Ignacio Camacho-ABC
- La apuesta entraña riesgos pero deja los conceptos claros. Con una sola opción de cambio nadie podrá llamarse a engaño
Ahora sí ha dado el PP el salto al vacío ante el que Núñez Feijóo titubeó en su discurso del domingo. Los portavoces oficiosos de Génova habían vendido que el líder anunciaría el compromiso de no gobernar en coalición con Vox, aunque al final, en el ambón del congreso del partido, el candidato decidió ser un poco más ambiguo. Dijo «quiero un Gobierno en solitario», una frase cuyo sentido desiderativo se prestaba a equívocos porque no era una promesa sino una aspiración, un anhelo, un objetivo. Puro voluntarismo. Pero ayer, Tellado se mostró, se supone que en nombre de su jefe, mucho más explícito: si los populares necesitan el apoyo de Abascal y éste lo condiciona a su entrada en el Ejecutivo, están dispuestos a forzar una repetición de los comicios.
Así están más claras las cosas, a expensas de que Feijóo confirme la apuesta de su propia boca. Si ha decidido anticipar la gran cuestión de la futura campaña electoral, debe cerrarla sin margen a interpretaciones anfibológicas. A unos les gustará más y a otros menos, y habrá quien dude de la conveniencia de adelantar tanto los tiempos, pero es de agradecer que la única alternativa posible al sanchismo deje resuelto el debate crucial sobre su modelo de alianzas y acuerdos. Merece la pena sólo por el hecho de que después de tanta palabrería política sin crédito haya un dirigente capaz de respetar la inteligencia de los ciudadanos y exponerse a pagar el correspondiente precio.
La finalidad de este movimiento no es tanto captar voto decepcionado con Sánchez como evitar la movilización masiva de la izquierda. Desactivar de entrada la principal baza del adversario, la única que puede estrechar la amplia diferencia que ahora mismo reflejan las encuestas. La que en 2023 dejó a la derecha a las puertas del poder con una amarga sensación de frustración y sorpresa. Implica renunciar a un comodín decisivo, quitar la red de seguridad, y eso siempre es una actitud honesta. Tal vez no sea el consejo que daría un asesor prudente pero los votantes son personas adultas ante las que no hay que tener miedo de actuar con transparencia. Que cada cual elija la opción que prefiera con todas las cartas sobre la mesa.
Eso sí, se trata de una decisión con riesgos, y es de esperar que estén calculados. El primero es que Vox se va a presentar como víctima de un cordón sanitario y reafirmará su condición diferencial de receptor exclusivo del rechazo contra el turnismo bipartidista y los consensos de Estado. El segundo, que el PP se obliga a mantenerla porque cualquier rectificación significará empezar con un paso en falso. Y el tercero y más importante, que el electorado conservador se desconcierte ante un órdago que juzga innecesario. Sin embargo, por primera vez en una década los españoles iremos a votar con los conceptos claros. Con una sola opción de cambio nadie tendrá derecho a llamarse a engaño.