Rebeca Argudo-ABC

  • Debo decir que a mí la impertinencia verbal me parece civilizatoria

He visto unas imágenes perturbadoras: un grupo de gente, en apariencia tan normal como cualquiera que se pueda cruzar uno mientras espera que el semáforo cambie a verde, se enfurecía cuando un periodista hacía preguntas a otra periodista, agrediéndole. El periodista que preguntaba era Vito Quiles y la periodista preguntada era Silvia Intxaurrondo. Pero eso es lo de menos, porque aquí lo espeluznante fue la reacción de los espontáneos, de los actores secundarios e irrelevantes de la escena. Y eso es independiente de todo lo demás, porque es justo ahí donde se cruza la frontera de la palabra a la acción (a la agresión). Debo decir que a mí la impertinencia verbal me parece civilizatoria, porque es ahí donde se ejerce el acto de contención que facilita el pacto social de renuncia a la violencia: consentimos que un maleducado pueda, quizá, en un momento dado, insultarnos o incomodarnos a cambio de que ninguno de nosotros haga uso de la violencia. Dicho de otro modo: me parece un peaje justo que alguien a quien no le gustan mis columnas me miente a la madre si, a cambio, ninguno me parte la cara.

Eran, digo, personas normales. Como usted y como yo (solo que usted y yo no le arrancaríamos de las manos a nadie su herramienta de trabajo por pensar diferente o porque ha incomodado a nuestro ídolo, de tenerlo). Empujaban y zarandeaban al chaval mientras otros coreaban «fuera, fuera» dando palmas, e Intxaurrondo se alejaba, impertérrita. Como si tras ella no dejase el lamentable espectáculo de un grupo de energúmenos enojados sino, no sé, un prado verde recién regado. A ella, plín. La escena es hipnótica. Como aquellas de nuestra infancia cuando en los noticiarios aparecía el asesino de turno recién detenido y una turba voluntariosa (nunca supe cómo ni por qué se congregaban allí, ni si eran siempre los mismos, como los hinchas del Betis es un poner) zabuqueaba el coche deseándole a gritos la peor de las muertes. Muy civilizado todo. Tan civilizado como los que se referían a ellos como «el pueblo defendiendo la democracia». Y ahí radica el verdadero peligro. Esa frase condensa la gran amenaza actual: una buena parte de la ciudadanía cree que ‘democracia’ es sinónimo de ‘pensar como uno mismo’ y ‘fascismo’ significa ‘pensar diferente’. Y, de manera irresponsable, una serie de personajes siniestros (los Iglesias, los Monteros, los Urtasuns…) con espurios intereses alientan ese desconocimiento y dinamitan conceptos clave para la convivencia como ‘respeto’, ‘pluralidad política’, ‘libertad de pensamiento’ o ‘intercambio de ideas’.