Carlos Souto-Vozpópuli
- Sánchez está más solo que la Voyager 1. Todavía no lo sabe, pero hasta los más cercanos ya tienen planes de evacuación
La estrella de Pedro Sánchez, otrora brillante en las galaxias europeas del progresismo, parece haber entrado en un espiral irreversible que lo atrae y lo abduce.
Como un agujero negro se traga la materia, así Pedro y parte del PSOE están siendo engullidos por lo que será un capítulo oscuro de su historia. El gobierno gira sobre sí mismo, atizado de pronto por una fuerza centrífuga, expulsando piezas a toda velocidad y cuando no lanza colaboradores contra los bordes institucionales, los atrae al centro para que choquen entre sí como partículas desbocadas. El resultado es el mismo: caos. Rozando la histeria colectiva.
O sea que, en términos galácticos, Sánchez está siendo arrastrado hacia un agujero negro. En términos políticos, hacia el escarnio público.
Y en este punto, al presidente le quedan sólo dos caminos: resistir —como una estrella que simplemente retrasa con gestos disparatados su verdadera desaparición final— o apelar a otro destino natural: convertirse en una estrella fugaz. Porque las estrellas fugaces, seamos honestos, lo son porque se fugan.
Tienes que tener buen ojo para verlas, y de pronto, no están, Pedro. No están.
Lo mejor que podría hacer Sánchez es preparar algo con estilo. No hay que descartarlo. Tiene amigos en lugares donde todavía hay sombra para el sol del sanchismo.
Ahora bien, la idea de fugarse puede parecer extrema para un jefe de gobierno europeo. Pero Pedro nunca fue exactamente eso. Fue —y es— una anomalía sentimental. Un primer ministro que confunde la autoridad con el artificio, la gobernabilidad con el algoritmo y la política exterior con la lista de contactos de Zapatero.
Por eso, ante la inminencia del colapso, lo mejor que podría hacer Sánchez es preparar algo con estilo. No hay que descartarlo. Tiene amigos en lugares donde todavía hay sombra para el sol del sanchismo.
Por ejemplo, podría encontrar la hospitalidad caribeña de quienes siempre supieron convivir con líderes simpáticos y contradictorios. Tiene allí amigos, conocidos y algún que otro asesor en retiro. En Gaza, también tiene amigos y podría ser recibido como una voz autorizada del progresismo occidental extraviado.
Y ni hablar de Venezuela, donde Zapatero ya le tiene el sofá preparado. Maduro, agradecido por tantas omisiones retóricas y tanto silencio funcional, podría organizarle una embajada, una ONG o un programa de televisión en Telesur.
Para colmo, Pedro va a contramano de sus colegas europeos. Mientras Europa busca retomar el centro político tras la marea populista, él sigue cortejando a la periferia ideológica con entusiasmo adolescente. Sus alianzas no son con Olaf Scholz, con Macron o con los verdes alemanes. Son con Puigdemont, con Otegi, con Yolanda y con personajes que, en cualquier otra constelación democrática, ni siquiera entrarían al sistema.
Y eso no pasa desapercibido. Hoy Sánchez está más solo que la Voyager 1. Todavía no lo sabe, pero hasta los más cercanos ya tienen planes de evacuación.
En España es ahora cuando viene lo peor, porque empiezan las deserciones, los abandonos y las revanchas. Pisaron muchos callos, dejaron muchos dedos marcados en los cristales de las ventanas de la Moncloa
En Bruselas no lo escuchan. En Berlín no lo entienden. En París apenas lo toleran. En Washington, Donald Trump lo considera “another radical socialist”, lo que en su vocabulario significa “persona non grata”. Por el sur, tampoco hay consuelo: Javier Milei no lo puede ni ver, lo llamó “corrupto” sin metáforas ni diplomacia, y lo puso en la lista negra de su agenda emocional.
Además, cualquier argentino podría explicarle que primero cae gente de poca monta. Pero vertiginosamente el agujero negro se los traga y pide más. Le pasó lo mismo a Cristina Kirchner, hasta que terminó en la cárcel su super ministro, el todo poderoso Julio De Vido, tan desconocido aquí como Santos Cerdán en la Argentina. Pero el paralelismo es asombroso. Y de allí en adelante todo ha sido para ella un tobogán judicial.
En España es ahora cuando viene lo peor, porque empiezan las deserciones, los abandonos y las revanchas. Pisaron muchos callos, dejaron muchos dedos marcados en los cristales de las ventanas de la Moncloa. Firmaron muchos papeles llenos de palabras cortas y números largos. Y ni hablar de que lo grabaron todo, o lo dejaron grabar, y las pruebas ya son casi tantas como las que acumuló Cristina, sin ánimo de ofender a Cristina con la comparación, claro.
Ya no enamora ningún relato. Se caen las máscaras. Se desarman las líneas, se desordena la tropa. Hay periodistas que ya se lanzan a los botes; por el momento remando lento, para que no se note
Así que fugarse no sería una derrota: sería una estrategia. Si Cristina lo hubiera hecho hoy no estaría presa sino tomando mojitos en Cuba. Mejor salir con algo de dignidad cósmica que quedar pulverizado por la succión de tu propio agujero negro. Como pudo haber escrito Karl Kraus: “El caos no se anuncia, se instala.” Y aquí ya se instaló.
La otra opción, claro, es resistir. Pero incluso esa resistencia tendría que venir con una épica que Sánchez ya no tiene. El traje le queda cada vez más grande. El hashtag #YoConCristina y los últimos buses llenos de acarreados a su sede fueron la antesala de su caída. Aquí eso ya está pasando; falta el #FuerzaPedro y esto se termina.
Ya no enamora ningún relato. Se caen las máscaras. Se desarman las líneas, se desordena la tropa. Hay periodistas que ya van a los botes; por el momento remando lento, para que no se note. Hay ministros peleando entre sí, portavoces que tartamudean, y una sensación generalizada de que el presidente ya no está allí. O peor: de que está, pero da igual.
Por eso, si eliges ser una estrella fugaz, hazlo con rapidez y coraje. Fúgate, Pedro.
Y que el universo te sea leve.