Jon Juaristi-ABC
- O sea, onomástica vasca: la onomástica española por antonomasia
El año que viene, por estas mismas fechas estivales, se conmemorará –en el dudosísimo caso de que estemos entonces para conmemoraciones– el centoquincuagésimo aniversario de la abolición de los fueros vascongados (por ley de 21 de julio de 1876). La leyenda dice que tal ley fue causa de la aparición del nacionalismo vasco, pero es dudoso. El nacionalismo vasco data de 1892, con la edición de ‘Cuatro glorias patrias’, opúsculo de un Sabino Arana Goiri que contaba entonces veintisiete primaveras. Los fueros habían sido subrepticiamente restaurados catorce años atrás mediante los conciertos económicos, y aquí paz y después gloria.
Lo que realmente impulsó a Sabino Arana Goiri a romper con España fue la apertura, en las inmediaciones de su mansión familiar, de un local de esparcimiento rotulado ‘El Edén’ donde se practicaba el baile ‘agarrao’, la peor de las abominaciones para los católicos vascos (y la Iglesia en general) de la época. El ‘agarrarse’ entre distintos sexos era, según la moral jesuítica imperante en Vizcaya, un camino fatal hacia la condenación eterna. Las parodias escolares de los Ejercicios Espirituales que conocí en mi mocedad comenzaban siempre con un falso sermón del Padre Belarra, S. J., cuyo exordio rezaba así: «Parejas de novios que os montáis juntos en la moto y que cuando llega una curva os agarráis para no caer…¡ y caéis!». Sin embargo, agarrarse entre varones del mismo sexo no estaba mal visto. En la Bilbao del siglo XIX significaba agarrarse a bastonazos, lo que era un deporte practicado todos los fines de semana, entre carlistas y liberales, en las inmediaciones de la mansión familiar de los Arana, o sea, en la Campa de Albia (hoy Jardines de Albia), como testimonió Unamuno en su primera novela, ‘Paz en la guerra’, de 1897.
En fin, para Sabino Arana, aquel salón de baile o cabaret llamado ‘El Edén’ sería hoy el equivalente a la Sauna Adán (Edén y Adán no andan tan lejos). Lo que de verdad indignaba a Sabino era que tanto los dueños como los parroquianos del local fueran maquetos y que se llevasen al bailongo a más de una virgencita de ocho apellidos vascos para corromperla. Después del Concilio Vaticano II la cosa no habría sido tan grave. El Dúo Dinámico creó un precedente, allá por 1960, con su ‘Adán y Eva’, a cuyo son nos pervertimos los de mi generación en indescriptibles guateques: «Era un paraíso llamado el Edén/y allí se vivía muy bien».
Pero lo más divertido es la paradoja onomástica: Sabino fulminó el Edén de su tiempo; Sabiniano lo restauró (también subrepticiamente) en sus saunas edénicas alquiladas a Muface y petadas de huríes de todo género. Sabino y Sabiniano, el Vasco Vasco y El Maqueto Irredimible que engendró una vasca de nombre si no de apellidos, madre a su vez de otra vasca onomástica de Pozuelo. En fin, Serafín.