Ignacio Camacho-ABC

  • El manejo de las expectativas es un aspecto clave con el que el PP debería cuidar de no volver a autoengañarse

Nadie puede saber, y menos después del fiasco de 2023, si el Partido Popular ganará las próximas elecciones, pero sus dirigentes tienen la absoluta convicción de que van a hacerlo y esta vez con un resultado suficiente para formar gobierno. En esa dirección apunta el proyecto aprobado hace una semana en un congreso que Feijóo quiso adelantar para abordar lo que quede de legislatura con la maquinaria a pleno funcionamiento, y la evidente subida del tono de oposición –incluidas las alusiones al suegro del presidente– forma parte del nuevo diseño estratégico. El plan consiste en acentuar el desgaste del sanchismo para empujar a la abstención a sus simpatizantes descontentos y al mismo tiempo sujetar los votos que tienden a escaparse por el flanco derecho, donde Vox se ha hecho fuerte en una estimación consolidada en torno al 15 por ciento. El compromiso de mantener al partido de Abascal fuera del Consejo de Ministros no sólo se orienta a tranquilizar al electorado de centro: está relacionado con la voluntad de mantener el consenso antipopulista que rige en el ámbito europeo. La decisión entraña riesgos claros, sobre todo el de la incomprensión de ciertos sectores conservadores, pero los populares piensan ya en términos de responsabilidad de Estado y no desean ser una excepción entre sus principales homólogos comunitarios, cuya prioridad está centrada en la supervivencia del esquema del bipartidismo clásico.

Hay un problema en ese ambicioso objetivo, y es la necesidad de conseguir la mayoría para llevarlo a cabo. La absoluta se antoja inviable, o al menos muy difícil, en el actual panorama fragmentado, por lo que el propósito esencial consiste en acercarse a los diez millones de sufragios y obtener más diputados que el conjunto de los adversarios, de tal manera que la abstención de Vox bastase sin tener que suscribir ningún pacto. Esa sí parece ahora mismo una meta de alcance razonable, siempre que el desplome del crédito de Sánchez continúe o crezca al compás de las investigaciones de los tribunales. Pero la izquierda y sus aliados no van a entregarse sin presentar combate y la derecha radical –que es hoy por hoy la primera fuerza entre los menores de treinta años y se ha abierto un nicho de oportunidad con el discurso contra los inmigrantes– tampoco lo pondrá fácil. Si el bloque sanchista logra sacar los Presupuestos de 2026, el Ejecutivo tendrá margen para esperar que los escándalos de corrupción escampen y retomar la iniciativa política a base de derramas subvencionales. En la sala de espera del poder, el manejo de las expectativas constituye un aspecto clave que tal vez el PP esté manejando con un optimismo demasiado exultante en la creencia de que el fin de ciclo es ya una realidad inevitable. Y probablemente tenga razón, porque ése es el sentir general, pero ya fracasó una vez por sobrevalorar sus posibilidades.