Carlos Martínez Gorriarán-Vozpópuli
- El AVE era un negocio astronómico con amplios márgenes para la corrupción más salvaje
Las imágenes de trenes parados con el pasaje abandonado en medio de la estepa, y de la T4 de Barajas abarrotada como en una fuga de guerra, son los iconos del desmoronamiento de España en el tercermundismo. Se añaden a las del masivo apagón peninsular de abril que no han explicado aún, y la de los efectos de la Dana, de sobra anunciada, que asoló Valencia. Y si hemos de creer la euforia económica gubernamental, que recauda más que nunca, es evidente que la explicación de esta calamidad no es económica ni natural, sino efecto de la confluencia de la corrupción absoluta con la más pura ineptocracia, las del Gobierno de Progreso de Pedro Sánchez.
Añadamos que estas escenas dantescas suceden en pleno verano en un país que recibe cerca de noventa millones de turistas: el daño reputacional es incalculable, porque hemos pasado de presumir de trenes y aeropuertos ejemplares a la vergüenza de espectáculos bochornosos diarios que nos devuelven a la España de posguerra con racionamiento, apagones y miedo.
Trenes mágicos y mito ferroviario
El desastre ferroviario es particularmente significativo por el elevado simbolismo del AVE desde 1992, que -como el Barça- es mucho más que un tren. O estaba llamado a serlo. En mis años de diputado por UPyD en el Congreso (2011-2016) me tocó llevar las cosas de Fomento y me introduje en el fascinante tema de la política ferroviaria, caracterizada por el apoyo cuasi unánime de partidos y establishment, con extravagante triunfalismo y, como pronto se comprobó, también peligrosa irresponsabilidad.
El 24 de julio de 2013 dio motivos de luto con el terrible accidente en Angrois, Galicia, del falso AVE (llamado por eso Tren Frankenstein) urdido en su momento por motivos electorales por el entonces ministro de Fomento y secretario de organización del PSOE, José Blanco. El accidente, causado por claras deficiencias de seguridad que respondían a la urgencia política de inaugurar como fuera la “alta velocidad para Galicia”, se cobró 80 muertos y 144 heridos (aquí pueden ver el impresionante documental de la plataforma de afectados).
Una falacia descomunal, pero había que creer en que el tren mágico obraría el milagro de articular el país que la política estaba desarticulando (y llenaría muchos bolsillos ávidos, claro está).
Con José Blanco, de regreso a la palestra con la organización criminal en que han convertido al PSOE, descubrimos un pluriempleo repetido en los gobiernos de Sánchez con José Luis Ábalos y Santos Cerdán, todos ellos con un perfil humano similar de militantes de base elevados a las más altas tareas de férreo control del partido y demolición y saqueo del Estado. Sin duda aprenderemos mucho de este interesante vaso comunicante con la investigación de la UCO y la instrucción judicial.
Pero volvamos a la política, o más bien mito ferroviario. En el Congreso descubrí que PSOE y PP compartían una mentalidad tecnocrática decimonónica resumida en este mantra: el AVE iba a conectar todas las capitales de provincia. Una falacia descomunal, pero había que creer en que el tren mágico obraría el milagro de articular el país que la política estaba desarticulando (y llenaría muchos bolsillos ávidos, claro está).
Dediqué mucho trabajo a insistir en que, cuando menos, sonaba irracional endeudarse sin límite en la que se definía triunfalmente como la segunda red de alta velocidad ferroviaria del mundo, después de China, y sin verdaderos estudios de rentabilidad y amortización de la enorme inversión, ni de sus efectos en los preteridos trenes regionales y de cercanías. Francia, que empezó la creación de una red de alta velocidad ferroviaria y es un país más rico, más poblado, con muchísimo turismo y con una geografía más amable, ha seguido el criterio económico de no construir líneas sin rentabilidad razonable.
¿Por qué España rechazó un principio tan sensato? Todo indica que el AVE era el matrimonio de conveniencia de un pensamiento anacrónico con dos siglos de viejo (el tren lleva la riqueza y une lo que la historia o la política desunen), irracionalidad política y, sobre todo, un negocio astronómico con amplios márgenes para la corrupción más salvaje: esa que está aflorando en las andanzas de los altos cargos imputados de Renfe y Adif.
Se negaba el hecho objetivo de que el falso AVE para todos conllevaba el abandono de trenes regionales y cercanías, y el cierre de líneas y estaciones vitales para comarcas enteras, sacrificadas en el altar del culto a la alta velocidad
Para hacerse una idea del pensamiento mágico ferroviario, el diputado del BNG Francisco Jorquera replicó a mis críticas a la inversión frenética en alta velocidad, y eso después del accidente del Tren Frankenstein (vaya, el desgraciado tren también anticipaba lúgubremente el Gobierno por venir…), proclamando con rotundidad que Galicia tenía derecho a todo lo que tuvieran los demás, incluso a recibir un meteorito gigante o un terremoto… Pero este era y es el clima del “debate político territorial” desde el primer gobierno de Zapatero, y nos ha arrastrado a esta degeneración.
Así que el AVE se convirtió, sin que las críticas razonadas merecieran sino unánime desdén (aquí pueden ver una mía), en el símbolo de la España de progreso y su milagro económico: se mostraba y paseaba con orgullo a visitantes extranjeros, y se mentía descaradamente sobre su inmediata extensión a todo el territorio nacional; solo la famosa Y griega vasca arrastra veinte años de retraso. También se negaba el hecho objetivo de que el falso AVE para todos conllevaba el abandono de trenes regionales y cercanías, y el cierre de líneas y estaciones vitales para comarcas enteras, sacrificadas en el altar del culto a la alta velocidad, que no tolera exceso de paradas.
La fe en el AVE, el nuevo Bienvenido Míster Marshall, permitió engatusar a los alcaldes prometiéndoles el tren mágico, sí, pero sin decirles que pasaría como una exhalación; en el paraíso del despilfarro y la hipocresía, se hicieron estaciones sin paradas, y se han inaugurado falsos AVES, como el de Extremadura. Pero lo que no estaba en el guion es que, con Sánchez, el asalto socialista y comunista a Renfe y Adif buscara ante todo regalar la gallina de los huevos de oro a sus principales conseguidores, recaudadores, ineptos e incluso amantes. La corrupción sistémica del sanchismo, más su patológica ineptitud, ha precipitado el fallo en masa de una política ferroviaria que nació irracionalmente politizada por mil intereses extraños a los viajes.
Donde nada funciona
Los trenes tirados en medio de la nada denuncian la pútrida naturaleza de la España del PSOE. Su Gobierno recibió, pese a todos los defectos, una red ferroviaria eficiente y bien valorada, y se irá dejando una red descalabrada donde nada funciona, ni el vital servicio de cercanías, ni los regionales cada vez más desvencijados, ni los AVE que fueran de lujo. Es el efecto del combinado de barbarie política, corrupción sistémica e ineptocracia integral que tan bien representan la figura y modales antropoides del ministro Óscar Puente, que maltrata a España como si fuera su destrozado tren de juguete.