Editorial-El Correo

  • El encierro de miles de gazatíes que plantean Trump y Netanyahu revela la falta de contrapesos internacionales para frenar el drama humanitario

La tercera visita de Benjamín Netanyahu a la Casa Blanca desde el regreso de Donald Trump ha servido para afinar sus planes compartidos en Gaza sobre la base de una ‘Riviera de Oriente Medio’ que no es más que un monumento a la frivolidad. Cuando aún está pendiente de confirmación la tregua entre Israel y Hamás, Trump y Netanyahu se permitieron especular sobre la construcción de «un campo humanitario» en las ruinas de la ciudad de Rafah durante los dos meses de un alto el fuego que sigue sin llegar. En realidad, se trataría de un campamento con capacidad para encerrar a 600.000 palestinos, rodeado por el ejército hebreo y sin posibilidad de que puedan salir. El proyecto no invalida la pretensión de ambos líderes de «limpiar» la Franja, camuflada por sus promotores como una emigración voluntaria.

El colofón de la cita en Washington fue la recomendación que hizo llegar Netanyahu a la Academia Sueca para que su anfitrión reciba el Nobel de la Paz en su próxima edición. Una macabra nominación que le entregó en mano en la cena, teniendo en cuenta el contexto en el que se produce -bombardeos de Israel que no cesan en pleno diálogo- y el perfil de sus dos protagonistas. El hecho de que Netayanhu pueda desenvolverse con relativa normalidad en Estados Unidos, a pesar de la orden de arresto internacional que pesa sobre él por la acusación de crímenes de guerra y contra la humanidad, es el reflejo de la falta de contrapesos internacionales para atajar lo que puede ser una anomalía en democracia y frenar un drama humanitario que parece no tener fin en Gaza.

Desde su reválida, Trump se ha dejado querer por ese título en su afán pacificador para poner fin a las hostilidades en la Franja y Ucrania por la vía rápida. Una opción que va camino del fracaso, sobre todo en el caso de la invasión rusa. El presidente de EE UU ha ordenado reanudar el envío de armas a Kiev, «decepcionado» con los ataques de Putin por su crudeza y proliferación contra la población civil.

En el desorden mundial provocado por su temerario intervencionismo, coronado por el latigazo al programa nuclear de Irán, Trump comparte sin prevenciones con Netanyahu la ilusión del Nobel de la Paz. Pero no es Obama, ganador del título en 2009. Entre otras razones, por la querencia del republicano por la mano dura en cárceles como la megaprisión de El Salvador para deportaciones, la renovada de Alcatraz y la que quiere construir para inmigrantes en Florida.