- El mamporrero oficial del Reino está haciendo bueno a Ábalos: subirse a un tren se ha convertido en una lotería y las autovías son una colección de baches
La historia está llena de ejemplos de políticos que eran unos bichos, mandatarios revirados y complicados, pero que poseían una inteligencia, un ojo clínico y una dedicación que les permitía convertirse en gestores de suma eficacia.
Óscar Puente Santiago, abogado vallisoletano de 56 años, amante del golf en su versión finolis y tuitero compulsivo, presenta el problema de que encaja en el primer patrón, pero no en el segundo. Es decir: mala gente, y de propina, incompetente.
Puente Santiago perdió la alcaldía de Valladolid y Sánchez decidió incorporarlo a su Gobierno para que ejerciese de voceras de guardia. Le asignó un ministerio importantísimo, el de Obras Públicas y Transportes. Pero Puente lo ha desatendido para ocuparse de su auténtico rol en el sanchismo: mamporrero mayor del Reino. Es una máquina de insultar y de acosar, mancillando así su cargo de un modo inédito en nuestra democracia.
Puente es el primer ministro que hemos tenido que se dedica a difamar y amenazar por su nombre y apellido a periodistas críticos con el poder. Puente es el ministro que actúa como obediente cancerbero de su amo y pone verde al juez que investiga a la mujer del jefe (haciéndole así la rosca de la manera más servil). Puente es el pleistocénico machista autor de la frase «testaferro con derecho a roce», referida al novio de Ayuso.
Cuentan quienes han visitado su despacho que en privado el bronco, grandullón y desgarbado Puente se comporta de manera educada, correcta. Como tantos acomplejados, se transforma cuando se ve protegido por la impunidad que impera en la jungla de las redes sociales, desde donde lanza sus cascadas de vituperios vitriólicos.
El estilo faltón de Óscar Puente ha creado escuela. Su tocayo, el ministro López le ha copiado las (malas) formas. La cosa llega al extremo de que en círculos taurinos ya se dice que el hierro de los Óscar embiste más que el de los afamados Victorinos.
Se calcula que Puente dedica entre tres y cuatro horas de su jornada a hurgar en las redes sociales y pellizcar desde ellas. La refriega le encanta. Cuanta más leña en el barro, mejor. Lo que ya no le gusta tanto es ocuparse de su ministerio. El ministro tomó su cartera en noviembre de 2023 y asombrosamente está haciendo bueno a Ábalos, pues en la España reciente nunca habían funcionado tan mal los trenes, ni se habían visto unas carreteras más destrozadas.
En julio del año pasado, Puente tomó una decisión con la que venía a reconocer que el deterioro ferroviario lo superaba. En lugar de adoptar medidas para reducir los retrasos, lo que hizo fue cambiar las indemnizaciones de Renfe: si antes te devolvían el importe íntegro del billete por una demora de 30 minutos, Puente la elevó a hora y media. Pitorreándose de los viajeros lo llaman «compromiso de puntualidad», cuando debería denominarse «garantía de impuntualidad».
Subirse a un tren se ha convertido en una lotería, en parte porque se ha acometido una liberalización exprés de las vías férreas sin pararse antes a pensar en el cómo. Si apuestas a que llegarás tarde normalmente aciertas. Se han vuelto recurrentes las escenas dantescas de estaciones atestadas de pasajeros tirados, o las de vagones parados en medio de la nada, o las averías del aire acondicionado y la calefacción, o la bordería de quienes deberían informar a los afectados. Pero ante todas esas crisis no verán un solo tuit del faltón oficial del Reino, pues ante el caos que él mismo genera se acobarda y hace el avestruz.
En paralelo, circular por las autovías estatales se ha convertido en un rally entre baches. El insultador oficial del Reino se ha desentendido de su mantenimiento. En España ya no se asfaltan las carreteras que dependen del Gobierno. Cualquier día nos informarán de que aquello de cuidar el firme era una inaceptable práctica franquista que agudiza la «emergencia climática»…
Un ministro lamentable. Y él mismo lo sabe, pues es gandul, acomplejado y de ínfima pasta humana, pero no tonto.