- El camino ha sido largo aunque quieran hacernos creer que es un invento del sanchismo, cuyas feministas no han condenado el machismo de sus compañeros y no mantienen que «las mujeres deben ser creídas» cuando afectan a un presunto abusador de su cuerda, como algún antiguo dirigente de Podemos
El primer texto significativo y revolucionario del feminismo fue la «Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana», de 1791, debido a Olympe de Gouges, en plena Revolución Francesa. El impacto que causó no salvó a su autora, guillotinada como girondina en 1793. Defendió la igualdad entre hombres y mujeres, el derecho al voto, la equiparación en el trabajo, el acceso a la política y la manifestación de ideas en público, la integración en el Ejército, la titularidad de propiedades, el derecho a la educación, y se mostró partidaria del divorcio. Escribió: «Si la mujer puede subir al cadalso, también se le debería reconocer el derecho a subir a la tribuna». Subió al cadalso y subió poco a la tribuna.
Fray Benito Jerónimo Feijoo ya publicó en 1726 «Defensa de mujeres», obra pionera de los derechos de las mujeres en España. Desarbola la misoginia sobre la inferioridad de la mujer, defiende la igualdad intelectual, el derecho de la mujer a la cultura y a los conocimientos científicos. Feijoo fue el introductor del género ensayístico en la literatura española. Desde él nuestro feminismo ha vivido un importante camino, con singular protagonismo de Clara Campoamor, defensora en el Parlamento republicano del voto femenino, que consiguió, y de los avances en la igualdad. Su acción política ha sido primorosa y detalladamente estudiada por Luís Español Bouché. Clara Campoamor publicó, en mayo de 1936, «Mi pecado mortal. El voto femenino y yo». Acaso por contar la verdad tuvo que abandonar un Madrid ya en guerra porque temió ser asesinada.
El camino ha sido largo aunque quieran hacernos creer que es un invento del sanchismo, cuyas feministas no han condenado el machismo de sus compañeros y no mantienen que «las mujeres deben ser creídas» cuando afectan a un presunto abusador de su cuerda, como algún antiguo dirigente de Podemos, algún cercano colaborador de Sánchez acusado por mujeres de tratos impropios en el mismo palacio de Moncloa, algún expolítico de amplia trayectoria que machacó el teléfono de una colaboradora antes de que viese sus fotos alguien incómodo, y niegan las consecuencias machistas de la impresentable «ley del sí es sí».
Las feministas del sanchismo agravaron la transmisión del COVID con la manifestación del 8 de marzo y ahora jalean al jefe en un acto, cuando les consta el puterío y el trasiego de mujeres por catálogo de quienes han sido sus jefes o cercanos a ellas. Estas proclamadas feministas deben sentirse realizadas mirando para otro lado. Ni palabra ante el aumento de violaciones, ni rechazo cuando algunas mujeres manipulan a sus hijos para enfrentarlos a sus padres en caso de conflicto; al contrario, con sus consejos «feministas» pueden producir el agravamiento y la desembocadura procesal del problema. Ha habido bastantes ejemplos. Este no es un feminismo real en una ejemplar historia de entereza y verdad. Es un feminismo fake. Sólo responde a conveniencias partidistas.
La conocida opinión de Jane Galvin Lewis: «No hace falta ser antihombre para ser promujer», debería aplicársela cierto feminismo español que cree en una especie de guerra de sexos. Otra defensora ilustre de los derechos de las mujeres, la norteamericana Charlotte Perkins, finales del XIX y principios del XX, dejó escrito: «No hay un pensamiento femenino. El cerebro no es un órgano sexual». Y Malala Yousafzai, que sufrió un grave atentado en Paquistán por defender el derecho de las niñas a estudiar, manifestó: «Teníamos dos opciones: estar calladas y morir o hablar y morir. Decidimos hablar». Representan un feminismo comprometido y cabal.
En Irán legalmente imponen el velo, y una «policía moral» controla a las mujeres desde los siete años. Deben llevar el pelo totalmente cubierto, y «no mostrar desnudez de una parte del cuerpo o llevar ropa fina o ajustada». Los controladores de moralidad pueden detener a quien quieran, y a veces hay azotes, torturas y cárcel. El control del cuerpo de las mujeres es implacable. En 2022 fue detenida y murió Mahsa Amini. No llevaba puesto el velo, un grave delito. Por participar en protestas ha habido una docena de ejecuciones y otra docena están a la espera.
A nuestro feminismo fake no le preocupan las persecuciones en Irán; no las condena. Incluso nuestra izquierda radical debe gratitud a la teocracia de los ayatolás. A Pablo Iglesias le pagaban una televisión. Y para el sanchismo es compatible el feminismo y el puterío pagado con nuestro dinero.