Manuel Marín-Vozpópuli

  • Sabemos que las mafias se incrustan en el poder como termitas, pero también sabemos que siempre habrá quien haga frente a sus amenazas, coacciones y chantajes

Eso del sentido del deber suena a rancio. Como lo del patriotismo. Como lo del trabajo bien hecho. Suena a sermón de la abuela, a corrección política, a rectitud sobreactuada por aquello de mantener las formas. Hoy se lleva poco el discurso del esfuerzo, la competitividad, la disciplina o el talento. Ni en las aulas ni en ningún ámbito de la vida. Somos más de colocar prostitutas en ministerios y de falsear currículos. Somos más del Lazarillo, de Rinconete y de Cortadillo. Somos chasca ética porque mantener una ética pública acorde con la norma es de imbéciles, de rancios y de anticuados casposos. La vida real es la que es. El que no trepa no es nadie. El que no es un listillo no es nadie. El que tiene principios no es nadie, no escala. Ya lo dejó por escrito aquel asesor de La Moncloa en este PSOE de golfetes desbocados, de espías y gestapillos: la mentira es una herramienta más en la política. Y lo normalizamos como si así debiese ser. Por eso la decadencia es la consecuencia.

Acaba el curso político. Suele decirse esa memez a modo de narcolepsia colectiva. Llegan los políticos, los jueces, los altos funcionarios, y nos dicen que ya podemos descansar un poco, que sesteemos. Y los psicólogos nos animan a la desconexión. Que olvidemos la pantalla y durmamos ocho horas. Que si la salud mental y todo eso. Y nos creemos que todo se para con el zumbido de las chicharras. Ya si eso, en septiembre nos hablarán de que se vuelve a reabrir el curso político, del enésimo tópico del otoño caliente y, bueno, vuelta a la lambada. Por suerte la UCO no descansa.

Me perdonarán la autocita. Pero el día 9 de diciembre de 2024 escribí en este bendito periódico algo premonitorio: “Y ahora van a por la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil, a por la UCO. No bastaba con colonizar el Tribunal Constitucional, el aparato jurídico del Congreso, la Fiscalía, la Abogacía del Estado, el CIS o cualquier otra institución con representatividad, poder o influencia. Cuando una institución hace su trabajo y se resiste a someterse al Gobierno, como hace la UCO con su examen de indicios y pruebas, Moncloa no se resigna ni asume su pérdida de control sobre algo. Al revés, se revuelve y criminaliza a esa institución hasta despojarla de credibilidad”. En aquel momento surgían dos dudas: una, si la UCO podría culminar su trabajo; dos, si el Gobierno no intentaría boicotearlo. Afortunadamente, meses después, las dos se han disipado, con respuesta afirmativa en ambos casos.

Por suerte, la UCO es una policía judicial al uso, un complemento investigador sustancial, una bendición democrática. Necesitan apoyo. Pero no solo de personal, de medios materiales, de tiempo y de sueldo. Necesitan días de 34 horas. Son tipos con dos cojones capaces de sufrir la presión en silencio, con profesionalidad militar, con densidad de cirujano y con exactitud de matemático. No miran al reloj en su trabajo cotidiano, son hormiguitas sin descanso, tipos con el sentido del deber tatuado en la placa. Pocos lo dicen. Bien. Que quede por escrito, negro sobre blanco… Luchan más por la salubridad de esta democracia corrupta que muchos altos funcionarios, rimbombantes técnicos de la administración y eficaces empleados públicos que en realidad están atenazados en su ‘omertá’ de comodidad rutinaria, con los sueldos asegurados y el silencio por estandarte. Todo el mundo lo sabía y todo el mundo lo callaba. Al llegar en 2018, ebrios de moción de censura y cinismo regenerador, convirtieron esto en una escombrera de facinerosos y la UCO está levantando las alfombras porque aún creen que nos merecemos algo más. Nos han metido la mano en el bolsillo, nos han rapiñado la ética pública, nos han ofendido y robado, y han diseñado un esquema del Estado para priorizar la inmunidad y la impunidad. Nos cansamos de leer variantes de los escándalos, titulares que suenan a lo mismo, vueltas de tuerca a exclusivas que delatan un estado de cosas sonrojante. La corrupción llega a aburrir, adquirimos una noción general y seguimos caminando en busca de la siguiente información con la de sorprender a un lector al que ya no le sorprende nada. Ni siquiera se escandaliza. Si acaso, sólo aumenta su grado de indignación. Pero hay que seguir. La UCO ha de avanzar siempre de frente. Claro, por esas cosas rancias de la disciplina, el deber y la obediencia, por mal pagado y compensado que esté su servicio a la desinfección de la democracia. La UCO necesita saber que hay quien les respeta aunque los tienten con ascensos, traslados paradisíacos y prebendas para poder quitarlos de enmedio. Deben saber que sí hay quien considera imprescindible su trabajo porque las cosas deben ser como deben ser y no como el corrupto quiere que sean. Porque el sentido de la justicia en su concepto más amplio es ese y no otro. Sabemos que las mafias no son justas y que se incrustan en el poder como termitas. Pero hoy sabemos también que siempre habrá quien haga frente a sus amenazas, coacciones y chantajes. Hasta lamento la ingenuidad del argumento. Pero es que creo en el con la simpleza de un niño.

Lo contrario sería asumir, normalizar, adormecer el sistema hacia un Estado sin garantías de que la porquería se puede limpiar. A ver, sin complejos: viva la UCO. Lo fácil para sacudirse presiones indignas desde La Moncloa, desde la cúpula de Interior o desde la Fiscalía General habría sido adocenarse, cribar información, ocultarla, no descifrarla, hacer la vista gorda y traicionar su propia conciencia de servicio por aquello de evitarse problemas. Pero no está siendo así. Ahí están. De la mañana a la noche. Delatando a los chusqueros del cohecho. Cumplir con un deber no debería ser un mérito, sino una obligación profesional para cualquiera. En este caso, cumplir como hace la UCO sí es en sí un mérito añadido. Porque sabemos lo que se esconde por detrás para coaccionarles hasta la agonía, rendirlos y blindar a quien ha ideado todo un sistema de corrupción envuelto en el más falso de los progresismos. Pero sí, aún queda alguien en el lado correcto de la historia.