Jesús Cacho-Vozpópuli
- Un país donde casi nada funciona. Una España en vías de subdesarrollo. Una España de apagones. Pero no solo es la quiebra de las infraestructuras. Es mucho más
La muerte del futbolista portugués Diogo Jota y de su hermano André Filipe, fallecidos en la madrugada del jueves a consecuencia de un trágico accidente ocurrido en la autovía A-52 que une Benavente (León) con Porriño (Vigo), tal vez hubiera podido evitarse si la Dirección General de Carreteras hubiera invertido lo suficiente para mantener la capa de rodadura en unas condiciones mínimamente aceptables. Hace años que los usuarios de esa vía vienen denunciando la situación de abandono, los desniveles, cuando no socavones, del firme, las grietas en múltiples tramos, las rodadas de los vehículos pesados, los parches en el carril derecho que obligan a muchos conductores, aún a riesgo de sanción, a circular por el izquierdo, una situación particularmente peligrosa en días de lluvia o escasa visibilidad. El deterioro de la A-52 ni es nuevo ni es único. Las autovías radiales (antiguas Nacionales) que desde los años setenta unen Madrid con la periferia son una auténtica trampa mortal para conductores desprevenidos tentados a pensar en algún momento que ruedan por una autopista de verdad. Hace décadas que estas vías, que soportan un tráfico intenso, hubieran necesitado no de un lavado de cara sino simple y llanamente de un trazado nuevo acorde con los tiempos. Toda la red de carreteras presenta un estado lamentable por falta de inversión en su mantenimiento. Autopistas antaño de peaje han vuelto a ser de tránsito libre con el consiguiente y rápido deterioro porque nadie se ocupa de su conservación. Hay dinero para todo menos para el cuidado de las infraestructuras básicas. Desidia. Conozco bien el caso de una autovía de trazado relativamente reciente, la A-67 que une Palencia con Santander, convertida a poco de ser inaugurada en una auténtica gymkana donde es imposible pasar de los 100 km hora so pena de jugarte la vida. A la falta de inversión se une la corrupción, corrupción de la constructora que oferta a la baja precios temerarios, y corrupción de la autoridad correspondiente que recibe la obra nueva, o la reparación integral de la vieja, sin preguntarse por la calidad de los materiales empleados.
Las únicas inversiones en infraestructuras han tenido lugar en la red ferroviaria de alta velocidad, con abandono total de la red secundaria que antaño daba servicio a millones de personas. De nuevo un ejemplo práctico: la línea de AVE que unirá Palencia con Santander (un decir, porque la alta velocidad solo llegará hasta Reinosa) se ha convertido en quintaesencia del disparate, una obra -imposible de rentabilizar a medio y largo plazo- debida al capricho de un charlatán de medio pelo, el ex presidente cántabro Revilla, que la planteó como una exigencia personal a Pedro Sánchez a cambio de su apoyo parlamentario. Los recientes sucesos ocurridos en distintas vías de AVE, con miles de pasajeros abandonados durante horas, sin información y sin una simple botella de agua, o el todavía más reciente escándalo de las filas kilométricas de Barajas para pasar el control de pasaportes, han tenido la virtud de despertar de la siesta a millones de españoles convencidos de vivir en el mejor de los mundos cuando la pura y dura realidad es que habitan un país que camina aceleradamente hacia el Segundo Mundo. Un país donde casi nada funciona. Una España en vías de subdesarrollo. Una España de apagones. Pero no solo es la quiebra de las infraestructuras. Es mucho más. Es una Sanidad cuya calidad se deteriora a ojos vista, con listas de espera inaceptables y con profesionales que huyen al extranjero donde son mejor retribuidos y tratados. Es una enseñanza caída en el pozo del aprobado general, igualdad en la mediocridad, por culpa de unos Gobiernos que han renunciado a la excelencia porque conscientemente desean consumidores amaestrados dispuestos a dormitar en el rebaño. La masa en versión Elias Canetti. Es una Justicia que tarda 10 años en resolver pleitos que en Estados Unidos se sustancian en seis meses, con jueces y fiscales mal pagados y ahogados por montañas de papeles. Es una Administración que no atiende, con ventanillas cerradas (“vuelva usted mañana”) a pesar de que el número de funcionarios públicos no ha dejado de crecer. Es la vivienda, de nuevo convertida en otra gran burbuja. Es la España absurdamente cara, que soporta resignada un escandaloso desequilibrio entre precios y salarios…
