José F. Peláez-ABC
- Si Yolanda es un ejemplar de catequista sin fe, Urtasun es un híbrido de pijo navarro y de pijo catalán
Tenían que verlos en aquel foro, entre risotadas, florecillas y piolets, Yolanda y Ernest, Ernest y Yolanda, la cara y la cruz –o si se prefiere, las dos cruces– de la misma tragedia. Yolanda se mofaba del pueblo español, con ese aire que tiene siempre como de acabar de salir del spa y del convento, y se congratulaba de haber aprobado un real decreto que no ha de pasar por las Cortes. «Le tenemos miedo a la soberanía popular», añadió Urtasun, jocoso como un dictadorzuelo en la cena de la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca. Si Yolanda es un ejemplar de catequista sin fe, Urtasun es un híbrido de pijo navarro y de pijo catalán, es decir, la quintaesencia del esnob, un poco de Sant Gervasi, un poco de Club de Campo ‘Señorío de Zuasti’, de esos tipos que parecen más listos de lo que son. Como Borrell. Y uno le ve ahí sentado, con su traje oscuro, su camisa clara, descorbatado como solo pueden permitirse los pijos de verdad, con la pierna derecha cruzada sobre la izquierda y por encima una mano larga que emerge para sostener su cabeza despeinada y del PSUC. Y piensas que quizá esté concentrado pensando en los archivos estatales, en las goteras de la Biblioteca Nacional o en cómo se nos cae a trozos el románico palentino. Pero nada de eso: en lo que está pensando es en que se le han acabado los yogures con avena, o algo así, con esa manera que tiene de sentarse, arrellanado en el asiento y repantigado su cuerpo serrano como Pocholo en el polígrafo o Bertín en ‘Contacto Contacto’, que solo le faltaba poner los pies encima del invitado.
‘Miedo a la soberanía popular’ parece una canción de Siniestro Total. Recuerda a Golpes Bajos –«No mires a los ojos de la gente, me dan miedo, mienten siempre»–, o incluso a Iron Maiden –«Afraid To Shoot Strangers»–. Pero a Urtasun, entre las risas, se le escapó una verdad: que le tienen miedo al pueblo; que sabe que forma parte que de un gobierno que no tiene ni mayoría parlamentaria ni social; que quien lo preside no quiere elecciones porque sabe que el pueblo lo echaría, por lo que prefiere obstaculizar su voluntad en lugar de promoverla; y lo que es peor, que confunde soberanía nacional con soberanía popular, que no es lo mismo sino su opuesto. La soberanía nacional reside en la nación como sujeto abstracto, indivisible y permanente, mientras que la soberanía popular parte de la base de que cada ciudadano es dueño de una porción de poder. En la primera, el pueblo ejerce ese poder a través de los representantes y en la segunda directamente, lo que abre la puerta al asamblearismo, al plebiscito y al caos. En una manda la ley, que pone límites al deseo de la gente y en otra manda la gente, que impide el total imperio de la ley. Quien confunde ambas no defiende el parlamentarismo, sino que dinamita sus cimientos. Así que comprendo su miedo a la soberanía popular: yo también lo tengo. Pero más miedo tengo aún a los que la torpedean. Aunque lo hagan, como ellos, entre risitas veraniegas y ligeros colores pop.