Kevin Roberts-El Debate
  • El patrón está claro: Sánchez está siguiendo un curso en política exterior que rechaza abiertamente a los EE.UU., socava la OTAN, apacigua a China y coquetea con fuerzas antidemocráticas en todo el planeta

En los últimos meses, algunos europeos han empezado a murmurar: ¿Estados Unidos va a abandonar la OTAN? Según el presidente Trump en la cumbre de la OTAN en La Haya, la respuesta es no, enérgica y categóricamente no. La verdadera pregunta es si otro país está tratando de eludir sus compromisos: España.

La semana pasada, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, rechazó sumarse a la mayoría de la OTAN que defiende un nuevo hito en defensa que se antoja fundamental: comprometer el 5 % del PIB para la defensa común de la alianza. No se trata de una propuesta banal. Es el reconocimiento necesario y ya con retraso de que el mundo posterior a la Guerra Fría sigue exigiendo formalidad en cuanto a la defensa europea se refiere.

¿La excusa de Sánchez? Financiar las Fuerzas Armadas españolas puede ralentizar su «transición verde». En un momento en el que la OTAN afronta dos conflictos activos y en el que la alianza se está preparando ante amenazas no solo de Rusia sino también de China e Irán, entre otros, el presidente español pretende abstenerse en aras de la política climática.

Este rechazo a contribuir al futuro de la OTAN ha provocado, con razón, la ira de varios líderes de la Alianza Atlántica. El presidente Trump, cuya Administración ha garantizado el histórico compromiso del 5 %, califica el movimiento de Sánchez como de «terrible». Y advierte de que los Estados Unidos (que suponen casi dos tercios del presupuesto total de defensa de la alianza) exigirán que España «pague más del doble» si Sánchez se niega a cooperar.

La decisión de Sánchez no solo ha contrariado a sus aliados. Resulta frustrante para su propio país. Las encuestas revelan que el 60 % de los españoles es de la opinión de que su debilidad en política exterior está dañando la reputación global de España. Tienen razón.

Pedro Sánchez no está defendiendo los intereses del pueblo español, algo que no debería sorprender habida cuenta de que perdió las últimas elecciones. Lidera un gobierno en minoría que solo sobrevive gracias a haber alcanzado cínicos acuerdos con comunistas, separatistas e incluso partidos con vínculos terroristas. Su legitimidad es tan inestable como sus principios.

Esta última debacle en la OTAN es tan solo el último eslabón en una ya larga cadena de posturas antiestadounidenses y en contra de las políticas occidentales.

En mayo, España reconoció formalmente un Estado palestino dieciocho meses después del 7 de octubre de 2023, cuando se produjeron los ataques de Hamás contra Israel. Este movimiento socavó directamente la diplomacia estadounidense y recompensó a una Autoridad Palestina que sigue negándose a renunciar a Hamás o a comprometerse con la paz.

En abril, Sánchez visitó Pekín tan solo días después de que el presidente Trump anunciara aranceles radicales para el Partido Comunista chino. Mientras los EE. UU. hacían retroceder a su rival geopolítico más peligroso, Sánchez se daba la mano con Xi Jinping y ofrecía España como un «puente» entre China y la Unión Europea. Fue un insulto diplomático (y una metedura de pata estratégica).

En marzo, Sánchez celebró una cumbre de alto nivel a la que asistió José Luis Rodríguez Zapatero (el expresidente del Gobierno español que, en 2003, saltó a los titulares por su negativa a ponerse en pie cuando la bandera estadounidense pasaba en un desfile militar). La presencia de Zapatero no fue casual. Se trataba de un mensaje: este gobierno quiere reavivar el sentimiento antiestadounidense de principios de los años 2000.

Pero, quizás, lo más preocupante sea el comportamiento de Sánchez en el hemisferio occidental. A lo largo del último año, su gobierno ha estrechado lazos con regímenes favorables a China y contrarios a los Estados Unidos en América Latina, trabajando para conformar lo que solo puede describirse como un bloque geopolítico de izquierda en nuestro propio terreno. Esto supone un quebrantamiento directo de la seguridad de nuestro hemisferio. Y no se puede tolerar.

El patrón está claro: Sánchez está siguiendo un curso en política exterior que rechaza abiertamente a los EE.UU., socava la OTAN, apacigua a China y coquetea con fuerzas antidemocráticas en todo el planeta.

Esto ha dejado de ser un pequeño desacuerdo entre aliados. Se trata de una posible ruptura.

Cuando España se incorporó a la OTAN en 1982 se vivió como un momento de triunfo, una declaración de que el pueblo español estaba dando la espalda a décadas de dictadura y buscaba su sitio en el Occidente democrático. España se convirtió en uno de los socios más fiables de los EE.UU. en Europa. La alianza salió beneficiada. El pueblo español salió beneficiado. Occidente salió beneficiado.

Pero Sánchez está poniendo en riesgo toda esta cooperación. Y, salvo que dé marcha atrás, estará plenamente justificado que los Estados Unidos recurran a cada herramienta diplomática de la que dispongamos para defender nuestros intereses y defender la integridad de la OTAN.

Esto incluye aranceles. Esto incluye sanciones. Esto incluye retirar tropas estadounidenses presentes en las importantes bases españolas. Esto incluye reafirmar la Doctrina Monroe y castigar a las naciones del hemisferio occidental que se pongan del lado de la radical política exterior española.

No queremos tomar estas medidas. Los españoles son nuestros amigos. Su cultura, su economía y sus aspiraciones están en consonancia con las nuestras. Se merecen algo mejor que un líder que trata a la OTAN como algo secundario y a los EE. UU. como un adversario. Y las encuestas sugieren que ellos buscan uno.

Pero, hasta que puedan celebrarse elecciones, esperemos que Sánchez escuche a su propio pueblo antes de que pierda lo que queda de la reputación española en el mundo.

  • Kevin Roberts es presidente de The Heritage Foundation