Un país donde casi nada funciona. Una España en vías de subdesarrollo. Una España de apagones. Pero no solo es la quiebra de las infraestructuras. Es mucho más
Según datos de la IGAE (Intervención General de la Administración del Estado), en 2017, último ejercicio cerrado por el Gobierno Rajoy, el total de recursos no financieros del Estado fue de 444.005 millones de euros, equivalente al 37,95% del PIB, cifra a la que hay que añadir los 35.903 millones de déficit con que cerró el año (3,07% del PIB). En total, 479.908 millones. Pues bien, en 2024, esos ingresos ascendieron a 672.659 millones (incremento acumulado del 51,4%), equivalente al 42,26% del PIB, suma a la que hay que añadir los 50.187 millones de déficit público con que cerró el ejercicio (3,15% del PIB). En total, 722.846 millones de euros. Lo anterior permite afirmar que el aumento de ingresos fiscales -fondos europeos, inflación, subidas de impuestos (la más importante de las cuáles es el aumento del tipo efectivo del IRPF, más de 14.000 millones anuales)- ha ido íntegramente al sumidero de un gasto público que ha aumentado casi cuatro puntos y medio de PIB, pasando del 41,02% al 45,42% del PIB (en cifras absolutas de 479.908 millones en 2017 a 722.846 millones en 2024, gasto público total consolidado, lo que en términos nominales es un récord histórico). De modo que el Gobierno Sánchez se ha pulido cerca de 245.000 millones de euros extras entre los ejercicios de 2018 y 2024, dinero en parte destinado al pago de unas generosas pensiones, asunto convertido en la nube negra que amenaza la estabilidad financiera de un país que ha decidido vivir al día como si no hubiera un mañana, porque nadie se atreve a contarle la verdad al voto pensionista. ¿Cuántos de esos 243.000 millones extras serían necesarios para mantener en buen estado la red viaria básica? Una cifra muy menor, pero no hay dinero para la mejora de las infraestructuras, ni para revertir el deterioro galopante de la Sanidad, la Educación, la Justicia y los servicios básicos que el Estado presta a la ciudadanía. Si lo hay para subvenciones y paguitas destinadas a alimentar el caladero de voto socialista, ayudas al desarrollo (la contribución que los pobres de los países ricos hacen a los ricos de los países pobres), ONGs del más variado pelaje (todas de izquierdas), dinero inexplicado a Marruecos y un larguísimo etcétera que el capo de la banda que nos gobierna maneja con absoluta liberalidad. Como alguien ha escrito, el socialismo no es un fracaso económico: es un saqueo exitoso.
La inversión en infraestructuras fue una de las grandes víctimas de la crisis financiera de 2008, al punto de que en 2024 esas inversiones no llegaban ni a la mitad (apenas el 41%) de las de aquel año. El resultado está a la vista. Imposible, por otro lado, no relacionar el deterioro imparable de los servicios con el espantoso clima de corrupción en el que vivimos, el saqueo de lo público, los fraudes en ayudas, concesiones y licitaciones, el nepotismo y el acomodo de familia, amigos y putas en la nómina de las empresas públicas. Todo parece tolerarlo con resignación un Juan Español que lleva 20 años viendo caer su renta per cápita, viendo descender su poder de compra, viviendo peor en suma, con las nuevas generaciones condenadas a no poder comprar una vivienda y formar una familia. Lo que no decae es la fiebre recaudatoria de este Gobierno. “La recaudación tributaria ha vuelto a acelerar en 2025” escribía esta semana J. Jorrin en El Confidencial. “En los cinco primeros meses del año, la Agencia Tributaria (AEAT) recaudó 122.000 millones (devoluciones incluidas), lo que supone un incremento de la recaudación del 11,5% respecto de los mismos meses del año anterior”. Es lo único que de verdad funciona en España. El puño de hierro de Hacienda en búsqueda insaciable de recursos en los bolillos de las clases medias con los que atender el despilfarro, si no el saqueo, socialista. Una AEAT que trata a los ciudadanos como delincuentes y no como sujetos de pleno derecho. Una institución que maltrata a las pymes y al ciudadano normal que no puede permitirse el lujo de litigar durante años, de costearse abogados y de tener que pagar las multas para poder acudir a los tribunales. Una institución en guerra con la ciudadanía.
