Ignacio Camacho-ABC
- De un presidente que plagia su doctorado sólo podía sobrevenir un estilo de gobernar falso de arriba abajo
Ningún expediente trufado de matrículas de honor y tesis ‘cum laude’ garantiza la idoneidad de un dirigente político. Ése es un oficio donde la preparación técnica puede constituir un requisito para desempeñar ciertos puestos específicos, pero que en general requiere ciertos dones que no se aprenden en la universidad sino a través del instinto, de la sagacidad, del conocimiento intuitivo. Los dos gobernantes que forjaron la democracia española, Suárez y González, tenían una preparación académica discreta y carecían de una sólida vida laboral previa, pero fueron capaces de desempeñarse con la determinación y la audacia que traían de serie en su propia naturaleza. Y los parlamentos deben ser asambleas capaces de reflejar la compleja composición de una sociedad heterogénea, con abogados y camareros, médicos y enfermeras, catedráticos y electricistas, empresarios y dependientes de tienda. Incluso parados, que en nuestro país abundan más de lo que debieran.
Por eso el (mini) escándalo de Noelia Núñez –joven fichaje de Feijóo que aún no pasa de ser una promesa surgida de esos laboratorios de partido especializados en enseñar habilidades comunicativas para divulgar consignas– nada tiene que ver con la ‘titulitis’ meritocrática que han denunciado Irene Montero o Yolanda Díaz arrimando el ascua del debate a su ventajista sardina. Este asunto, bien aprovechado por el PP para colocar ante el espejo a los socialistas, va de algo tan sencillo como la diferencia entre verdad y mentira. Si adornas un currículo escaso con unos másteres truchos o un grado incompleto, estás mintiendo, y si mientes en eso es muy probable que ya no pares de hacerlo. Aunque vivimos un tiempo confuso donde la verdad es un concepto sobrevalorado que cada vez importa menos, la dedicación pública exige siquiera en teoría un mínimo imperativo ético, un compromiso de ejemplaridad que funcione como un contrato de palabra con el pueblo.
Núñez podía haberse atornillado al cargo –como Mazón, por ejemplo– con la excusa de que lo mismo que ella han hecho sus adversarios. Pero obligada o ‘motu proprio’ ha dimitido, y esa renuncia envía a la opinión pública un mensaje acertado sobre la necesidad de penalizar conductas que por triviales que parezcan deben suscitar rechazo cuando se trata de representar con dignidad a los ciudadanos. En el protosanchismo, la ministra de Sanidad fue empujada a abandonar por las irregularidades descubiertas en su máster universitario. Eso ocurrió al mismo tiempo que ABC descubría el plagio con que el presidente obtuvo su doctorado, en el benévolo supuesto de que el autor del trabajo no fuese también falso. A partir de entonces, el rasero del estándar de integridad quedó sensiblemente rebajado, o suprimido para ser más exactos. Y lo que ha venido después es el retrato de un estilo político fraudulento cuyo único rasgo veraz consiste en el engaño.