Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Una sociedad tiene que estar ahogada en la demagogia más grosera para que la invocación del progenitor recién fallecido pueda constituir un argumento político válido. Más concretamente: que la invocación de lo que el padre recién fallecido hubiera preferido para el Gobierno de España constituya una baza política

No tienen límites. No respetan ni a su padre, literalmente. Una sociedad tiene que estar ahogada en la demagogia más grosera para que la invocación del progenitor recién fallecido pueda constituir un argumento político válido. Más concretamente: que la invocación de lo que el padre recién fallecido hubiera preferido para el Gobierno de España constituya una baza política con la que afrentar al adversario. Tengo para mí que ese cálculo está equivocado. Todo el mundo, o al menos los bien nacidos, respetarán el luto del adversario político. Pero acogerse a esta norma no escrita de cualquier cultura civilizada para usar el luto a modo de arma arrojadiza en un encendido discurso es simple indignidad. Lo peor es que, con toda probabilidad, la vicepresidenta del Gobierno que ha recurrido a ella no entiende, ni jamás entenderá, el porqué de ciertas zonas vedadas.

Esas zonas vedadas se llaman decoro, respeto, pudor. El doliente, ya sea político, aviador o taxidermista, suele intentar lo contrario de lo que ha hecho la vicepresidenta cuando la muerte se lleva a un ser querido. Mantener una circunspección a la altura de las circunstancias, que son graves y de las que uno solo se libra en el desgraciado caso de morir antes que su progenitor. En privado, en el velatorio, en el funeral, en la intimidad del círculo familiar y de amistades suele sobrevenir el llanto. Sin que sea en absoluto aceptable colegir menos dolor en el caso de que tal llanto falte. Hay un segmento social donde resulta más común verter lágrimas ante públicos más amplios que los citados, y en contextos mediáticos donde ese público puede contarse por cientos de miles. Es el sector de los actores y los cantantes. Sin juzgar nunca el dolor, que se da por hecho, incluso en esos grupos de artistas se distingue a aquellos que harán lo posible por no aparecer llorando. Por respeto a sí mismos. Otra cosa es que no puedan evitarlo. Y otra cosa aún es que lo fuercen para vender trozos de dignidad.

Hace mucho que la política española tiene poco que ver con la política. En el lado de la opinión pública o votantes, la política se ha convertido en fútbol: un juego de suma cero con apego vitalicio, de carácter sentimental, a los colores de cierta camiseta. En el lado de los políticos, la cultura de lo audiovisual, de consumo rápido, obliga a dejar «perlas». Trocitos de intervenciones, en la tribuna o no, seriamente o tirando de humor, que puedan circular muy deprisa por las redes sociales, protagonistas de la nueva modernidad. (La posmodernidad está demodé). De ahí saltarán a los medios de comunicación convencionales, donde se pretende inútilmente conservar el inmenso poder que tuvieron, su influencia otrora inigualable. En ese juego se ve de todo: piezas brillantes, edificantes, hilarantes, vergonzosas. También, por desgracia, pornografía sentimental. Sucede cuando no existe absolutamente nada más que un breve fogonazo de empatía por el deudo que todos (los afortunados) hemos sido o seremos. Una obscenidad.