Mikel Badiola González-El Correo

  • La sociedad valora más las denominadas ‘cosas del comer’

Se suele defender la democracia como un fin en sí mismo, de manera que, una vez alcanzada, habríamos llegado a la meta de la carrera política de la sociedad. Es un craso error. La democracia es un modo de organización política, cuya caracterización como gobierno del pueblo induce a pensar que es un instrumento eficaz para lograr un buen nivel de bienestar social. Pero hay que lograrlo, y la democracia no garantiza que vaya a ser así, ni es así en muchos casos.

El eje del bienestar social, en perspectiva política, es que la ciudadanía se sienta arropada por las administraciones públicas, que perciba que se preocupan de la gente y de sus problemas, que tenga la confianza en que será oída y atendida, y que las indicadas organizaciones públicas tengan credibilidad ante la sociedad, ante toda la sociedad.

Contribuye al bienestar social una política sana, respetuosa, rigurosa, sin insultos ni bulos ni mentiras. Recuerdo que en la niñez, nuestros padres, madres y profesores nos decían que mentir era algo muy feo. Sin embargo, ahora vemos en tiempo real a políticos y políticas mentir descaradamente sobre hechos conocidos. Si la gente tuviera que optar entre una política exenta de tales despropósitos o tener democracia, ¿qué elegiría?

Tengo la convicción de que la igualdad, garantizada por la Constitución y los tratados internacionales, es una pieza esencial del bienestar social, aunque su aplicación jurídica es como pisar verdín. La ciudadanía es muy sensible a la desigualdad injustificada y a la discriminación. Sin embargo, en ocasiones vemos que hay personas técnica y profesionalmente muy preparadas que son postergadas en beneficio de otras personas cuyo mérito fundamental es pertenecer a algún grupo político. Si la gente tuviera que optar entre una igualdad sin fisuras o tener democracia, ¿qué elegiría?

Actuar conforme a la ley no provoca aplausos, a pesar de que impregna las capas estructurales de un buen bienestar social. Sin embargo, actuar contra la ley es corrosivo para la democracia, pues aquella es un pilar esencial de ésta. La corrupción política y social, pública y privada, hace pensar que la política y las instituciones, y la propia democracia, son un cachondeo. Si la gente tuviera que optar entre el cumplimiento de la legalidad, o tener democracia, ¿qué elegiría?

Se hace hincapié en las deficiencias del sistema sanitario (escasez de médicos, largas listas de espera,…). Es indudable que la salud está en el núcleo del bienestar social. Si la gente tuviera que optar entre una atención asistencial ágil y de calidad o tener democracia, ¿qué elegiría?

También se dice que ha disminuido el nivel de conocimiento y de exigencia en la educación. Desde luego, no hay duda de que la preparación y formación de las generaciones actuales y futuras es otro ingrediente central del bienestar social. Si la gente tuviera que optar entre una educación rigurosa y de calidad o tener democracia, ¿qué elegiría?

Poner un semáforo en un lugar peligroso tampoco suscita dudas sobre su alineamiento con el bienestar social. Pero su colocación después de haberse producido un accidente mortal, y tras una prolongada reivindicación, no parece que sea un ejemplo del mismo bienestar. Si la gente tuviera que optar entre la seguridad y la prevención de riesgos, o tener democracia, ¿qué elegiría?

La sociedad valora más las denominadas ‘cosas del comer’, como signo de bienestar social, que la democracia en sí misma. Pienso que la democracia ya no tiene tanto tirón como el que tenía en la época de la Transición Política hace casi 50 años. Entonces, la sociedad estaba dispuesta a soportar déficits de bienestar social a cambio de una democracia que enterrase la dictadura franquista. Pero ahora, la situación ha cambiado, y la gente tiende a evaluar la democracia por el grado de bienestar social que se obtiene en ella.

Descuidar el bienestar social, en cualquiera de sus facetas, es dar patadas a la democracia, con el riesgo de convertirla en una palabra hueca. Una democracia de calidad exige un bienestar social de calidad. La llamada regeneración democrática no debería olvidarse de esto.

Se llena la boca con la apelación continua a la democracia para depurar las conductas contrarias, pero se tiende a olvidar que su protección eficaz exige un potente bienestar social, que va bastante más allá del bla, bla, bla.