Óscar Monsalvo-Vozpópuli

  • Elección tras elección, eligen lo que eligen. Madina con Otegi. Belarra con Otegi. Sánchez con Otegi. Évole con Otegi

Arnaldo Otegi volvió a dejar una muestra de su sintonía con el espíritu del tiempo hace un mes, cuando empezaba a hablarse en serio de la corrupción -la menor, no la importante- del PSOE: Koldo, Ábalos, Santos Cerdán. “Creo que nosotros tenemos una cierta autoridad, dicho desde la más absoluta humildad, en términos políticos para hablar de los casos de corrupción porque somos un movimiento político con cero casos de corrupción”.

La gente del partido más limpio de España mantuvo durante décadas dos actitudes ante los asesinatos políticos de ETA: unos los celebraban, otros participaban en ellos. Hace 28 años y un día esa gente estaba en el monte, en Guipúzcoa, junto a García Gaztelu, Irantzu Gallastegui, José Luis Geresta y el chivato Ibon Muñoa. Todos estaban allí cuando el primero de ellos asesinó al concejal del Partido Popular Miguel Ángel Blanco. También Pernando Barrena, el europarlamentario de Bildu que celebraba en 2020 la salida de prisión del chivato.

Terroristas virtuosos. Se dedicaban a asuntos elevados. Sacaban la pistola a pasear, extorsionaban, cobraban secuestros y tras el servicio a la causa el etarra se reintegraba en el pueblo como policía, como bombero…

Al asesinato político es a lo que se dedicó durante décadas ese movimiento. No a la muerte, como decimos a veces, no sé si poética o eufemísticamente. No a dificultar la convivencia, como dicen hoy quienes simulan lamentar ese “pasado oscuro” al que nunca se refieren por sus nombres. Ni siquiera al mero asesinato, como si se hubiera tratado de algo irracional, de odio. No, no. Nada de eso. Al asesinato político. Y a otras cosas también, tal vez menores pero que obedecían al mismo objetivo. Un objetivo que estaba por encima de las tentaciones materiales de sus miembros. No ha habido, que sepamos, un Koldo, un Ábalos o un Santos Cerdán en la historia del movimiento abertzale. Ha habido un Txapote, un Ternera, un Otegi.

Ah, pero no robaban. No pillaban mordidas de obras públicas, ni colocaban a sus parejas en alguna oposición fraudulenta, ni pagaban putas con dinero público, ni se llevaban a casa parte del presupuesto municipal. Terroristas virtuosos. Se dedicaban a asuntos elevados. Sacaban la pistola a pasear, extorsionaban, cobraban secuestros y tras el servicio a la causa el etarra se reintegraba en el pueblo como policía, como bombero o como miembro de la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento vasco. Asuntos problemáticos, pero insuficientes para convertirlos en villanos públicos indiscutibles, porque no lo hacían por la inaceptable avaricia personal de los corruptos.

Eran de derechas

El auténtico crimen político en España, lo único inaceptable, es enriquecerse con el dinero público. Si además se le añade lo sórdido, entonces ya tenemos una causa con bastantes probabilidades de éxito. Mientras las andanzas de un dirigente putero o corrupto las conocen sólo sus compañeros, nada ocurre. Ah, pero en cuanto salen a la luz se acabó. Desde ese momento pasa a ser un apestado total. Nunca hablé con ese señor, salvo las treinta o cuarenta veces anteriores, y nunca volveré a hacerlo. Así tratamos en el Partido a los corruptos. Nada que ver con ellos. Siempre pensé que en el fondo eran de derechas.

La gente corriente también traza la línea. Que se depuren las responsabilidades. Que se borre su nombre. Que se sepa que por aquí no pasamos. Ésta es la gran línea ética en la sociedad española. Si fuéramos un país aburrido sería hasta cómico este aspaviento moral, este rasgarse las vestiduras repentino ante comportamientos que casi siempre son sobradamente conocidos. Pero no lo somos.

Risas con los asesinos abertzales, desprecio a quienes nunca han dejado de señalarlos. De Miguel Ángel Blanco no lo pueden decir -al menos de momento- porque está muerto, se convirtió en un símbolo y en el fondo son demasiado cobardes para atreverse a mostrarse del todo

La semana en la que se cumplían 28 años del asesinato de Miguel Ángel Blanco por el incorruptible movimiento político de Arnaldo Otegi, Podemos compartió las fotos de una quedada política con los integrantes actuales de ese movimiento. Qué risas, qué relajación, qué buen rollo. Como se dice en aquella escena convertida en meme de The Big Short: no están confesando, están alardeando. Porque esto es lo que valora y premia la izquierda en España. Risas con los asesinos abertzales, desprecio a quienes nunca han dejado de señalarlos. De Miguel Ángel Blanco no lo pueden decir -al menos de momento- porque está muerto, se convirtió en un símbolo y en el fondo son demasiado cobardes para atreverse a mostrarse del todo. Ah, pero Ortega Lara es otra cosa. Santiago Abascal es otra cosa. Ante ellos, la izquierda se pone firme. Qué miradas, qué gestos, qué muecas.  Ahí están las líneas. Ellos son los que representan lo peor de España. Uno que fue rescatado por la Guardia Civil días antes de que el movimiento político más limpio de España asesinara a su siguiente objetivo, y otro que experimentó durante su juventud unos niveles de acoso inimaginables para las víctimas profesionales de la izquierda actual. Contra ellos traza la izquierda -la política y la social- las líneas rojas de lo aceptable.

Para comprender el fondo de esta parte de la sociedad española hay que tirar de la teoría económica de la preferencia revelada. Los discursos sobre valores, principios, grandes palabras, dignidad, decencia, justicia, los homenajes en fechas señaladas… Humo. Basura. Preferencia declarada. Año tras año, elección tras elección, eligen lo que eligen. Madina con Otegi. Belarra con Otegi. Sánchez con Otegi. Évole con Otegi. Y lo que está por debajo, que siempre es lo más importante: los periodistas del Congreso con Mertxe Aizpurua. La preferencia revelada.