a la que apenas lanzó un par de miradas de soslayo, con una ponencia que se extendió a lo largo de casi una hora.

Nadie lo hubiera dicho: tal ha sido la amenidad que confirió a su discurso, planteado como una donosa y espontánea narración de distintas estampas regionales.

Es sugestiva y eficaz la imagen que empleó en el preámbulo: «El mundo es hoy un gran Weimar geopolítico».

Es decir, un orden en crisis permanente, en el que no parece haber nadie en control, pero en el que todos los actores se afectan mutuamente.

Y ello porque, a pesar de que no existe un gobierno mundial, sí tenemos un «sistema mundial». Lo cual marca una diferencia con cualquier época precedente.

Las redes sociales, los mercados financieros, las megaciudades, la extensa urbanización o los misiles balísticos intercontinentales, cuyos alcances operativos recíprocos se superponen geográficamente, configuran una panoplia de mecanismos de interrelación que nos conectan como nunca antes.

Por eso dice Kaplan que, en realidad, «la tecnología no ha triunfado sobre la geografía, sólo la ha encogido». La Tierra se ha vuelto un lugar muy pequeño. Y esta «claustrofobia» supone un factor de inestabilidad de primera magnitud.

Porque «la guerra ya no está a miles de kilómetros, sino a un clic».

El hecho de que nunca hayamos estado tan afectados por crisis que suceden lejos de nosotros es lo que reviste a la guerra en el siglo XXI de su particularidad histórica.

Esta cercanía claustrofóbica suministra el principio interpretativo que puede ayudarnos a formarnos un cuadro de conjunto de los conflictos vigentes, y de los latentes, combinado con otra gran clave hermenéutica: el célebre adagio de Lenin sobre el cambio histórico.

A saber: «Hay décadas en las que no pasa nada y semanas en las que pasan décadas».

Kaplan encuentra en él una síntesis certera de la lógica por la que se rigen las tres guerras del siglo XXI:

1. La guerra entre Rusia Ucrania

Durante décadas, no pasaba nada en Europa. La gobernanza europea era consciente de que Putin representaba un peligro, pero aún así no parecía posible que saltara por los aires esa tensa cordialidad que garantizaba el abastecimiento energético del continente.

Pero, de repente, con la invasión de Ucrania en 2022, empezaron a ocurrir décadas de golpe.

Kaplan recordó, mediante una analogía histórica, la trascendencia de la guerra de Ucrania, aunque haya dejado de protagonizar las portadas de los periódicos.

Si la Primera Guerra Mundial dio al siglo XX su «trágica dirección», la guerra de Ucrania puede ser nuestro equivalente. Porque su principal producto será el debilitamiento del «imperio ruso».

Esta sangría sin apenas avances, que ya va por su cuarto año, está, a juicio del analista, laminando el principal soporte del régimen de Putin: la lealtad de esas aparentemente irrelevantes repúblicas de la Federación Rusa.

Y el impacto que puede ocasionar la pérdida de la influencia cohesionadora de Rusia en el orden del Cáucaso, Oriente Medio y Extremo Oriente puede ser tan desestabilizador como lo fue del desmoronamiento de los principales imperios tras la Gran Guerra del siglo pasado.

2. La guerra entre Israel e Irán

Durante décadas tampoco pasaba nada en Oriente Medio.

El régimen iraní, traumado por la guerra con Irak, había mantenido un arreglo regional estable a través de un escudo protector a cargo de sus proxies (Hamás en Gaza, Hezbolá en Líbano, los hutíes en Yemen y Al Asad en Siria), y de la disuasión mediante el desarrollo de su programa nuclear.

Pero, súbitamente, tras el 7-O, llegaron semanas en las que pasaron décadas.

El atentado de Hamás trastocó radicalmente el marco mental israelí. Con su convincente elocuencia, Kaplan instó al auditorio a figurarse el profundo efecto disruptor que obró en la política doméstica hebrea la multitudinaria masacre del 7 de octubre.

