Óscar Monsalvo-Vozpópuli

  • Morant representa a la perfección todo lo que está mal en España, y por tanto todo lo que es hoy España

Agosto suele ser un mal mes para escribir sobre la actualidad. Cuesta llenar la hoja porque normalmente no pasan cosas. En España, como en tantas otras cuestiones, estamos del revés. Cuesta llenar la hoja porque siguen pasando cosas. Todas las semanas, sin tregua. Declaraciones, leyes, proyectos de ley, mentiras, contradicciones, pactos, escenificaciones de lo que hay y de lo que está por venir. En agosto cuesta especialmente llenar la hoja no porque no pase nada, y tampoco porque pasen muchas cosas. Cuesta porque sigue pasando lo mismo.

Ya sólo hay un tema importante si se quiere describir la actualidad o reflexionar sobre ella. La absoluta degradación de la vida pública, en múltiples aspectos. Por eso parece que siempre se dice lo mismo. Sólo caben ligeras variaciones, matices o enfoques. Por ejemplo: cuando decimos degradación, ¿no estamos asumiendo que hace no mucho estábamos algo mejor, que éramos algo mejor? Cuesta aceptar la hipótesis. No sé si en realidad siempre fuimos esto y ahora sólo vemos la fase de mayor virulencia.

Un partido -no un Sánchez– que no es que haga lo posible por instalarse a perpetuidad en el poder, sino que lo declara públicamente y se le permite hacerlo. Ni el Estado, ni la oposición ni la nación parecen ser capaces de activar los mecanismos de protección democráticos

Estamos siempre con el mismo tema porque cada caso de corrupción es sólo la manifestación particular que ha adquirido esa semana. Si a uno le toca comentar algo sobre lo que ha sido importante en los últimos siete días, por fuerza ha de ocuparse de lo que ocurre alrededor del PSOE, del Gobierno y del Estado, que ya casi son la misma cosa. Tal vez el mayor signo de corrupción en España sea precisamente éste: al fin nos hemos convertido en una democracia sin límites. Un partido -no un Sánchez– que no es que haga lo posible por instalarse a perpetuidad en el poder, sino que lo declara públicamente y se le permite hacerlo. Ni el Estado, ni la oposición ni la nación parecen ser capaces de activar los mecanismos de protección democráticos. Tal vez sencillamente es que no nos parece importante. O que somos parte de esa misma extrema mediocridad de la que los políticos son sólo la cara siempre visible.

La semana pasada Noelia Núñez tuvo que dimitir por haber falseado los datos sobre su formación académica. Esta semana hemos visto cómo un miembro importante del Estado y del PSOE valenciano ha tenido que jubilarse algún día antes de lo previsto porque accedió a la función pública, al parecer, presentando una fotocopia falsa de un título inexistente. El mensaje en el Partido, en el Estado y en el Gobierno ha sido el esperado: elogios apasionados para quien se convirtió a codazos en servidor público y accedió a un puesto excelentemente pagado y que proporcionaba una estabilidad envidiable. Y ni siquiera a codazos: sin dar siquiera opción al resto de candidatos.

No sé si llegaremos a conocer lo que pasó realmente con ese título. Sí conocemos las palabras que Diana Morant, ministra de Universidades, ha ofrecido como respuesta al supuesto servidor público fraudulento. “Nosotros no pedimos títulos, lo que pedimos es hoja de servicios”.

Lo peor de la política nacional

Ahí está todo. Todo lo que importa en el Partido, en el PSOE, pero desgraciadamente no sólo en el PSOE. Es razonable defender que el partido de los socialistas es lo peor que existe en la política nacional, pero con el tiempo se va abriendo una hipótesis que parece conciliadora aunque en realidad es más desesperanzadora: sí, el PSOE es tal vez la principal causa del mal que existe en la política española, pero no es más que la manifestación más aguda de un problema más profundo. El PSOE no es más que el partido que más se parece a España, como quedó establecido hace mucho tiempo.

La principal característica del mecanismo de selección de élites, que quien llegue a los más altos puestos de responsabilidad en la política española no tenga estudios de verdad. Es esencial que no haya leído ni pensado sobre la virtud, sobre el sacrificio y sobre el pecado

Pedimos hoja de servicios. Lealtad inquebrantable. Servidumbre absoluta. Capacidad demostrada para arrastrarse en defensa de las siglas, de la empresa o de la causa. Esto último parece demasiado cruel, pero tiene truco: si vives en el suelo no hace falta arrastrarse. Por eso no es sólo posible, es esencial, la principal característica del mecanismo de selección de élites, que quien llegue a los más altos puestos de responsabilidad en la política española no tenga estudios de verdad. Es esencial que no haya leído ni pensado sobre la virtud, sobre el sacrificio y sobre el pecado. No debe ser más que un cuerpo en permanente búsqueda de la gratificación material o psicológica. Porque lo que ofrece la política a quien presente una hoja de servicios adecuada es una vida perfectamente ajustada a las inquietudes y los principios de quien es capaz de presentar un título inexistente para conseguir una plaza pública.

Sólo han tenido que pasar tres días hasta que se ha materializado la certeza que cualquier espectador despierto tenía nada más conocerse el caso. La política es la gestión de la fiesta, decíamos la semana pasada, y la comunicación política es la gestión del engaño. “Entramos en un debate de titulitis. Un título académico no hace a un político”. Diana Morant, el viernes, sobre el ejemplar José María Ángel. Morant es la ministra de Universidades. Podríamos pensar ingenuamente que no es apta para el cargo. Pero representa a la perfección todo lo que está mal en España, y por tanto todo lo que es hoy España. Una universidad devaluada que sólo expide acreditaciones y un ecosistema político que sólo puede funcionar con mentiras, trampas y relativismo.