Antonio Elorza-El Correo

  • A corto plazo, el vencedor es Sánchez aunque sin credibilidad por la corrupción

De existir la reversibilidad del tiempo, al escuchar el discurso de Pedro Sánchez, Richard Nixon habría resuelto de un plumazo sus cuitas con el ‘Watergate’. Habría confesado ante los ciudadanos su dolor ante la conducta de aquellos colaboradores suyos que abusando de sus proverbiales ingenuidad y confianza en el prójimo, lo engañaron, cometiendo una grave actividad delictiva. Él es un hombre limpio, entregado con dedicación exclusiva al servicio público y resulta lógico que se le escapen los detalles de qué ganan y en qué ocupan el tiempo libre sus fieles entre los fieles. Lo importante es que en el futuro serán implementadas quince medidas, ni una más ni una menos, con lo que todo será color de rosa. Nixon se habría ahorrado la dimisión y la vergüenza pública. ¿A quién se le ocurre exigir responsabilidades a un presidente?

Sánchez ha aprendido a no mirar nunca hacia atrás, para así evitar la suerte de la hija de Lot, y lo encubre una y otra vez con la invocación de la emotividad, propia de las viejas telenovelas. Se maquilla adecuadamente para el caso, acentuando el ‘contourning’, para ofrecer la impresión de hablar desde el sentimiento y la preocupación. No le importa arrancar de una falsedad que lógicamente hubiese hecho reír a todos los diputados: «Había pensado dimitir, que era lo más cómodo». Cualquiera que le conozca, y tampoco es hombre muy complejo, sabe que la palabra dimisión está excluida de su vocabulario.

Pero sigue causando algún efecto, según prueban los titulares, y además eso le permite sacar el debate de lo que debería ser tema central, el alcance y las responsabilidades de su entorno, de él mismo a su frente, para llevarlo a un terreno personal, donde sabe que puede recibir golpes, pero también devolverlos en una bronca que como el miércoles lo ensucia todo.

La segunda parte de la declaración de Sánchez permitía verlo todo con claridad: «No va a tirar la toalla». Discípulo de Pablo Iglesias en este punto, la política es para él un combate de boxeo sin fin, de boxeo tailandés donde todo vale, y él va ganando al mantenerse en el poder. Nada ni nadie le forzará a renunciar a ello. De ahí que fueran absurdas las elucubraciones sobre qué iba a decir o a hacer Pedro Sánchez, lo mismo que las relativas a las actuaciones de sus socios.

Son como remeros atados al banco en las galeras de siglos pasados. Por su egolatría, y por las inseguridades jurídicas de un porvenir como simple ciudadano, Sánchez luchará a muerte por conservar la presidencia, y los socios por acompañarle mientras ello sea posible, tanto por lo que puedan sacar de un Ejecutivo cercado -ERC, Junts- como por los riesgos de unas elecciones anticipadas, donde los votantes catalanes y vascos se escoraron hacia el PSOE, los abertzales dejarían PNV por Bildu, de ser los primeros quienes provocaran la caída de Sánchez y otros, Sumar y Podemos, irían hacia la desaparición de comportarse como se apuntó para el PNV. Y en política cabe el suicidio, pero en este caso los signos eran tan evidentes que fue fácil evitarlo.

El resultado estaba cantado. Sánchez cumplió su papel evasivo primero y de feroz justiciero en la réplica, respaldado por un Patxi López que asumió el papel de Oscar Puente. Bildu y ERC, feliz el primero y cínico el segundo, respondieron a lo esperado, como Podemos, también el PNV, tocado por la baja de Esteban y, como viene sucediendo, Sumar pasó de la nada a la más absoluta miseria, saltando del enfado al elogio de la luz que emana de Pedro Sánchez. Está claro que Yolanda Díaz estaba capacitada para ser una buena ministra de Trabajo, pero no para dirigir un partido.

La estrategia del discurso de Sánchez requería una respuesta adecuada, conjugando la dureza argumental con la habilidad y el distanciamiento que dejasen clara la falacia del presidente. No era difícil dejarle en ridículo, pero Feijoo optó por un desenmascaramiento abierto, duro pero eficaz, acompañado por ataques personales que rebajaron el debate hasta niveles abisales. No importa que Pedro Sánchez tuviera un suegro prostibulario. Mucho peor es que cuando celebró con Ábalos la derrota de Susana Díaz en Andalucía dijese que quedó «jodida». Y si el debate parlamentario llega a esos extremos de brutalidad, quienes ganan son Vox y el desprestigio total de la democracia representativa.

A corto plazo, el vencedor es Pedro Sánchez, capaz de exhibir una virginal pureza sobre la corrupción aun cuando se encuentre rodeado por ella, sin por ello lograr la más mínima credibilidad, salvo para un partido que desde el último Comité Federal se ha convertido en una masa de seguidores ciegos. La necesidad de apoyarle y sus costes no han disminuido para sus socios. Y el PP, al pasar una línea roja incompatible con la centralidad, otra vez inevitablemente, también ha perdido. Como la propia democracia.