Chapu Apaolaza-ABC

  • Cómo sería que la cosa que no lo defienden ni los suyos

Una vez estuve con Cristóbal Montoro en su despacho. Recuerdo una chimenea de mármoles verdes y candelabros con iridiscencias. Me contó que se había caído del caballo, como Saulo de Tarso, y se había roto el culo. Durante un tiempo, el doble ministro de Hacienda iba por ahí con un flotador como el socorrista de la piscina de mi Españita, y me imaginaba una imagen preciosa de Montoro sentado sobre el rescate de España. Del rescate que no fue, pese a él.

Siempre me cayó bien porque tenía un aire de Mister Burns, el de los Simpsons y los malos aparentes me despiertan mucha más ternura que los que quieren aparecer como santos, como Sánchez cuando te pone la voz de darte esas homilías satánicas en las que habla bajito y en cuanto lo escucha, uno echa cuerpo a tierra. Claro, que a mí Montoro no me abrió inspecciones de Hacienda por mis artículos, como a Chicote, que por cierto está más fuerte que chupar un limón. En Montoro siempre hubo una fractura perianal o del tipo que sea, pues antes era el ministro el que tenía el culo roto y ahora lo tenemos todos roto, por siete votos concretamente.

Ahí tenemos a un tipo que subió los impuestos, que persiguió a los españoles particulares, que exigió tener acceso a los datos de sus contrincantes políticos. Todo eso lo hizo por el interés general y, si uno escucha interés general, lo mejor también es echarse cuerpo a tierra. No veía cine español, no tenía piedad de sus aliados, que era una tapadera para no tener piedad de los demás. Aumentó los tributos siendo de derechas, que está igual de mal que subirlos siendo de izquierdas o de centro, pero yo creo que Montoro era una coartada con voz atildada, aspecto de dueño de central nuclear de Springfield y una foto de una infancia en blanco y negro, descalzo en una puerta de una casa humilde con un perrillo flaco de hambre. Lo había dejado la mujer, decían. Quizás otra coartada que añadía corazón al hombre que no lo tenía. O eso, o estábamos ante un Jesucristo con PGE.

Ahora regresa a las páginas de los periódicos, atrapado en una dimensión extemporánea de sumario de no sé cuántos mil folios del año catapúm, como tocador profesional de cataplines y veremos si corrupto. Vive o yace, perdido, más allá de las líneas enemigas en una guerra que, pensó, había terminado, y ahora le coge en el otro bando. Mi chiste favorito es cuando en la derecha se dice que Montoro es el último ministro socialista imputado.

Don Cristóbal se aparece ahora como si llegara de otro tiempo, salido de una dimensión cósmica diferente –estaba investigado desde 2021 y no lo sabía nadie–, y en una soledad de astronauta que se ha desenganchado de la nave y va por el vacío en una deriva tributaria. Cómo sería que la cosa que no lo defienden ni los suyos.