María Corina Machado-ABC

  • Nos persiguen porque nos temen. Porque ellos sí saben lo que somos, lo que hemos construido y de lo que somos capaces

Mañana se cumple un año de una de las gestas más grandes de este siglo, en lo que respecta a la lucha entre demócratas y autócratas. La protagonizó el pueblo venezolano el 28 de julio de 2024, cuando derrotó abrumadoramente en las urnas a una de las tiranías más abyectas y criminales de nuestro tiempo. Contra todo pronóstico, los venezolanos nos organizamos con máximo sigilo para superar cada una de las trampas y atropellos que el régimen de Nicolás Maduro preparó con la finalidad de ejecutar un nuevo fraude electoral. Los venezolanos logramos construir una inmensa unidad en torno a la candidatura de Edmundo González frente a un sistema criminal que pretendía impedir la participación de cualquier candidato opositor con posibilidad de derrotarlos. Además, y gracias al trabajo organizado de más de un millón de ciudadanos que asumieron tareas específicas y concatenadas, logramos un hecho inédito: en pocas horas recabamos el 85 por ciento de las actas oficiales, las digitalizamos y las publicamos, y el mundo entero puedo comprobar nuestra victoria.

Ante su derrota, Maduro y compañía sólo tenían dos opciones: negociar una transición (opción que se les ofreció) o atrincherarse y reprimir a mansalva. Optaron por lo segundo. Más de 2.500 personas han sido apresadas durante los últimos doce meses: niños, jóvenes, mujeres. Decenas continúan desaparecidos, muchos han sido torturados, incluso abusados sexualmente. Han arremetido contra todos: periodistas, testigos electorales, sacerdotes, sindicalistas, defensores de derechos humanos, líderes comunitarios y políticos. También han ido contra las familias: si no encuentran a un dirigente que buscan apresar, se llevan a su madre, a su hijo o su pareja, para que se entregue. Miles de valientes venezolanos están hoy escondidos, escapados y refugiados en distintos países, incluyendo a nuestro presidente electo, quien ha sido perseguido y amenazado, con su yerno también preso por la tiranía. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos ha calificado las prácticas de Maduro como terrorismo de Estado, y el alto comisionado para los Derechos Humanos y la Misión de Determinación de los Hechos de las Naciones Unidas como crímenes de lesa humanidad.

Mientras escribo estas palabras, recibo la noticia de que dos jóvenes líderes del Estado Carabobo acaban de ser secuestrados. En la última semana, son más de 35 personas. Mientras los esbirros del régimen irrumpen de madrugada en los hogares, armados hasta los dientes y vestidos de negro, para llevarse a inocentes, Maduro ‘excarcela’ a otros pocos inocentes gracias a las gestiones que atribuye al señor Rodríguez Zapatero. Tratan a seres humanos como fichas de canje; los usan para lavarse mutuamente las caras.

Nos persiguen porque nos temen. Porque ellos sí saben lo que somos, lo que hemos construido y de lo que somos capaces. Y nosotros también lo sabemos. Maduro se aferra al poder a través del terror, el cual se financia con toda la gama de actividades criminales imaginables: narcotráfico, contrabando de oro, crimen organizado, extorsión, prostitución. Nos han declarado la guerra a los venezolanos. El 28 de julio, con sus propias armas, los derrotamos y quedaron expuestos. Desde ese día hemos avanzado en el campo de batalla, y ahora entramos a otra fase. Dura, peligrosa y definitiva.

Durante estos 365 días la determinación del pueblo venezolano a luchar por nuestra libertad se ha mantenido intacta. Hemos transformado la organización electoral en estructuras subterráneas y las comunicaciones ya no son públicas. Hemos logrado que el mundo democrático reconozca nuestra victoria y que Maduro esté cada día más aislado, dentro y fuera de Venezuela. Maduro pretende imponer una cortina de acero para esconder la realidad: un país que está en efervescencia y también cuidándonos unos a otros. Preparándonos para el momento preciso. Decididos a hacer lo que sea necesario, los días que sean necesarios. Haga lo que haga Maduro, esto no tiene vuelta atrás, y muchos en su entorno lo saben. Por eso, las fisuras, las deserciones y las traiciones dentro del sistema criminal seguirán aumentando.

No iniciamos esta guerra, pero estamos obligados a librarla y a ganarla. Se trata de nuestras vidas, de nuestros hijos y de nuestro país; por la libertad, la democracia y la dignidad de la nación. Es una lucha existencial que nos obliga a alcanzar la victoria final; a conquistar ese momento en el que las familias venezolanas puedan reencontrarse nuevamente, los demócratas podamos reconstruir juntos nuestro país y Venezuela sea, otra vez y para siempre, el hogar de todos nuestros compatriotas.

Es esa certeza profunda, esa convicción inquebrantable, la que no sólo nos garantiza que el pueblo de Venezuela va a prevalecer en esta lucha existencial; es también la que nos ha hecho llegar hasta el punto en el que estamos ahora. Un punto en el que, contra lo que puedan creer algunos ajenos al drama nacional, los demócratas estamos ganando. Y por eso, cuando nos mantenemos enfocados y unidos, y cuando examinamos la travesía transitada, comprendemos esto, que esta confrontación la estamos ganando. Porque así es esta lucha desigual entre un puñado de criminales que usurpan el Estado y millones de ciudadanos de bien: hasta el último momento, hasta ese punto crucial en el que sobreviene la victoria, todo parece indicar que los demócratas están perdiendo. Y de repente, súbitamente, del mismo modo en el que se desploma un edificio carcomido por dentro, el sistema entero se derrumba.

La victoria del 28 de julio fue posible porque en Venezuela ha emergido un gran movimiento ciudadano por la libertad. Un movimiento que reconcilió y unió al país; que impuso la verdad sobre la mentira; que articuló a millones de ciudadanos para materializar un mandato popular y soberano que está vigente y va a ser cumplido; que ha dejado al desnudo los vínculos perversos entre agentes de otros países y el régimen criminal de Maduro; que ha impulsado el ‘law enforcement’ internacional sobre tales criminales, y que propicia las fracturas internas dentro del régimen para facilitar el tránsito a la democracia.

Este proceso es irreversible. Venezuela entera, incluyendo a quienes todavía la oprimen, tiene la certeza de que esto va a pasar.