Florentino Portero-El Debate
  • A pesar de los éxitos militares Israel está perdiendo en el teatro diplomático, se está aislando, víctima de un conjunto de contradicciones resueltas con más soberbia que prudencia

En un entorno convencional distinguimos el tiempo de paz del de guerra, el inicio de ésta y su final, con un alto el fuego que da paso a la capitulación del perdedor y, algún tiempo después, a uno o varios tratados que determinan el nuevo marco de relación entre las partes. Por el contrario, en un conflicto irregular enmarcado en una estrategia asimétrica no hay una clara diferencia entre el tiempo de paz y el de guerra y el final no llega por medio de una capitulación, sino por la desaparición o retirada de una de las partes.

En Gaza estamos viviendo un ejemplo del segundo caso. Cuando Hamás provocó esta guerra, un capítulo más de una serie que se prolonga sin un final previsible, descontaba la derrota en términos clásicos, pero veía posible la victoria política. El Ejército israelí les infringiría un daño brutal, pero a costa de aparecer ante el mundo como una nación genocida. En la mentalidad islamista el sacrificio de los propios está justificado si conlleva la destrucción del enemigo, como sus propagandistas repiten una y otra vez.

La actuación del Ejército israelí en el Líbano e Irán ha sido excepcional. Ha demostrado una capacidad inaudita para un Estado de apenas diez millones de habitantes. Contra Hizbolá y frente al régimen de los ayatolás la relación entre objetivos a alcanzar y capacidades utilizadas es impecable, de ahí que estas campañas se estén estudiando con detenimiento en todas las instituciones militares del planeta. El caso de Gaza es distinto, por lo menos desde la reanudación de las hostilidades tras el alto el fuego y ello por varias razones.

En términos clásicos podríamos afirmar que Israel tiene derecho a seguir combatiendo porque el enemigo no se ha rendido, no ha habido capitulación, y continúa reteniendo a un número considerable de rehenes. Sin embargo, como señalaba al principio, no estamos ante una guerra convencional. El daño que se podía hacer a Hamás en términos militares ya se ha realizado, según los propios mandos israelíes. Entonces ¿qué están haciendo sus tropas en Gaza?

En primer lugar, hay un acto político de asunción del pleno control del territorio. Tras el fracaso de lograr un cierto entendimiento con Hamás el Gobierno de Jerusalén no está dispuesto a repetir ensayos fallidos. Se está revirtiendo la retirada que en su día ordenó Sharon. Tan cierto es que Israel no puede confiar en nadie para gobernar Gaza como que no tiene derecho a ocupar ese territorio, lo que provoca el lógico y previsible rechazo de los gobiernos árabes y europeos, defensores de la solución de dos estados.

En segundo lugar, en esta fase previa el Gobierno israelí rechazó que la Unrwa, la agencia de Naciones Unidas encargada de los refugiados palestinos, se hiciera cargo del reparto de la ayuda a los gazatíes. El argumento era sólido. La Unrwa en Gaza se puso en manos de Hamás hace muchos años, lo que ha venido facilitando su trabajo al tiempo que permitía a esta organización desviar para uso propio buena parte de la ayuda. La misión se encargó a una organización privada especializada en estas tareas. El resultado no ha sido bueno, en realidad es un desastre. El tramo de la cadena logística que se ocupa de hacer llegar la ayuda desde la frontera a los puntos de distribución está interrumpido. Naciones Unidas denuncia falta de seguridad e Israel acusa a sus responsables de boicot. Es evidente que para Hamás es un desastre, pero, al mismo tiempo, un regalo. Las masas se lanzan contra los puntos de aprovisionamiento, mal organizados, o se acercan en demasía a las posiciones ocupadas por los soldados, provocando la respuesta militar. Las imágenes como los datos son espeluznantes, haciendo un daño enorme a la autoridad de Israel. Tan cierto es que Naciones Unidas está en manos de Hamás, con todo lo que ello implica, como que Israel es responsable del modelo alternativo que ha impuesto.

Los negociadores norteamericanos, deseosos de alcanzar un definitivo alto el fuego, reconocen que Hamás está demostrando un creciente desinterés en el proceso. Es lógico. Los errores israelíes están haciendo viables los objetivos políticos tras aquel atroz acto terrorista que inició esta fase del conflicto. A pesar de los éxitos militares Israel está perdiendo en el teatro diplomático, se está aislando, víctima de un conjunto de contradicciones resueltas con más soberbia que prudencia.