Antonio R. Naranjo-El Debate
  • Ya no pelea por el poder, sino por no acabar en el banquillo y eso le hace más peligroso

A Pedro Sánchez le han atribuido como gran mérito su resistencia, convertida incluso en manual, sustentada en una estrategia calificada de brillante con la que siempre encuentra un camino cuando el final parece próximo. Más allá de que no hay grandeza alguna, ni tampoco genialidad, en su disposición endémica a hacer lo que haga falta para llegar a su objetivo; ambos atributos vuelven a ponerse a prueba en pleno calvario judicial, mediático y político, coronado por una esperpéntica ceremonia de supuesta catarsis, en el Comité Federal del PSOE, que en realidad fue una vulgar reunión de los feligreses de algo parecido a la secta de Waco.

En condiciones normales, ningún presidente de una democracia occidental hubiera llegado a serlo por tretas parecidas a las de Sánchez y tampoco sobreviviría a la cadena de desfalcos en favor de sus aliados necesarios para aguantar, de escándalos en su partido, su Gobierno y su familia; de bloqueo perpetuo de la capacidad de aprobar nada que no sea un peaje a sus interventores y de confrontación frontal con el resto de poderes del Estado y con la propia sociedad, sometida a una agotadora presión con la que el líder socialista intenta mantener prietas las filas de su bloque.

Pero Sánchez es distinto, en la peor acepción del término, y siempre encontrará una manera de justificar su permanencia, a menos que cuatro diputados del PSOE se rebelen por decencia elemental y su acorazada mediática sufra un brote de dignidad en su interesado apoyo, regado a conveniencia hasta la fecha pero quizá insuficiente para exigir una inmolación pública irreparable.

La pregunta ahora es si, una vez constatado que el líder socialista tiene la misma anemia moral para asaltar el poder que para preservarlo, algún factor externo derribará su vocación de permanencia, cuál será esa puntilla y cuándo la veremos; en una trepidante secuencia de acontecimientos paralelos a su decisión de evitar su óbito de la única manera a su alcance: destrozando definitivamente el Estado de derecho para hacer consigo mismo algo similar a lo que ha hecho con sus socios, que es concederles inmunidad e impunidad.

No es sencillo resolver ese dilema y, frente a quienes sostenemos que difícilmente acabará el verano en la Moncloa, se contrapone la idea de que culminará la legislatura o la recortará a voluntad allá por 2026 si logra aprobar unos Presupuestos Generales y, a la vez, culmina las reformas legislativas destinadas a transformar en ley sus delirios contra los jueces franquistas, las policías patrióticas y la célebre máquina del fango.

Que ésa va a ser su intención y que eso le hace aún más peligroso para la estabilidad de la democracia española no ofrece duda: Sánchez ya no pelea solo por el poder; lo hace sobre todo por no añadir a sus evidentes responsabilidades políticas otras de carácter penal, derivadas de un cúmulo de evidencias que antes o después merecerán la atención del Tribunal Supremo.

Porque simplemente es imposible que el beneficiario político de todas las andanzas de Cerdán, Ábalos y Koldo, a quienes protegió y promovió para ganar las Primarias, tejer una moción de censura o negociar su última investidura a un precio infame; no supiera nada: le hubiese bastado con leer los periódicos a los que en este tiempo ha perseguido con una agresividad impropia de un demócrata.

Y porque, además, todos los negocios de la trama, múltiples y en distintos ámbitos, tienen como nexo en común la complicidad del Gobierno y de distintas administraciones públicas, sin cuyas firmas simplemente no hubieran prosperado. A cada evidencia corrupta Sánchez ha respondido con la persecución al denunciante y el refuerzo del sospechoso, e incluso en su remodelación del Comité Ejecutivo del PSOE ha vuelto a primar la promoción de los hombres de José Blanco y de José Luis Rodríguez Zapatero, adornados por figurantes de segunda fila para maquillar la operación.

Así que hemos de concluir que, aunque Sánchez ya esté muerto, será capaz de mantenerse como un zombi iracundo si no se dan varias circunstancias: que el Tribunal Supremo no se doblegue ni permita la operación de asalto comandada por Bolaños; que la UCO mantenga sus investigaciones y cierre el círculo de cómplices, inductores y beneficiarios de las tramas; que la oposición entienda el momento de excepcionalidad democrática en el que estamos y no normalice ni blanquee al responsable de ella y que la sociedad española encuentre la manera de visualizar su descontento con imágenes capaces de llegar a Europa.

Porque Sánchez no se irá salvo que le pillen a él a su esposa con las manos en la masa y sus socios no le echarán: sería la primera vez que una banda sincronizada para hacer el mal deponga sus armas y acepte pagar por sus abusos. En realidad, están engrasando el arsenal.