Si hay dinero para subvenciones y paguitas destinadas a alimentar el caladero de voto socialista, ayudas al desarrollo, ONGs del más variado pelaje, dinero inexplicado a Marruecos y un larguísimo etcétera
Y un Gobierno empeñado en hacer la vida cada día un poco más difícil, más cara, más mediocre, a ese ciudadano normal que se niega a abdicar de su capacidad para decidir libremente su futuro. Un futuro que, a falta de un gran movimiento regenerador, en lo político y lo económico social, que no se avizora en el horizonte, solo puede ir a peor. Por varios motivos. Los intereses de la deuda, por ejemplo, que se ha financiado a tipos muy bajos y que habrá que refinanciar a tipos más elevados a su vencimiento. El envejecimiento de la población, que va a disparar al alza un gasto sanitario (sin mencionar la dependencia) ya muy elevado. Y, naturalmente, las pensiones, el elefante en la habitación. La CE prevé un aumento de 6,6 puntos de PIB (110.000 millones de incremento anual al PIB actual) para 2070, derivado fundamentalmente de la reforma de Escrivá. Y por si las desgracias fueran pocas, al elenco se ha sumado el gasto en Defensa, que quizás no sean los 5 puntos de PIB que Trump reclama desde Washington, pero sí otro punto y medio, es decir un mínimo de 20.000 millones a medio plazo. Si a esta ensalada se le añade el cupo para Cataluña, esa financiación singular base del acuerdo de investidura entre PSC y ERC que permitió a Salvador Illa convertirse en presidente de la Generalidad, entonces el cóctel es simplemente insostenible, como Jesús Fernández-Villaverde y Francisco de la Torre han puesto de manifiesto en su “La factura del cupo catalán: Privilegios territoriales frente a ciudadanía”.
Un español residente en China desde hace años resumía días atrás en twitter sus impresiones tras una reciente visita a España: “Da la sensación de que se trabaja para sobrevivir, sin más, y nadie tiene sueños de grandeza. Todo el mundo va tirando y no hay quien crea en la clase política. Sin una élite capaz a la que referenciarse, el español es incapaz de propulsarse y buscar un destino colectivo al que darle grandeza. Al mismo tiempo, noto un gran rechazo al desarrollismo. Todo lo majestuoso y colosal está mal visto. El trampantojo ecologista ha calado y se rechaza cualquier intervención humana amplia. El “gran cambio” de La Coruña parece estar en la calle San Andrés, por ejemplo, que está parcialmente peatonalizada y con banquitos y arbolitos. Eso es lo que quiere la mayoría de la gente: intervenciones mínimas que queden bien”. Esa falta de ambición colectiva, ese abrazo a la mediocridad, esa resignación, está muy presente en la madrileña “Operación Chamartín”, quizá el desarrollo urbanístico más ambicioso de los actualmente en marcha en España. Desde hace 32 años, Madrid espera el arranque de este megaproyecto que cual desventurado Sísifo es víctima de interminables conflictos judiciales, trabas burocráticas y trámites administrativos que amenazan con postergar su virtualidad otras tantas décadas. “En el mejor de los escenarios, solo unas pocas viviendas podrían empezar a entregarse dentro de cinco años, porque la realidad es que faltan todavía muchos hitos por cumplir en todo este desarrollo”. Cuando la “Operación Chamartín” se compara con la velocidad y la audacia con la que en China se ponen en marcha -y se terminan- faraónicas obras de infraestructura, la conclusión no puede ser más desoladora para los españoles. “Para cualquiera que haya viajado por Asia, es evidente que España se ha quedado atrás. Una isla de disfrute a costa de sus propios habitantes, dirigidos por una elite cipaya que vende el país al por menor, viviendo de rentas del pasado mientras camina hacia el abismo”.
