José Alejandro Vara-Vozpópuli

  • Es la metáfora perfecta del oportunismo y del aislamiento progresivo. Es una imagen que no ilustra, sino que delata

España vive hoy uno de sus momentos históricos más tristes desde el regreso de la democracia. No por una guerra, ni por una tragedia, ni siquiera por una gran crisis institucional. Es peor. Es simbólico.

Y es de esos momentos que no necesitan explicación, y que en una sola imagen puede aparecer nítidamente.

Una imagen vale más que mil palabras, sí.

Esta semana, el presidente Pedro Sánchez posó sonriente junto a cuatro mandatarios latinoamericanos en una estampa diplomática que solo puede describirse como penosa. No había allí ningún presidente europeo, ningún peso pesado internacional, ningún socio estratégico. Estaban ellos. Y él. Una foto para enmarcar en la galería de las decisiones que degradan.

Un grupo variopinto

El retrato es grotescamente elocuente. De pie, en actitud casual, Sánchez aparece como el más alto de un quinteto improbable. A su alrededor: Gabriel Boric, el presidente chileno en agonía y caída libre; Yamandú Orsi, presidente electo de Uruguay, aún sin estrenar; Luiz Inácio Lula da Silva, el veterano brasileño que ya no disimula su obsesión por el “lawfare” contra Bolsonaro; y Gustavo Petro, presidente de Colombia y exmiembro del M19, organización guerrillera en la que militó bajo el alias de Aureliano. Aureliano era drogadicto, él no. Un grupo variopinto, ideológicamente homogéneo, políticamente debilitado y geopolíticamente irrelevante.

Y ahí, en medio de todos ellos, como en una excursión de curso, Pedro Sánchez. Sonriente. Erguido. Como si no supiera lo que representa. Como si esa imagen no tuviera consecuencias. Como si no acabara de sellar, con esa fotografía, una de las páginas más tristes de la política exterior española desde la Transición.

El problema no es con quién se fotografía Sánchez, sino para qué lo hace. Porque esta vez no hay una cumbre europea, ni un foro global, ni una razón de Estado. Hay solo una necesidad: la de no quedarse solo.

El Rey Juan Carlos I mandó a callar a Chávez. Era otra España, evidentemente. La degradación de rol de España en el mundo en general es alarmante, pero en Latinoamérica…quién lo hubiera dicho…

Comparada con aquella vieja estampa de la llamada “Patria Grande”, esta versión sureña es casi una caricatura. Entonces estaban Fidel, Chávez, Maduro, los Kirchner, Correa, Lula, Morales, Mujica. Se inventaban el Alba, el Unasur y otros sellos de unidad para legitimarse mutuamente. En aquel entonces daban miedo, la foto de ayer da risa. Y sin embargo, ahí aparece Sánchez, cuando ya nadie convoca, cuando el impulso se extinguió, cuando la épica socialista se volvió autocracia dura y control social.

Lo curioso es que durante años Sánchez evitó este tipo de encuentros. Nunca se fotografió así, en bloque, con América Latina. Y cuando lo hace, elige a este conjunto. La imagen transmite aislamiento; pero también habilidad para desaparecer y generar conversación social divergente.

La última vez que hubo en Chile una reunión hispanohablante en serio, el Rey Juan Carlos I mandó a callar a Chávez. Era otra España, evidentemente. La degradación de rol de España en el mundo en general es alarmante, pero en Latinoamérica…quién lo hubiera dicho…

Al Partido Popular siempre se le dan mal los veranos. Y al PSOE al contrario, le encantan para trabajar. Y los explota. Mientras los socialistas hacen kilómetros en el simbólico Peugeot 407 que ahora es un Falcon, la oposición se broncea en sus segundas residencias

¿Fue acaso a medirse con ellos solo para ser el más alto? No. ¿Qué gana? Tiempo y distracción social. ¿Qué construye? Una nueva grieta en la credibilidad internacional de España, otro paso atrás en la Unión Europea.

Quizá haya una explicación más doméstica, más veraniega. Al Partido Popular siempre se le dan mal los veranos. Y al PSOE al contrario, le encantan para trabajar. Y los explota. Mientras los socialistas hacen kilómetros en el simbólico Peugeot 407 que ahora es un Falcon, la oposición se broncea en sus segundas residencias, cada uno en su cala. Es un patrón que se repite con la precisión del calendario escolar. Y este año no será la excepción. Evidentemente el verano es azul otra vez.

Hace apenas un mes, según el sitio de apuestas y opinión Polymarket, más del 60% de los españoles pensaba que Sánchez no terminaría su mandato. Hoy, solo algo más del 20% apuesta a que caerá antes de 2027. Puede que los números sean cuestionables, pero la tendencia no.

Una voz que ya no se respeta

Porque el efecto de la plaza y la liturgia de una convención son herramientas sueltas que sin un hilo conductor estratégico de acero no sirven para nada, son fútiles, fugaces alegrías que el régimen le permite a la oposición. Porque la oposición aún no ha entendido que para llegar a batir a Sánchez y llegar a gobernar hay que narrar, y para narrar hay que tener talento político, constancia y un buen plan. Mientras tanto, todos contentos pensando que igual se derrumba solo. La oposición no crece, se auto fagocita y lo celebra.

No es que haya una sola causa para este derrumbe simbólico. Hay muchas. Pero la foto de ayer las sintetiza todas. Es la metáfora perfecta del oportunismo y del aislamiento progresivo. Es una imagen que no ilustra, sino que delata.

Es la prueba de que España, que ya no tenía una voz respetable en inglés, ha empezado a perderla también en su propia lengua.