Gregorio Morán-Vozpópuli
- Aunque parezca raro la vida profesional de los periodistas constituye uno de los territorios menos frecuentados
Aunque parezca raro la vida profesional de los periodistas constituye uno de los territorios menos frecuentados. Suena a paradoja que aquellos que se dedican al mundo de lo público y no ejercen de influencers ni salen en TV resulten tan opacos a la sociedad. Apenas si merecen referencias en señaladas ocasiones, cuando los despiden, tan genéricas como los antiguos anuncios por palabras.
Pepa Bueno pasa a dirigir los telediarios de la noche en TVE. Roberto Saviano ha llorado, no se sabe si de alegría o de desconsuelo, al saber que el capo napolitano Francesco Bidognetti ha sido condenado a 1 año y medio de cárcel. Eso es todo. Así es el oficio y así de impenetrables son los resultados.
Cualquier otra información hubiera obligado a analizar las causas que llevaron a tales consecuencias, pero no es el caso porque nos obligaría a entrar en detalles que afectan a nuestro papel gremial y por mucho esfuerzo que hiciéramos acabaríamos por desentrañar el lado menos brillante de la profesión periodística, aquel que hace referencia a las responsabilidades, los silencios y las venganzas que se sirven frías. Todo aquello que el lector apenas atisba aunque esté en la convicción de quienes escribimos. No hay currículos que iluminen la realidad, sólo cuenta el presente.
Pepa Bueno dirigió durante 4 años “El País” (2021-24), un período marcado por la deriva gubernamental que convirtió el periódico en vocero militante del presidente Sánchez. Su exceso de celo obligó a cesarla hace apenas unos meses sin que nadie osara señalar que la ansiedad del Amo del Gobierno arrastró consigo que una empresa privada se viera obligada a poner un límite.
¿Y adónde ha ido? Dónde iba a ir, a presentar desde el 1º de septiembre el Telediario de la noche, el más importante del aparato propagandístico de TVE que está tan trufado que brotan como los champiñones; ya no necesitan perros rastreadores que descubran las trufas ocultas.
Carezco de cualquier prejuicio respecto a Pepa Bueno, sencillamente no la conozco ni he seguido su escalonada peripecia profesional salvo en lo que se refiere a su papel en la adocenada experiencia en “El País”. Sin embargo, ponerle el punto y final a esta historia resumiéndola en un “vuelve a presentar un telediario, como ya había hecho antaño”, me parece un recurso un tanto alambicado para que los lectores no se enteren de lo que deberían saber. Una suma de ocultamiento, añadido a un dicho habitual en la tribu periodística: “entre bomberos no se pisan la manguera”.
No siento animosidad alguna hacia Pepa Bueno, que a sus 62 años representa un modelo de periodismo que me es ajeno; el de los que salen a la pista, discretos en su ascenso y luego empoderados. Lo que les suceda durante su actuación en el trapecio no les afecta ni mucho ni nada; trabajan con red. Un salvavidas profesional que te recoge para concederte otra oportunidad de subir al escenario. Los servicios prestados a una causa que siempre tiene nombre, ya sea un presidente en ejercicio, una empresa cotizada, o un partido con posibles.
Los servicios prestados a una causa que siempre tiene nombre, ya sea un presidente en ejercicio, una empresa cotizada, o un partido con posibles.
El caso Roberto Saviano está en las antípodas. En un ejercicio de audacia y responsabilidad un joven periodista pone luz sobre la camorra napolitana. La sociedad civil italiana se excita y se conmueve, pero con el tiempo se fragiliza, lo asume y lo contempla. La mafia toma nota y dicta sentencia.
Inapelable como el crimen programado, el capo Bidognetti la pronuncia públicamente y se hace acompañar para mayor énfasis de su abogado Santonastaso: Saviano debe pagar con su vida las informaciones que los delatan. Y aquí se inicia una desigual pelea entre las fieras y el símbolo, bajo el tendajo cuarteado del Estado, aquel del que se decía en los libros antiguos que tenía el monopolio de la violencia; una falacia que nos obligaron a desterrar hace ya tiempo.
Han sido necesarios 17 años para que un tribunal de Roma haya confirmado una condena ridícula de 1 año y medio al capo del clan de los Casalesi, Francesco Bidogneti, y 14 meses a su abogado cómplice del sicariado, Michele Santonastaso. Nada va a cambiar, todo seguirá igual en Nápoles como antes fue en Sicilia y pronto nos llegará a nosotros.
La pena de muerte que pende sobre Saviano es de por vida; acosado, escondido, ridiculizado hasta por su propio gobierno que le tilda de “victimista” y una sociedad hecha a todo y sensible al impulso…aunque incapaz de mantenerlo. La pluma cívica de Saviano ha dejado de tener valor; un periodismo que se niega a adaptarse al mundo de los influencers. “No lo hagáis solos. No os hagáis ilusiones”, fue su desoladora conclusión, con aire de testamento en vida. Lo entiendo y al evocarlo también me emociona.
Envejecieron mal los ídolos del periodismo y no por su culpa. Woodward y Bertestein, son páginas amarillentas que sobreviven en la vaga memoria de un Watergate que puso al presidente Richard Nixon a los pies de la opinión pública. Si el Washington Post ya no tiene a una empresaria pertinaz de cinco generaciones, Katherine Graham, sino a un tiburón tecnológico como Jeff Bezos, esa es la señal de que ha cambiado el objetivo; lo inmejorable para el business resulta letal para el periodismo. Los adictos se mantendrán satisfechos con sus redes.
Un paisano mío, Juan Cueto, tan sagaz como cínico, reinventó para nosotros la expresión de “aldea global” para ubicarnos. A ella debemos remitirnos. Ya es casualidad que en un mismo día aparecieran dos artículos de Victor Lenore y Miguel Angel Aguilar en Vozpopuli, recordando uno la amenaza que pende sobre los que tratan de hacer un periodismo menos acomodado a la alfalfa de los conversos. El otro, señalando esa inclinación sobrevenida de reducir los costes de los plumillas, como si se tratara de convertir los medios en Fundaciones sin ánimo de lucro, en las que, como es bien sabido, siempre hay uno por lo menos que se lucra.
Quizá deberíamos pensar que el presente que nos amenaza no es el ocaso de referentes, al modo de los Wooward, Berstein o Saviano sino la aplastante presencia de los Trump de secano, sobrados de aranceles. Es difícil mantener una cierta dignidad en unos entramados societarios donde un clic decide tu futuro y un icono pretende ser argumento. Vivimos realidades paralelas, con el riesgo de no encontrarse nunca, cuando el periodismo tiene algo de deporte de riesgo en el que se percibe un cierto olor a grada de fútbol, que no lo produce el sudor del esfuerzo sino la baba del ansioso