Manuel Marín-Vozpópuli
- Sánchez, y con él este sanchismo hiperventilado, no han asumido todavía que tienen mucha UCO por delante y muchas tardes de maquillaje de mortuorio
El sábado dijo en el Comité Federal del PSOE que no se había planteado dimitir. Y ayer miércoles, que sí. O sea, que por exclusión tuvo que ser el domingo, el lunes o el martes. Determinar a estas alturas cuándo dice la verdad o cuándo miente ya hasta ha dejado de ser un divertimento. Y lo de “continuar” y “no arrojar la toalla” está bien para enfervorecidos del escaño como Patxi López, que de tanto entusiasmo sanchista empieza a parecer demasiado proclive al orgasmo rápido y no fingido. Escuchas a Patxi López y lo de menos es qué grita o cómo, sino que de verdad ha entrado en un trance iluminado con estremecimiento muscular y dilatación de vasos sanguíneos. Digo que lo de “no arrojar la toalla” estaría bien si no fuera por lo que tiene de traición al subconsciente porque el símil solo es aplicable a boxeadores sonados, lo cual es un reconocimiento de parte de que sudar como Pedro Sánchez sudó ayer en el escaño se va a convertir en una lastimosa rutina.
Terminó el debate de todos los debates. El acabose. Pero fuese y no hubo nada. ¿Qué iba a haber, más allá de una secuencia lógica? Fingimiento, compungimiento simulado, embestida de la oposición, socios arrastrados, y a otra cosa. Lo normal. Ya si eso, en septiembre. Para los analistas que sigan esperando “algo”. Tres conclusiones: cualquier día de estos, los socios inician la causa de canonización de Sánchez mientras calibran su cobardía para ser el primero que lance la piedra cuando llegue la lapidación. Dos, Núñez Feijóo va sin cadena, cabreado y sin concesiones. Se ha sacudido ese galleguismo de corrección contenida que no terminaba de satisfacer a los sedientos de gresca. Y tres. A Vox empieza a notársele incómodo con el cambio de ritmo del PP. Incómodo incluso con algo que hasta ahora manejaba con éxito, que es esa sobreactuación de repartir lecciones de dignidad sin aclararse sobre a quién quiere sacudir más, si a Sánchez o a Feijóo.
El ‘qué’ está claro: Sánchez no está para aguantar mucho. El ‘cómo’, aún no. Se trata solo de ganar tiempo, sonado como está, con sus ensayadas manos a la espalda, asumiendo que parte del negocio familiar y de su vida política ya van a quedar irreversiblemente influidas por las saunas y los prostíbulos pese a las poses, las disculpas, el rechazo a puteros, los babosos y la tragedia griega que se ha montado con el feminismo. ¿Hubo algún socio que le haya agradecido una sola de las propuestas anticorrupción? No. La única que reveló la verdad fue Miriam Nogueras. Esto va de poder, no de majaderías viscosas para simular que luchas contra la escombrera.
En efecto, Sánchez presentó un plan contra la corrupción como si nuestra democracia fuese virgen. Como si no existiesen ya el Código Penal, ni normas para la licitación de obras públicas, ni fiscales honestos, ni nada de nada. Sánchez ha descubierto con desesperación y decepción que a su alrededor había corrupción sin que se enterase de nada. Todos conspiraron contra él. Vaya. Y por supuesto, Sánchez ha descubierto cómo atajarla. Pero es que nada es cierto. Acaba de sacarse de la manga un sucedáneo de Fiscalía Anticorrupción paralela y ‘PSOE-friendly’ sencillamente porque la Fiscalía Anticorrupción que ya existe tiene un jefe que no gusta a Moncloa y porque hace su trabajo, que es justo lo que el sanchismo detesta. ¿Para qué si no el Gobierno está diseñando una reforma judicial que anule a jueces incómodos? No hay más.
Sánchez nos habla de Inteligencia Artificial. Sí, en serio. Ahora ChatGPT, y no el pseudoaforado Gallardo, decidirá si su hermano es el idóneo para dirigir una oficina de artes escénicas en cualquier diputación provincial, o si su mujer es la candidata óptima para una cátedra en una universidad pública. O si Zapatero reúne o no los metadatos y algoritmos suficientes para rescatar a Plus Ultra. Sánchez no pudo ser más simplista. No habrá más enchufes de prostitutas absentistas en sociedades públicas ni habrá más cohechos gracias a la IA, y todos tranquilos. Como si lo ocurrido fuese un error en la supervisión y control de procedimientos y no una orden directa de un ministro. Es del género imbécil pensar que esto va de combatir errores administrativos, vacíos burocráticos o defectos de vigilancia. Esto va de ética del poder. De consentir a indecentes a sabiendas. De cobardía moral por no delatar la injusticia. De autorizar la corrupción. De no meter la mano en la caja. De generar impunidad. De abusar del cargo. Lo que hizo Sánchez fue un insolente insulto a la inteligencia.
Sánchez incurre en argumentos peregrinos. Feijóo está invalidado para ser presidente porque fue director general de Correos con un Gobierno, el de Aznar, que tuvo a un vicepresidente corrupto. Sin embargo, él, como descubridor de los mecanismos exactos para fulminar la corrupción, sí puede ser presidente con media familia imputada y siendo militante del partido con el que cargos de Felipe González sucumbieron a la podredumbre. Más aún. Su relato sostiene que la Gürtel vinculada al PP se enriqueció con 123 millones de euros, y la de Cerdán, Ábalos y Koldo, con 5. Debe ser solo una cuestión cuantitativa, no cualitativa… Mientras uno robe 5 y el otro 123, lo relevante no es que se robe, sino la desproporción de la cifra. Aun asumiendo los absurdos parámetros del delirio comparativo de Sánchez, debió completar la ecuación con los 700 millones del fraude de los falsos ERE del PSOE andaluz. Lástima el olvido.
No sé. Me da que Sánchez, y con él este sanchismo hiperventilado, no han asumido todavía que tienen mucha UCO por delante, muchas tardes de maquillaje de mortuorio, y ese tic-tac que cualquier día, cualquier socio, le marcará como un reloj terminal espetándole aquello de que ya no es el PSOE, sino el Partido Socialista Obsceno Español. Pero lo dicho. Cualquier día. Hoy no.