- Ha sido el Papa León XIV el que ha debidamente aprovechado el aniversario para recordar, en la Audiencia General de hace dos días, la conveniencia de «preservar el espíritu de Helsinki y mantener hoy más que nunca, el diálogo, para reforzar la cooperación y hacer de la diplomacia el camino en las relaciones internacionales»
Fue el 1 de agosto de 1975 cuando tuvo lugar en la capital finlandesa la firma del Acta Final de Helsinki, resultado de la negociación celebrada en el seno de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa. Allí se reunieron los jefes de Estado y de gobierno de los 35 países que desde 1972 habían trabajado el texto que, en la forma y en el fondo, inauguraba el periodo más cálido y prometedor de la Guerra Fría. Así lo señalaba el capítulo del documento en la parte destinada a «las medidas destinadas a fomentar la confianza: «Los estados participantes, deseosos de eliminar las causas de tensión que puedan existir entre ellos y de contribuir así al fortalecimiento de la paz y de la seguridad en el mundo…». A los países europeos, entre los cuales se encontraban la Unión Soviética, se añadían los Estados Unidos y Canadá.

El autor a la izquierda con el embajador Nuño Aguirre de Cárcer firmando y José Antonio Zorrilla al fondo
El Debate
El trabajoso tiempo de la negociación había contemplado el agrupamiento informal en la Conferencia de tres sectores, descritos por su sistema de adhesión: el occidental y democrático, el oriental y totalitario y el neutral y no alineado. A los cuales había que añadir otros dos no inscritos en ninguno de ellos: el Vaticano y España. Era la primera vez que nuestro país participaba en régimen de igualdad en una reunión internacional de tal alcance desde los tiempos lejanos de los años veinte del siglo entonces en curso. Era en consecuencia la primera vez que los diplomáticos españoles que en la negociación participábamos, y de lo cual me queda un recuerdo imborrable en lo profesional, intelectual y político, teníamos la posibilidad de imaginar y concebir el sitio que en el futuro quisiéramos para la patria, que poco después certificamos en la UCD: «europeo, democrático y occidental». Como en efecto comenzó a fraguarse pocos meses después, tras el fallecimiento, en noviembre del mismo año, de Francisco Franco. Y como tuvo su poderosa certificación cuando entre 1980 y 1983 tuvo lugar en Madrid la tercera de las sesiones itinerantes de la todavía CSCE, la madre del Acta Final, en la cual tuve el honor de desempeñar el puesto de embajador de la delegación española ante el conciliábulo. Inspirándome para ello en las lecciones aprendidas durante la gestación del Acta bajo la dirección del que entonces fuera jefe de la delegación española, Nuño Aguirre de Cárcer, un profesional diplomático de extraordinaria capacidad y lucidez, cuyo ejemplo y recuerdo he guardado en mis interiores y exteriores a lo largo de toda mi vida.
Ha sido el Papa León XIV el que ha debidamente aprovechado el aniversario para recordar, en la Audiencia General de hace dos días, la conveniencia de «preservar el espíritu de Helsinki y mantener hoy más que nunca, el diálogo, para reforzar la cooperación y hacer de la diplomacia el camino privilegiado en las relaciones internacionales». Añadiendo, con acertado énfasis, que el recuerdo del Acta Final de Helsinki debe suponernos «hoy más que nunca un foco renovado sobre los derechos humanos».
La itinerante CSCE se convirtió en Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa en 1995, tiene su sede en Viena y tiene hoy 57 miembros. Sigue contando como inspiración fundamental para sus tareas con la derivada del Acta Final de Helsinki, que empieza su texto «reafirmando su objetivo de promover mejores relaciones entre ellos y de lograr condiciones en las que sus pueblos puedan vivir en una paz auténtica y duradera, libres de toda amenaza o atentado contra su seguridad».
Cabe hoy tener en cuenta lo evidente: no son estos los tiempos en que cupiera admitir que los preceptos del Acta Final de Helsinki han sido adecuadamente obedecidos y respetados. Mas bien al contrario, y el recuerdo diario de lo que desde hace tres años está sucediendo en Ucrania, tras la agresión de la Federación Rusa, constituye un sangriento testimonio de ello. Razón de más para tener en cuenta lo que hace cincuenta años y ahora significó y sigue significado el Acra Final de Helsinki: un esfuerzo inolvidable para dotar a los pueblos europeos, y en el fondo a todo el mundo, de un esquema de paz, libertad y prosperidad indispensable para evitar lo impronunciable: la repetición de la guerra. Y de su correspondiente exterminio. Nos gustaría escuchar de los líderes de los 57 miembros de la OSCE las mismas adecuadas palabras conmemorativas que León XIV dedica al evento. Y las correspondientes actuaciones. Aunque quizás conviniera comenzar por una recomendación: que todos y cada uno de los líderes actuales de los 57 miembros, lean hoy, al comenzar el día, la «Declaración sobre los Principios que Rigen las Relaciones entre los Estados Participantes», que conforma la columna vertebral del Acta de Helsinki. Pudiera ser una adecuada manera de celebrar el medio siglo de su existencia. Y arbitrar las medidas correspondientes y adecuadas. Todavía estamos a tiempo.
- Javier Rupérez es embajador de España