Ignacio Camacho-ABC
- El relato sanchista apela a la sentimentalización del instinto: ser de izquierdas te hace mejor, más íntegro, más digno
Como era de esperar tras la generalización del ‘ytumasismo’ como argumento confrontativo, detrás de la guerra de reproches tenía que aparecer la de las diferencias. Al clásico «y tú más» o «y tú también» cada facción responde algo así como «vale, yo también pero de otra manera», de suerte que las respectivas hinchadas –porque éste es un debate de hinchas, no de simpatizantes– consideran que existe una corrupción mala y otra buena o por lo menos más benévola. Con el caso Montoro hemos entrado en esa fase donde los dos grandes partidos se enredan en un intento de minimización ante una opinión pública perpleja cuya reacción mayoritaria es una mezcla de hastío e indiferencia que acaba con un solo beneficiario en las encuestas: la extrema derecha.
En esa competición de basura arrojadiza, el sedicente progresismo destaca por su relato de superioridad moral, según el cual la derecha es corrupta por naturaleza y la izquierda ontológica o metafísicamente honrada. Como resulta imposible negar la evidencia de que el Gobierno actual gana por goleada en episodios deshonestos, los achacan a las miserias individuales de la condición humana. La vieja teoría de los tres o cuatro crápulas que han traicionado la confianza del inmaculado líder con el que compartieron cuarenta mil kilómetros de carretera y manta. Saben que es difícil que la exculpación cuele pero de entrada les basta con la vaga posibilidad de confortar algunas almas cándidas renuentes a aceptar que su irreprochable partido haya podido caer en la venalidad institucionalizada.
Se trata, en definitiva, de halagar el orgullo ideológico de unos votantes desalentados que no van a apoyar nunca al PP pero amenazan con abstenerse en señal de rechazo. Ese veinte por ciento de electorado sanchista dispuesto a quedarse en casa puede dejar al PSOE por debajo de los cien escaños, y hay que evitar como sea semejante descalabro. Para ello es menester persuadirlos de que unos cuantos golfos aislados no alteran la primacía ética de su bando sobre un oponente de esencia y carácter estructuralmente degenerados. De que en el lado correcto de la Historia la corrupción surge como un fenómeno puntual mientras en el contrario constituye un rasgo orgánico.
Se vuelve así a la sentimentalización de los instintos, de donde en el fondo hace tiempo que la escena pública española no se ha movido. En la dialéctica de amigos y enemigos, ellos y nosotros, los suyos y los míos, se puede llegar a perdonar el latrocinio si se cuenta con el suficiente estímulo. Es cuestión de lograr que los propios se sientan convencidos de que su sentido de pertenencia los hace distintos. Es decir, mejores, más íntegros, más dignos. Ser o decirte o creerte socialista te convierte en un espíritu limpio; la fe sin obras, como una especie de luteranismo político. Si el truco funciona o no lo sabremos la noche del próximo escrutinio.