Carlos Souto-Vozpópuli

  • No es el mes en el que no pasa nada. Es el mes en el que pasa todo, pero por debajo

No es una metáfora. Es literal. Durante treinta y un días enteros, España entra en suspensión. En animación burocrática. En estado gaseoso. “Johnny y sus amigos” podrían detener el reloj de la Puerta del Sol el día primero y volverlo a poner en marcha el treinta y uno, y nadie lo notaría. Porque en agosto, aquí, el tiempo no transcurre: se derrite, se desintegra y se altera.

En todas partes hay un mes favorito para desaparecer. Un mes caliente, en todos los sentidos. Aquí hay quienes eligen julio, claro, pero los entendidos —los que ya tienen las toallas marcadas en la piscina— saben que el verdadero mes sagrado es agosto.

En el Cono Sur, en cambio, agosto es un mes fúnebre. Nefasto. Hay un refrán que dice: “Julio los prepara y agosto se los lleva”. Se refiere a los ancianos. Allá, agosto es sinónimo de frío, de enfermedades, de obituarios. Aquí, en cambio, es sinónimo de la nada misma.

Una marea silenciosa

Nada funciona en agosto. O funciona en cámara lenta y con horario especial. Las oficinas cierran, los comercios modifican su cartelito de apertura como si eso fuera a cambiar el flujo del comercio. La vida entra en un compás de espera. La siesta se alarga. Se extiende como una marea silenciosa que lo cubre todo: el sistema judicial, la administración pública, los informativos, el Prime Time. Es como si el país se pusiera en “modo avión”, solo que con Sánchez en cabina.

Porque los políticos, claro, no son la excepción. Muchos de ellos están en sus segundas residencias, quizá en Marbella, quizá en rincones más discretos, pero siempre cerca del mar y siempre regresando en septiembre con un bronceado envidiable.

Sin embargo, hay una diferencia —muy seria— entre cómo vive el mes de agosto el PSOE y cómo lo vive el Partido Popular.

Mientras otros descorchan un albariño mirando al mar, el presidente repasa organigramas, planifica coartadas, recorre atajos, prepara medidas para setiembre llenas del factor sorpresa y diseña rutas de escape

El PP se toma agosto con espíritu vaticano. Meditación, incienso, pasos cortos. Una calma estratégica que confunde el descanso con la retirada. Vive el calendario como una novena: hasta septiembre, nada de lo que haga parece tener consecuencias. Es un mes en el que parece volver la vieja escuela del “dejemos que el país madure solo”, una táctica que funcionaba con Cánovas y Sagasta, pero que hoy solo sirve para perder terreno.

Sánchez, en cambio, no descansa nunca. Agosto, para él, es cuando más corre. Azota a las bestias que impulsan su “quadrigae” como en las antiguas carreras del Circus Maximus, como un auriga experto, recrea esas butales competencias que por cierto enfrentaban a rojos, azules, verdes y blancos. Menudo paralelo con la Roma antigua.

Mientras los otros se broncean, él trama. Mientras otros descorchan un albariño mirando al mar, el presidente repasa organigramas, planifica coartadas, recorre atajos, prepara medidas para setiembre llenas del factor sorpresa y diseña rutas de escape de lo que (tristemente previsible) hará la oposición cuando termine agosto. A veces parece que solo hay dos momentos en los que Pedro Sánchez siente verdadera libertad para gobernar: cuando se enfrenta a una moción de censura… y cuando el resto del país está en chanclas.

Fue en agosto cuando empezó todo. Cuando nadie lo miraba. Cuando todo parecía perdido y, sin embargo, el presidente activó la maquinaria más compleja y eficaz del último ciclo político: la geometría variable

Ahí está el ejemplo de agosto de 2023, apenas pasadas las elecciones del 23J. Mientras el PP seguía sacando cuentas en la arena y Yolanda Díaz hacía videollamadas desde la tumbona, Sánchez tejía, punto por punto, la telaraña que todavía sostiene su gobierno. Fue en agosto cuando empezó todo. Cuando nadie lo miraba. Cuando todo parecía perdido y, sin embargo, el presidente activó la maquinaria más compleja y eficaz del último ciclo político: la geometría variable.

En una España en la que el mes de agosto se parece peligrosamente a un realismo mágico funcionarial —las cosas están, pero no están; existen, pero no actúan—, el único que se mueve es el que entiende que el silencio no es ausencia, sino oportunidad.

El agosto del PSOE es un agosto conspirativo. El del PP, contemplativo. Esa es toda la diferencia. Y, también, toda la ventaja.

Sánchez puede apretar el botón

Por eso hay que mirar agosto con otros ojos. No es el mes en el que no pasa nada. Es el mes en el que pasa todo, pero por debajo. Por eso los periódicos se llenan de serpientes de verano, mientras los BOE siguen publicando cosas cien por ciento seguro de que nadie las lee. Por eso hasta los analistas se toman vacaciones, mientras los estrategas de la Moncloa andan a paso redoblado.

¿No fue también un agosto aquel en que se aprobó por la puerta de atrás una reforma del Poder Judicial? Sí, el 2 para no perder tiempo, el 5 estaba en el BOE y el 6 entró en vigor. Y aún sobraba agosto cuando se comenzaron a tejer los pactos que hoy mantienen viva a una legislatura que parecía muerta.

En política, el calendario también es una herramienta de poder. Y Sánchez lo sabe. Sabe que mientras el adversario reposa, se puede avanzar. Que mientras el país bosteza, él puede apretar el botón.

Así que, españoles, tranquilos. No se angustien. No se exijan. No esperen nada de este mes.

Porque en España, en agosto, no pasa nada.

Excepto, claro, lo que pasa.