Luis Ventoso-El Debate
  • Una vez más se quiere despachar un asunto real y complejo con brochazos partidistas y tergiversaciones del Gobierno para tapar sus apuros

Europa no podrá sobrevivir a largo plazo si olvida su identidad cristiana. Tan importante aviso es del erudito parisino Rémi Brague, de 77 años, uno de los grandes pensadores católicos actuales y un sabio que ha dedicado su vida al estudio de las tres religiones abrahámicas. Tuve ocasión de conocerlo en El Debate, donde llegó con su mujer, y resultó amable y divertido (en un momento dado atribuyó su estilo límpido «al lápiz rojo que me pasa ella»).

Tras conocerlo leí su libro Sobre el Islam. En esas esclarecedoras páginas, el viejo catedrático de la Sorbona disecciona la fe mahometana con tono moderado, pero también profundo y sincero. Y lo que viene a concluir es que injertar con éxito el islam en las sociedades europeas es tarea harto complicada, por no decir imposible.

¿Por qué? Pues dicho rápido y mal, por la cerrazón inherente al mahometismo, que no admite avance ni reforma. Según explica Brague, entre el cristianismo y la fe mahometana existe una diferencia capital: nosotros creemos que nuestras sagradas escrituras son libros inspirados por Dios, pero ellos consideran que el Corán está directamente escrito por Él. Las consecuencias de esa divergencia resultan extraordinarias, porque si algo lo ha escrito, Dios se torna indiscutible, ya no cabe debate intelectual. Se acata todo sin pensar, incluso si el tiempo convierte algunas de esas normas en arbitrarios y/o nocivos caprichos medievales. El catolicismo representa lo opuesto, la fe de la libertad.

Fruto de la inmigración, mucha de ella irregular, se calcula que un 5% de la población española es ahora musulmana. E irá a más, porque tienen más hijos y porque hemos renunciado a controlar nuestras fronteras. Fingir que ese fenómeno no provoca roces es jugar a la ceguera buenista, por las razones de fondo que explica Brague.

Por supuesto hay que tratar con corrección a los musulmanes españoles y respetar su libertad de culto, un derecho básico (aunque no sea de ida y vuelta, pues en los países mahometanos es habitual que los cristianos recibamos trato de ciudadanos de segunda, y hasta martirio, porque hoy el cristianismo es la fe más perseguida del planeta).

Pero además de mostrar respeto debemos señalar y encarar problemas que a veces llegan aparejados a esa fe: machismo rampante, matrimonios concertados, tribunales privados donde se aplica la sharía integrista, mala integración –a la que no ayuda señalarse a uno mismo con velos, burkas, burkinis y túnicas–, costumbres que se dan de bruces con las nuestras y en casos extremos, violencia yihadista.

Ahora ha surgido una polémica agosteña en Jumilla relacionada con los musulmanes. Ha sido azuzada por el Gobierno, que ha sacado de quicio lo sucedido allí. Lo que ha aprobado el Ayuntamiento de Jumilla, población murciana de 27.000 habitantes gobernada por el PP, es que las instalaciones deportivas sean utilizadas para esa práctica y para asuntos municipales, y no para «actividades culturales, sociales o religiosas ajenas al consistorio».

Lo finalmente aprobado fue la versión suavizada de una moción de Vox para «defender las costumbres y usos del pueblo español» y que no se celebrasen «fiestas musulmanas como la del cordero» en instalaciones deportivas municipales.

El Ayuntamiento se ha cuidado de aclarar que ni ellos ni nadie puede prohibir la libertad religiosa ni el derecho de culto, recogidos en la Constitución. También explica que el resto de las instalaciones municipales estarán a disposición de quienes las soliciten, incluida la comunidad musulmana, si cumplen con los requisitos técnicos.

Pero el Gobierno de Sánchez necesita munición para distraer de su inanidad y su montaña de corrupción. Así que el retén agosteño de Moncloa movilizó raudo a su trompetería mediática para montar un Caso Jumilla, en el que los crueles racistas de PP y Vox persiguen a los musulmanes. Por su parte, Vox también se vino arriba, convirtiendo la prohibición de usar los polideportivos para actos religiosos en un «Jumilla hace historia en defensa de nuestras raíces cristianas», como si se acabase de completar la conquista del Reino de Granada.

El follón de las televisiones del régimen fue tal que incluso la Conferencia Episcopal acusó la hipérbole alarmista y partidista del Gobierno y acabó emitiendo un comunicado en defensa de la libertad religiosa y en solidaridad con la Comisión Islámica. Aunque sí se lee lo realmente aprobado, cuesta ver en qué compromete la libertad religiosa el hecho de que las canchas se utilicen para jugar al fútbol sala y al baloncesto, que es para lo que se construyeron con los impuestos de todos.

Volvamos a Brague: Europa peligra si pierde su identidad cristiana (uno de sus tres pilares, junto con el derecho romano y la filosofía griega). Creer que una España con millones de musulmanes no va a sufrir problemas, es calarse las orejeras ideológicas ilusas para no ver lo que se tiene delante. Pero tampoco cabe afrontar este desafío complicadísimo con brocha gorda y saltándose las limitaciones legales, técnicas y morales. O limitarse a silbar, como hace nuestra izquierda caviar, mientras muchas localidades españolas sufren un cambio que no les ha sentado nada bien, porque ahí fuera se están creando guetos y mal rollo (véase Cataluña).

Si quieres vivir en Europa debes hacer un mínimo esfuerzo por aceptar sus valores y costumbres. No ser solo europeo para chupar subsidios y disfrutar de la sanidad gratuita.