Antonio Rivera-El Correo

Sin la épica de otras veces ni la magia de una solución inimaginada, Sánchez sobrevivió al examen y confirma definitivamente -salvo novedades judiciales- que la legislatura acabará en 2027. Feijóo insiste en deslegitimar la posición del presidente en lugar de preocuparse por asentar la suya como alternativa indiscutible. Imposible su intento de atraer a uno solo de los socios de la censura contra Rajoy y evidenciada su soledad, prefirió exhibir más dureza que empatía con estos. Mientras, la erosión del sistema engorda electoralmente a Vox, con lo que la estrategia del candidato falla: seguirá dependiendo de esa derecha extrema y reduciendo así su capacidad para convertirse en refugio de los decepcionados con Sánchez. Las espadas siguen en alto y esa realidad punzante solo beneficia al resiliente presidente.

Sin embargo, no le queda a este ni consuelo ni descanso. Tampoco tiene amigos, sino socios descarados que lo siguen siendo por aquello del mal menor y, peor, porque su debilidad es ocasión para sus intereses particulares. Por ahí va otra línea de erosión de su poder y, mucho más preocupante, de la lógica de gestión de este país que le llevará de nuevo a perder legitimidad y a complicar mucho más el día después de su mandato, tanto para su partido como para la administración del común.

La reapertura del mercado de oportunidades quedó a la vista. Los secesionistas catalanes con su fiscalidad singular, preferencial y superior a la del territorio común; los nacionalistas vascos con la gestión de la caja única de las pensiones; los de Waterloo con lo que les falta para poder volver; todos estos forzando a la diplomacia española a la complicada carta de ampliar el Babel lingüístico de la Unión Europea; Sumar incrementando los dos huevos duros de su agenda social; y Podemos impugnando «el régimen del 78» para salir de alguna forma en esta movida foto. Enfrente, un presidente, un Gobierno y un partido dispuestos a satisfacer cualquier demanda para seguir en el machito. El resultado, si los mecanismos constitucionales de control no crujen del todo, puede ser un sindiós de envergadura.

En el tránsito y en la conclusión pasarán dos cosas. La primera, se señalaba antes, es que se deteriorará más la imagen de Sánchez ante este multidireccional trágala. Quedará aún más claro que manda, pero no gobierna, porque lo que se aprueba es la agenda Frankenstein de los socios no amigos. La segunda es que el PSOE renuncia a tener agenda propia al hacer suya la de estos. Así, no se distinguirá -ya pasa hoy- cuál es la frontera entre una socialdemocracia evolucionada y ese mix en el que se apoya de secesionistas antiespañoles, de nacionalistas que solo van a lo suyo, de izquierdistas que piensan que la pólvora del rey es infinita y de los que vuelven a amenazar con asaltar los cielos, aunque ahora no tienen quién les sostenga la escalera. ¿Cuál será la agenda política del PSOE el día después del final? Nadie lo sabrá, y entonces habrá que buscar, además de un líder de recambio, toda una política y una identidad propias para competir en la oposición.