Ana Samboal-El Debate
  • El caso es que colocó a Génova en la tesitura de elegir entre tener que dar explicaciones a su público apoyándolo o evitar dar una pizca de oxígeno a un gobierno que, aunque muerto, pretende seguir organizando la vida de los españoles a la voz de ordeno y mando

Es verdaderamente sorprendente que, a estas alturas, algunos miembros del Gobierno todavía puedan llegar a creer que realmente gobiernan. O son más cándidos de lo que parece o de inteligencia andan muy justitos. Desde que se formó este ejecutivo, hace un par de años, las únicas iniciativas que han prosperado en el parlamento han sido las que interesan a aquellos que les sostienen. Se aprobó la amnistía porque la exigía Junts y se aprobará todo aquello que venga bien y en lo que estén de acuerdo Puigdemont, Junqueras, Pablo Iglesias y Aitor Esteban. Ni uno de ellos se manchará las manos por sacar de un aprieto a Pedro Sánchez, salvo que les pague el precio correspondiente, como ha hecho tras el debate sobre la corrupción en el PSOE. Y, por supuesto, ni mucho menos lo harán para fortalecer a una nación a la que aspiran a destruir. Por eso no hay presupuestos. Los habrá, si acaso, si reciben más de lo que dan a cambio. María Jesús Montero lo entendió muy rápido. Como no quería que le pusieran la cara colorada, que parece que le preocupaba más que cumplir el mandato constitucional, ni se molestó en hacer las cuentas.

Ya cuando Pedro Sánchez anunció que pretendía gobernar sin el parlamento, nos dejó claro que era perfectamente consciente de su extrema precariedad. Pero esa declaración de principios perversa confirma que ha aceptado tácitamente el trato que le han puesto sobre la mesa tras investirle. Conserva el título y las prebendas que lleva aparejadas la presidencia y gestiona lo que puede, que no es poco. Le compensa vivir en la Moncloa, aunque sea atado de pies y manos. Le irán retirando el agua, pero todavía le mantendrán la respiración asistida. Unos para tratar de obtener lo que jamás hubieran pensado alcanzar. Otros para irle desgastando, a él y a Yolanda Díaz. Esa parece ser la jugada de Podemos.

La pelota, en el decreto antiapagones que ha dejado a la ministra Aagesen con las vergüenzas al aire, estaba en el tejado del Partido Popular. Al parecer, la vicepresidenta había pedido a las empresas energéticas que presionaran a los de Alberto Núñez Feijóo, porque era bueno para ellas y para el país. Quizá. El caso es que colocó a Génova en la tesitura de elegir entre tener que dar explicaciones a su público apoyándolo o evitar dar una pizca de oxígeno a un gobierno que, aunque muerto, pretende seguir organizando la vida de los españoles a la voz de ordeno y mando.

A la vista está que en Génova se preparan para la batalla electoral. Han quemado todas las naves. Tendremos que acabar pagando el coste de oportunidad de la parálisis de esta legislatura, pero el deterioro institucional es de tal calibre, la degradación de las funciones del Parlamento tan sobresaliente, que vale más salvar la democracia que dar luz verde a cualquier decreto.