• Treinta años después, la izquierda abertzale tiene la oportunidad de colaborar para el retorno de los vascos a los que expulsó su estrategia pasada

Luis Ramón Arrieta Durana y Jesús Prieto Mendaza

Este agosto se cumplen treinta años de la ponencia de la izquierda abertzale en la que se aprobaba su estrategia de «socialización del sufrimiento», una decisión que supuso una escalada terrible, tanto en crueldad como en la ampliación de los sujetos susceptibles de ser objetivos del terrorismo. De hecho, se pretendía que todos los ciudadanos, salvo los adeptos a su ideología, llegaran a padecer, de una u otra forma, la violencia generada por «el conflicto». El documento se tituló Oldartzen y recogía, en ese momento, la concreción práctica de la nueva línea política de Herri Batasuna. En el sangriento contexto de aquellos años, resulta espeluznante releer en su introducción: «Hay que poner en marcha mecanismos de actuación que, siendo necesarios, no se han interiorizado ni llevado a la práctica con la intensidad que se pretendía».

Oldartzen supuso un giro táctico impulsado por la izquierda abertzale. Su objetivo, intensificar la confrontación con el Estado y avanzar hacia la independencia mediante la «acumulación de fuerzas». Su implantación coincidió con un aumento significativo de la violencia callejera y una radicalización de sectores juveniles, lo que generó aquella década un clima de miedo, hostigamiento, tensión e inestabilidad política que resultó clave en la expulsión de decenas de miles de personas de Euskadi.

Tras el fracaso de las conversaciones de Argel de 1989, y numerosos debates posteriores, el inicio de Oldartzen se sitúa en el Congreso de Herri Batasuna de 1995, donde se aprobó el documento estratégico homónimo. El texto sistematizaba una nueva forma de lucha multidimensional que articulaba la del ejercicio del terrorismo con la acción política, la presión social y la llamada ‘violencia de baja intensidad’. La estrategia fue impulsada colectivamente por la dirección de HB y también jugaron un papel clave organizaciones juveniles como Jarrai y Haika, encargadas de la movilización callejera y la transmisión ideológica a nuevas generaciones.

El documento establecía cinco ejes estratégicos: incrementar la conflictividad en todos los frentes; movilizar a la juventud como motor del «conflicto»; ocupar espacios institucionales; coordinarse con ETA sin hacerlo explícito; y confrontar a partidos democráticos como PNV, PSOE y PP. El objetivo final era provocar una crisis institucional total que facilitara una negociación con el Estado sobre la autodeterminación.

Oldartzen provocó un aumento en la violencia callejera, el fortalecimiento de estructuras radicales juveniles y una tensión creciente entre bloques políticos. A medio plazo, generó también una respuesta institucional firme, incluyendo la ilegalización de Batasuna en 2003. Si bien esa acumulación de fuerza fue un éxito en términos de crueldad, HB no calibró el giro que la sociedad vasca estaba dando ante el insoportable nivel de horror, y ello terminó por aislar social y legalmente al entorno de la izquierda abertzale (de un apoyo del 20% a solo un 2%, Euskobarómetro 2007).

Oldartzen marcó profundamente la agenda política y social vasca durante más de una década. La estrategia generó un aumento significativo de ‘kale borroka’, que llevó a superar los 600 atentados anuales en su pico a finales de los años 90. Este tipo de violencia, aunque distinta de la ejercida directamente por ETA, complementaba su acción al generar miedo, tensión social y desgaste institucional. Frente a esta situación, el Estado articuló una respuesta basada en reformas legales, que permitió la ilegalización de organizaciones que no condenaban expresamente la violencia. Además, se reforzaron las acciones judiciales y policiales contra el entorno de ETA y sus estructuras de apoyo, debilitando progresivamente su capacidad de acción política. En septiembre de 2010, ETA declaró un alto el fuego y en octubre de 2011 anunció el cese definitivo de su actividad armada.

Oldartzen hoy es sinónimo de una etapa trágica, que si bien tuvo éxito parcial en mantener viva la causa independentista en ciertos sectores sociales, también supuso su descrédito. Ese desgaste, y el impacto de las medidas legales, forzaron una reflexión interna que, a partir de 2006, culminó en una nueva fase para desvincular la política de cualquier forma de violencia y se concretó en iniciativas como el Acuerdo de Gernika (2010) y en ese cese definitivo del terrorismo.

Conceptos como ‘nuevos tiempos’, ‘reconciliación’ o ‘reencuentro’ están hoy en la agenda de todos los agentes sociales o políticos. La actual izquierda abertzale tiene la oportunidad de trabajar ahora poniendo en marcha proyectos y colaborando con otros, para conseguir el retorno de los vascos a los que su estrategia pasada expulsó durante aquellos terribles años. Es la mejor manera de demostrar su compromiso con la paz.