- La burocracia española dificulta que los pacientes accedan a medicamentos nuevos de forma competitiva respecto a otros países. La solución no pasa sólo por gastar más, sino por gastar mejor.
En las últimas semanas, Donald Trump ha vuelto a colocar a la industria farmacéutica en el centro de su discurso político, amenazando con obligar a las compañías a bajar radicalmente el precio de los medicamentos en Estados Unidos. O al menos, al precio más bajo que se pague en otros países.
No es la primera vez. Ya lo intentó en su anterior mandato con propuestas como la de la Most Favoured Nation Rule, que buscaba importar a precios más bajos desde Europa y Canadá.
Pero los lobbyes del sector farmacéutico consiguieron frenar la iniciativa.
Ahora, con una retórica aún más agresiva (ya ha dado un plazo concreto de sesenta días por escrito a los principales ejecutivos de las compañías farmacéuticas para bajar los precios) y una campaña electoral en marcha, la amenaza parece más concreta.
Y aunque el foco está en Estados Unidos, el epicentro del terremoto puede sentirse con fuerza en Europa. Y, muy especialmente, en España.
Un terremoto que podría llevarse por delante el equilibrio del mercado farmacéutico a nivel global, y el del español (al ser uno de los más favorecidos por sus bajos precios) de forma particular.
Hay que reconocer que no le falta algo de razón al presidente americano cuando habla del sobrecoste de los precios de los medicamentos en su país.
Estados Unidos representa entre el 40 y el 50% de los ingresos globales de las grandes farmacéuticas y si Trump impone por decreto una bajada sustancial de los precios, se estima que las compañías podrían perder hasta un billón de dólares en diez años.
La cifra es descomunal. Tanto, que ya hay rumores que hablan de la posibilidad de que las industrias farmacéuticas no vendan algunos fármacos fuera de Estados Unidos para así no tener que bajar los precios. O de que no los vendan en aquellos países que no los puedan pagar.
Sea como fuere, y como en todo modelo de equilibrio regulado y transnacional, cuando la mariposa bate sus alas en un extremo, un viento huracanado acaba afectando a todos los países.
Porque en Estados Unidos ese nivel de recortes sólo se podrá compensar de dos formas: subiendo el precio en el resto de los mercados y/o bajando los costes de la investigación y producción de los nuevos medicamentos.
Como ya he comentado, España es uno de los países de la UE con los precios más bajos en medicamentos innovadores. Eso ha sido históricamente una ventaja para contener nuestro gasto público, pero también ha convertido al país en un mercado de bajo atractivo comercial para el lanzamiento de nuevas terapias.
«Los tratamientos innovadores llegan a Alemania o Italia un año antes que a España porque allí los precios son a veces dos y tres veces más altos que en nuestro país»
Muchas veces, los tratamientos innovadores llegan a Alemania o Italia un año antes que a España porque allí los precios son a veces dos y tres veces más altos que en nuestro país. Si las farmacéuticas necesitan compensar la pérdida de ingresos en Estados Unidos, lo harán allí donde los márgenes son más estrechos. Y España está en el centro de ese radar.
Una de las primeras consecuencias posibles es que las compañías retrasen aún más la introducción de medicamentos en nuestro país o limiten la negociación con el Ministerio de Sanidad para no vender a precio financiado público determinados fármacos.
También podrían presionar para revisar los precios actuales de los tratamientos ya comercializados.
Y esto, al final, si queremos mantener el nivel de acceso a los medicamentos innovadores, tiene una consecuencia directa que se podría estimar en un 1,5% más de gasto de nuestro PIB.
España, además, ha logrado convertirse en uno de los países europeos líderes en ensayos clínicos gracias al compromiso de los profesionales, a una regulación relativamente flexible y a una buena predisposición por parte de la población para participar en ellos.
La colaboración público-privada ha funcionado también razonablemente bien y las compañías han confiado en nuestro sistema hospitalario para desarrollar fases avanzadas de investigación.
Pero la inversión en I+D es una de las primeras partidas que se ajusta cuando los balances aprietan.
Si las farmacéuticas globales entran en modo “recorte defensivo”, es posible que España deje de ser una prioridad. Los ensayos podrían migrar a países más rentables o con marcos regulatorios más ágiles.
Y si eso ocurre, no sólo se perderá inversión, sino también posicionamiento científico y oportunidades para los pacientes.
Lo mismo puede ocurrir con la producción industrial. Aunque España cuenta con plantas clave de fabricación (de principios activos, vacunas o biosimilares), estas podrían quedar comprometidas si las matrices internacionales priorizan reestructuraciones o relocalizaciones de bajo coste.
¿Y qué puede hacer España?
Vamos a dejar a un lado medidas conocidas que podríamos considerar como «de huida» o «para esquivar el golpe» y que tendrían muy poco recorrido.
Como por ejemplo la de echarnos en brazos de los países asiáticos o la de apostar por los medicamentos genéricos (contra los que no tengo nada en contra, pero que precisamente por estar fuera de patente se caracterizan por no ser innovadores y por llevar años de retraso).
En lugar de esperar a que las consecuencias nos lleguen como una ola inevitable, España debe anticiparse.
«La presión que pueden ejercer Estados Unidos y China sobre la industria farmacéutica sólo puede contrarrestarse desde un bloque unido»
Primero, reforzando su atractivo como país para la inversión farmacéutica. No sólo en I+D, sino también en industrialización y desarrollo tecnológico. Esto pasa por incentivos fiscales, estabilidad regulatoria y marcos colaborativos claros.
Segundo, es necesario agilizar los procesos de evaluación y financiación. Hoy, la burocracia y los tiempos dilatados dificultan que los pacientes accedan a medicamentos nuevos de forma competitiva respecto a otros países. La solución no pasa sólo por gastar más, sino por gastar mejor.
Tercero, debemos liderar una postura común en Europa. La presión que pueden ejercer Estados Unidos y China sobre la industria farmacéutica sólo puede contrarrestarse desde un bloque unido.
Quizá (aunque nos cueste un poco, porque pagamos por los medicamentos menos que el resto de países europeos) la solución pasa por un precio común para toda la UE, ya que esta tiene mecanismos de compra conjunta, evaluación clínica compartida y política industrial que pueden reforzarse.
España no puede ser un actor pasivo en esa estrategia.
Paradójicamente, una crisis de estas dimensiones puede ser también una oportunidad para repensar el modelo farmacéutico global, que lleva años tensionado entre la necesidad de innovación, la sostenibilidad del gasto público y la rentabilidad empresarial.
Si Trump fuerza una bajada artificial de precios sin diálogo ni gradualidad, el sistema puede quebrarse por alguno de sus lados. Pero si los gobiernos reaccionan con inteligencia y visión estratégica, se puede abrir paso a un modelo más equitativo y eficiente.
España tiene talento científico, capacidad industrial y un sistema sanitario público con gran potencial. Pero necesita una estrategia nacional farmacéutica que combine acceso, innovación y sostenibilidad.
Si no lo hacemos nosotros, otros lo harán por nosotros. Y entonces será demasiado tarde.
La última opción, que es la más probable por otra parte que hagamos, es no hacer nada y esperar con una vela a la virgen para que los lobbyes de la industria farmacéutica estadounidense consigan frenar esta nueva embestida del presidente para que todo se quede como está.
Algo que supondría perder la oportunidad de hacer las cosas de forma diferente.
*** Juan Abarca Cidón es presidente de HM Hospitales.