- Montoro es el pasado de un PP que ya sustanció en las urnas la factura de la corrupción, mientras Cerdán, Ábalos, Begoña y el hermanísimo son presente vivo y evidencia empírica de un engaño y un fraude político
Que Cristóbal Montoro no fue el más querido y admirado de cuantos ministros pasaron por los gobiernos de España desde la Transición lo saben hasta los niños ‘waraos’ cuya tribu habita en el Delta del Orinoco. Muy al contrario, Montoro, por su aspecto físico un híbrido cómico entre el multimillonario de los Simpson y el Tío Gilito, se hizo aborrecer desde el momento en que decidió cambiar el sentido de la promesa electoral de bajar impuestos a freírnos con la subida del IRPF, decisión que infinidad de votantes jamás le perdonaron al PP en las siguientes elecciones.
Montoro parecía disfrutar con su risita irónica ejerciendo de saca mantecas fiscal, cosa que lógicamente irritaba a tirios y troyanos, paganos todos y esquilmados, como ahora hace su sucesora Montero, sin más diferencias entre uno y otra que la vocal de sus apellidos. Por no recordar las fobias e inquinas que generó entre muchos colegas a los que se les persiguió con paralelas por haber ejercido la crítica periodística contra su gestión. E incluso entre sus compañeros del PP, también ministros con los que compartió mesa de Consejo, como se encargó de airear y denunciar Esperanza Aguirre, haciendo buena la conocida frase de «cuerpo a tierra que vienen los nuestros».
En fin, Montoro que tenía de liberal lo mismo que un servidor de sanchista, evidenciaba con su proceder político una notable querencia socialdemócrata con más enemigos que amigos entre los de sus siglas. Por eso Feijóo, tras conocerse su imputación, no ha tenido que poner tierra de por medio, porque ya se había encargado Montoro, mucho antes de darse de baja en el partido ayer, de ponerla él con el PP, como me demostró en las dos entrevistas que le hice el último año y en las que no se distinguió precisamente por alegrarle el oído al líder popular mientras contemporizaba con la gestión económica de Sánchez sin mostrarse especialmente crítico.
Su imputación por favorecer, presuntamente, a empresas que contrataban los servicios del despacho que él fundó y del que se desligó, según dice, en 2008, años antes de ser ministro de Hacienda con Rajoy, huele mal y al igual que los casos que afectan al PSOE cabe esperar que la justicia los aclare y concluya con las debidas responsabilidades penales, si las hubiera. Es llamativo, sin embargo, que nadie supiera nada de este asunto judicializado desde hace siete años, sin filtración alguna de por medio, y que haya estado bajo secreto sumarial durante tantos años hasta que la juez instructora de Tarragona lo ha levantado, justo en medio del muladar que asfixia con su hedor a Sánchez. Y es sabido que las casualidades como las pistolas las carga el diablo.
El caso Montoro se ha convertido así en la excusa perfecta para que desde el Gobierno arremetan contra el PP apelando al «y tú más» mientras su diario de cabecera matinal concluye que esto debilita la estrategia de Feijóo contra el PSOE, como si fuera comparable lo que se le imputa a Montoro cuando era ministro, fechado entre 2012 y 2018, con el PP ahora en la oposición, y la actual corrupción enquistada en el seno del Gobierno de Sánchez y en su partido.
Es evidente que en el PSOE y en el Gobierno con sus medios afectos, se han agarrado a este clavo ardiendo para eludir sus connivencias, complicidades y responsabilidades corruptas y aprovecharlo como válvula de escape recurrente que alivie la presión que ejercen sobre «cara delgá» el caso de Begoña, las saunas-prostíbulos del suegro Sabiniano, lo de su hermano y lo de sus cuates del Peugeot, Cerdán, Ábalos y Koldo.
Escuchar al loro parque ministerial y a los voceros del equipo de opinión sincronizada arremeter contra Feijóo por el caso Montoro intentando situarlo por encima de la «merdé» corrupta del sanchismo resulta tan ridículo e inútil como pretender tapar el sol con la yema de un dedo. Si Montoro benefició desde el Ministerio de Hacienda a empresas que contrataban al despacho que fundó y que supuestamente le influyó para que tomara decisiones favorables a los intereses económicos de esas empresas, que lo pague. Pero eso no va a rebajar, maquillar u ocultar el alcance de la degeneración política y moral de un gobierno que no duda en pagar con privilegios de Estado el precio de su continuidad en el poder mientras su presidente elude la responsabilidad derivada de los desmanes y corruptelas de sus inmediatos colaboradores en ese gobierno y en el partido que lo sustenta. Montoro es el pasado de un PP que ya sustanció en las urnas la factura de la corrupción, mientras Cerdán, Ábalos, Begoña y el hermanísimo son presente vivo y evidencia empírica de un engaño y un fraude político: el de un tal Pedro Sánchez que llegó al Gobierno de España con el objetivo de regenerar la vida pública y fortalecer la democracia y ha degenerado en más corrupción y en una autocracia.