Eduardo Uriarte- Editores

Es imposible que tenga el corazón tocado porque, al igual que el coronel Aureliano Buendía, carece de él. La rebuscada retórica victimista sólo sirve, impostada y tan falsa cual su tesis, para reclamar el aplauso de la servil clientela y prolongar la estancia del amado y providencial líder en La Moncloa insistiendo pertinazmente en la vía Sánchez a la autodestrucción del partido y a la voladura de la nación. Su asumido cargo jerárquico de capitán evidencia a la vez que su apego al mando militar su habilidad de ascenso sin pasar por escuela naval alguna.

Su permanencia a pesar de todos los escándalos de corrupción tiene coherencia con su subversiva actitud frente a la Constitución. A él y a sus serviles les trae sin cuidado su respeto y menos aún guardar las formas democráticas. Entre otros disparates, además de la amnistía, llevamos toda la legislatura sin presupuestos, ofreciendo a Marruecos el Sahara, encabronando a Argelia, Israel y Argentina, y engordando el gasto militar sin que ni siquiera la otra parte del Gobierno sepa de donde sale, no digamos el Congreso, al amparo del viva las cadenas de sus serviles conmilitones y provechados aliados. Para que seguir…, todo es un disparate antidemocrático promovido nada menos que por una horda autodenominada progresista. Disparate que asciende a la grandeza del absurdo, porque, ¿cómo se le ocurre presidir un congreso de la ONU en Sevilla para reivindicar la cesión del 0,7 por ciento del presupuesto como ayuda a países en vías de desarrollo cuando precisamente él lleva toda la legislatura sin presupuestos?

La verdad es que no sólo se tenía que haber ido hace mucho, sino que nunca había tenido que haber llegado. Pero acompañado del equipo del Peugeot -¡qué tropa!, Romanones- se hizo con un partido en crisis tras la cuña populista avanzada por ZP y que la antigua generación debía haber evitado impulsando una refundación que la orfandad teórica ( y el gusto por el pragmatismo, aquello de no importa el color del gato…) no les permitió ver a tiempo. Al fin y al cabo, como dijera mi compañero de presidio Onaindia, la única aportación teórica socialista fue la movida madrileña.

Un partido poco dado a la reflexión teórica, en una situación de crisis provocada por la consecución de sus reivindicaciones sociales en el Estado de bienestar y la caída del Muro, fue presa fácil para cuatro golfos y muchos más que se apuntaron al saqueo del sistema democrático del 78. Al fin y al cabo, ¿qué importa la democracia si podemos chupar del bote?. Fue premonitorio que un animal político como Rubalcaba dejara las entrañas del partido, pues adivinaba su inevitable fin. El comité federal aplaudiendo, cual orquesta del Titanic, mientras el barco se hunde. Después de Ruvalcaba, el diluvio.

Así pues, como la estabilidad política les importa un pito, los compañeros del Komité se aprestan a ocupar el bunker que los más empecinados del franquismo tuvieron que desalojar viéndose solos y acorralados por la gran mayoría de la ciudadanía que querían salir de la dictadura. Ahora, los del bunker son esos que se llaman progresistas, donde compartirán las viejas colchonetas como comparten su sumisión y adhesión al autoritarismo. La obsesión del de ahora por el caudillo no deja de tener mucho de admiración.

Y mientras un barco se hunde el otro lanza demasiadas y prematuras salvas de victoria, porque aún y a pesar de tanta fechoría política todavía no han asumido lo que Antonio Elorza sentencia muy acertadamente, que “nunca va a dejarse ganar por medios políticos constitucionales” (“El Bunker Infinito”, The Objective, 8,7,2025). A lo que hay que añadir los obstáculos que los medios en general le están imponiendo a sus posibilidades de éxito exigiéndole un compromiso desde ahora respecto a la posibilidad de coalición con Vox. Lo formulan como el cuento de la lechera pero al revés. Porque, primero el PP tiene que ganar las elecciones. Segundo, lo puede hacer por una mayoría suficiente que no haga necesaria la coalición. Y tercero, podría ser que si continúan los disparates de la izquierda (y el permiso de la autoridad para elecciones libres) que alcance la mayoría absoluta. En todo caso esa requisitoria al PP de cara al futuro esconde una maniobra de desgaste que nunca se osó realizar con los progresistas del “viva las cadenas” (por si te daban con una de ellas).

Así pues, este personaje egoísta nos ha devuelto al siglo XIX, ¡Vivas las Cadenas1 o ¿Viva la Constitución!.