De alguna manera los españoles tienen lo que se merecen, lo que hemos elegido, lo que hemos votado. Desde 2004 al menos hemos puesto el futuro del país en manos de vagos y maleantes, algo que, más allá de las ideologías, debería avergonzarnos como ciudadanos europeos del siglo XXI. A un presidente tonto de baba, además de mala persona (Zapatero), le sucedió otro inepto, un tipo que a duras penas hubiera podido dirigir una junta de vecinos (Rajoy), y tras este llegó a la Moncloa un aventurero de la política con ínfulas de dictador, además de un acreditado delincuente (Sánchez). Los españoles les elegimos. Al final, la clase política de un país es el reflejo fiel del capital humano que lo compone. Los partidos no hacen sino trasladar la voluntad colectiva de sus votantes. En España no hay partidos reformistas porque el español medio abomina de las reformas y solo acepta lavados de cara, revoques de fachada. Por eso resulta casi imposible pensar en un Gobierno capaz de meterle mano al gasto público (y reducir impuestos, dejando el dinero en el bolsillo de sus dueños), porque el español medio no concibe la vida sin la droga de un Estado cada vez más acaparador de recursos, más gastón, más despilfarrador, más intervencionista. ¿Que los jubilados quieren más y mejores pensiones, al margen de la riqueza que sea capaz de producir el país? El Gobierno de turno se dedica a darles gusto subiéndolas e indiciándolas al IPC, y que le vayan dando a las futuras generaciones. Al español medio la corrupción no le parece en el fondo tan mala porque está convencido de que él mismo mordería esa manzana si tuviera oportunidad. El español medio no cree en el mercado: por ideología en unos casos; porque ha asistido a su perversión/desnaturalización, en otros. El resultado de las malas decisiones políticas tomadas por Gobiernos mediocres y sostenidas en el tiempo termina por afectar al nivel de vida del español medio, dañando su capacidad de compra, haciendo a la ciudadanía más pobre, robándole el futuro.
En España no hay partidos reformistas porque el español medio abomina de las reformas y solo acepta lavados de cara, revoques de fachada
En estos últimos 20 años hemos asistido a una degradación moral e intelectual de la clase dirigente sin parangón. Nunca ha tenido España una tal clase digna de semejante nombre, unas elites capaces de actuar de faro en el que referenciar comportamientos y conductas. A nuestro país le ha hecho mucho daño el silencio cómplice de la dirigencia empresarial y financiera, su miedo a hablar, su cobardía, su pánico a discrepar del Gobierno de turno. Tres o cuatro grandes empresarios vivaquean hoy y hacen fortuna lejos del avispero madrileño. El resto son ejecutivos que se han hecho fuertes en la cúpula de las empresas y que se han acostumbrado a vivir al socaire del Gobierno, gente que conoce al dedillo ese catecismo de la corrupción según el cual aquí es imposible hacer una obra sin pagar la correspondiente mordida al partido de turno. La pérdida en las últimas décadas de calidad/capacidad de la clase política, en particular, ha sido un fenómeno tan llamativo como aterrador. Tenemos una vicepresidenta analfabeta, además de comunista, y ministros/as que uno no querría en su equipo ni para apagar las luces. España camina aceleradamente hacia un declive que podría ser irreversible si el partido que hoy es la alternativa no toma conciencia de la necesidad de una profunda revolución democrática a base de las inevitables reformas de fondo. Exhibir en el Congreso a José María Aznar y a Mariano Rajoy no parece la mejor tarjeta de presentación cara al inmediato futuro. Ya no valdrán las medias tintas ni los revoques de fachada. He ahí un hombre solo ante el peligro: Alberto Núñez Feijóo. Si duda, si se acobarda, si trastea en modo Rajoy, en 2029 o en 2030 le aparecerá sin la menor duda un nuevo Bárcenas dispuesto a llevar al PP, y con él a España, definitivamente al hoyo. Esta sí que será la última oportunidad.