Porque sólo así podremos entender la determinación que ha adoptado el gobierno israelí de librarse definitivamente de Irán. Una ofensiva total que hasta ahora se ha saldado con la neutralización casi completa del Eje de Resistencia, y con la inutilización temporal de la infraestructura nuclear iraní tras la Guerra de los doce días.

Y, en este punto, aventura Kaplan una tesis chocante aunque, en verdad, difícilmente negable: guste o no, Benjamin Netanyahu será una de las figuras históricas de nuestra era.

Nadie se acordará en treinta años, defiende el pensador estadounidense, de ClintonObamaBiden o de casi ninguno de los líderes europeos. Pero «se escribirán gruesos volúmenes» sobre el primer ministro israelí.

«Para bien o para mal», hay que colocar a Netanyahu entre los gobernantes con un liderazgo determinante que dejará huella en la organización de la política global para los años por venir, en la misma línea que TrumpXi Jinping o Putin.

3. La ¿guerra? entre EEUU y China

De momento no ha pasado nada en Asia. Pero la calma precede a la tormenta sobre el Pacífico y Taiwán, y la tempestad no precipitaría únicamente una aceleración más en este abrumador regreso de la Historia que nos sacude.

Porque, señala Kaplan, los mercados financieros se han adaptado sorprendentemente bien a las guerras de Ucrania y Oriente Medio.

Pero un enfrentamiento en el Pacífico occidental entre las dos grandes potencias mundiales, en la circunvalación de las principales rutas comerciales internacionales, y con fuego cruzado sobre el mayor productor global del recurso más cotizado en la actualidad (los microchips), conmocionaría irreparablemente la cadena de suministro.

Y, por sus repercusiones geopolíticas, tendría el potencial para convertirse en una nueva Primera Guerra Mundial.

Hoy China y EEUU no están a kilómetros de distancia, sino a un clic. Y esta contracción de la distancia oceánica que los separaba acerca igualmente los elementos que podrían brindar un casus belli.

A ello tampoco ayuda la brecha ideológica entre el régimen chino y la administración Trump, a quien Kaplan considera demasiado ignorante y errático como para ser fascista.

Su escasa sofisticación y conocimientos, al decir de su compatriota, es lo que explica el desinterés por sus aliados de la OTAN y la UE del que hace gala Trump. Tiene la visión del mapamundi propia de un promotor inmobiliario, y por eso no entiende una realidad tan compleja como la europea.

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Los acontecimientos internacionales imprevisibles y subversivos de los últimos años son los que, a la vez que nos invitan a morigerar la contundencia de nuestra soberbia prospectiva, nos autorizan para no descartar ningún escenario, por lejano que se antoje.

Y así, Kaplan avizora que el desgaste infligido por la guerra de Ucrania socavará las bases del poder de la cleptocracia rusa. Porque Putin, el líder ruso que más poder personal ha acumulado desde Stalin, ha condenado a Rusia a una ausencia de institucionalidad (algo que no sucede en China) que haría imposible la continuidad de su dominio.

Del mismo modo, arguye que ya no resulta tan inverosímil pensar en un cambio de régimen en Irán. Invoca Kaplan las diferencias entre el mundo árabe y la civilización persa, que sí ha alumbrado un importante sustrato de clases educadas y urbanizadas, posee un mayor nivel de desarrollo político y cuenta con experiencia constitucional. Por eso, se opone al cliché de que sin el régimen de los ayatolás Irán se sumiría en el caos, y lo considera un sistema puramente contingente.

E, igualmente, cabe postular que el régimen comunista chino, que tan definitivo se nos aparece, podría ser tan sólo una dinastía más en la milenaria historia de China, por lo que podemos imaginar que pasará como las demás.

Si Robert Kaplan defiende la imaginación como herramienta analítica, es en virtud de una lección de la Historia, especialmente de la más reciente: «En geopolítica suceden muchas cosas que nadie podía imaginar hasta que suceden».