Félix Madero-Vozpópuli

  • Haríamos muy bien en plantearnos de una vez qué hacemos delante de estos sujetos que utilizan nuestro tiempo y medios para la mentira

Mientras que las radios matinales anunciaban al mediodía que Pedro Sánchez haría balance de la legislatura, yo escuchaba una vieja canción de Bob Dylan. Sí, las dos cosas simultáneamente, no sea que alguna vez me den una opinión que me interese y se me pase. Informaciones, noticias, ya no espero que salgan de las tertulias de la mañana. Qué difícil es dar con un contertulio, analistas, politólogo, experto, profesor o militar en la reserva que te dé una noticia. Imposible. Quedan eso sí, compañeros inteligentes que son capaces de no caer en lo evidente, en el guion previsible que les proponen. Como son pocos, destacan. Se nota, ya lo creo, aquellos que vienen leídos, y esos otros que tiran del oficio y la gracieta para disimular lo que cuesta mucho esconder.

La canción de Dylan que escucho mientras una compañera explica con mucha facundia cómo va a ser la rueda de prensa balance de Sánchez, se titula I pity the poor inmigrant, (Compadezco al pobre inmigrante). Es un tema raro porque no lo defiende. Es más, habla de un hombre que utiliza su fuerza para la infamia: Compadezco al pobre inmigrante/ que desearía haberse quedado en su casa, que utiliza su fuerza para hacer el mal/ pero al que siempre dejan solo; a aquel hombre que engañan con sus dedos/ y que miente con cada suspiro/ que odia su vida apasionadamente/ y, del mismo modo, teme a su muerte.

Hubo un tiempo -y eran los del bipartidismo, qué se le va a hacer- en que la profesión de periodista salía muy bien valorada en los barómetros del CIS -también era otro CIS, qué se le va a hacer-

En estas estaba cuando me dio por hacer un juego con el poema: allí donde Dylan habla del emigrante yo ponía la palabra periodista. El resultado es curioso, y el que tenga mucho interés puede hacer la prueba y comprobar que las casualidades siempre son sospechosas. Compadezco y me lamento por el pobre periodistas, y también por el periodista pobre. El adjetivo encaja en mi profesión sin tener que lubricar las palabras. Es todo ya muy evidente.

No doy consejos y menos lecciones. Durante algún tiempo, poco, porque uno ya tiene algunos años, he tenido que vivir el lamento de una profesión que no volverá a aquellos días de respeto y consideración. Hubo un tiempo -y eran los del bipartidismo, qué se le va a hacer- en que la profesión de periodista salía muy bien valorada en los barómetros del CIS -también era otro CIS, qué se le va a hacer-. Junto a policías, militares, bomberos, jueces y sanitarios ahí estábamos, bien considerados, respetados. Y la radio, la primera. «Lo ha dicho la radio», decían antes sin necesidad de dar más explicaciones sobre la verdad de una noticia.

Una rueda de prensa es un tiempo para preguntar y repreguntar, y si esto no es posible, que ya no lo es, es un acto para la propaganda y el descrédito de nuestra profesión

A tres horas de lo que mi compañera tertuliana calificaba ayer de «rueda de prensa bomba de racimo», o sea un gran evento en el que Sánchez se disponía a protagonizar una vez más un acto para la exaltación, el ego, la mentira y el triunfalismo en el que habría cinco turnos para preguntar. Cinco, oigan, cinco preguntas para alguien que debería estar respondiendo preguntas dos días seguidos. ¿Y por qué no cuatro o cincuenta y dos?

Llamar rueda de prensa a eso es mentir con descaro. Una rueda de prensa es un tiempo para preguntar y repreguntar, y si esto no es posible, que ya no lo es, es un acto para la propaganda y el descrédito de nuestra profesión. Lo de bomba racimo consiste en que el agraciado periodista que va a preguntar al delgado y demacrado César encadenará preguntas que, dado su amontonamiento, sólo servirán para la confusión y que el interrogado se explique a sus anchas. Ya quisiera uno estar en los tiempos de Manuel Fraga, cuando nos dijo a unos cuantos periodistas: «Ustedes pregunten lo que quieran que yo responderé lo que me parezca, que de aquí no me voy a mover».

Si esto no se respeta haríamos muy bien en plantearnos de una vez qué hacemos delante de estos sujetos que utilizan nuestro tiempo y medios para la mentira y la obsesión autoencomiástica.

Ya he dicho que no está uno para dar consejos ni lecciones, pero alguna vez habría que considerar que las entrevistas las dan los medios, no los políticos a los medios; que una pregunta no está respondida hasta que el periodista que la formula lo decide; que no somos cómplices, y mucho menos activos secuaces de actos de propaganda y publicidad; que somos lo que somos porque podemos o deberíamos poder preguntar; que no estamos para ir a las sedicentes ruedas de prensa a tomar notas, como si estuviéramos haciendo un comentario de texto; que somos periodistas y no escribamos. Y que si esto no se respeta haríamos muy bien en plantearnos de una vez qué hacemos delante de estos sujetos que utilizan nuestro tiempo y medios para la mentira y la obsesión autoencomiástica.

Uno no pierde la esperanza de que la APM (Asociación de la Prensa de Madrid) a la que pertenezco lo recuerde alguna vez. Tampoco de que los editores y propietarios -muchos de ellos atemorizados porque no llega la publicidad institucional- les digan a sus trabajadores que, si van a ir de escribidores a ver al marido de Begoña, yerno de Sabiniano, hermano del hermanísimo, ex amigo íntimo de Cerdán, Ábalos y Koldo, mejor que lo sigan desde la redacción viendo la tele.

Temor al adelanto electoral

Estamos en la mitad de esta legislatura, en realidad la legislatura de la mentira, aquella en la que este señor de la Moncloa dijo que eran más. Ya ven los que son dos años después.  Son tantos y tan unidos que no sienten mayor temor que un adelanto electoral. Que bien estaría que en lo que quede de legislatura estos tipos dieran sus ruedas de prensa frente a una cámara que les graba, pero con las sillas de la sala de prensa vacías. Pero esto es un sueño. Algo que no va a suceder. Compadezco al pobre inmigrante (periodista)/ que gasta su fuerza inútilmente/ cuyo cielo es como el de los legendarios/ cuyas lágrimas son como lluvia/ que come, pero nunca se sacia/ que oye, pero no ve/ que se enamora de la riqueza misma/ y me vuelve la espalda.

Y todavía hay gente que se pregunta por qué le dieron el Nobel de literatura a Bon Dylan.