Iñaki Ezkerra-El Correo
- El mismo sujeto mediocre que antepone la acreditación al mérito es el que la falsifica
Diana Morant es uno de esos miembros del multitudinario Gobierno Sánchez de cuya existencia los españoles acabamos teniendo noticia solo gracias a una sonada pifia. La pifia más sonada de Diana Morant, que es secretaria general del PSPV y ministra de Universidades entre otras cosas, ha consistido en ponerse a romper lanzas por el recién dimitido comisionado de la dana que falsificó un título universitario. Diana Morant se ha puesto innecesariamente en la diana porque la de José María Ángel Batalla es una batalla perdida, pero lo interesante son los argumentos que ha dado en su defensa: «Para hacer política no hace falta título académico sino hoja de servicios».
Uno suscribe esa tesis. El problema viene cuando, para hacer, no política sino hoja de servicios, se incurre en la falsificación de un documento que al resto de los mortales se le exigiría auténtico. José Luis Corcuera pasó de electricista a ministro de Interior sin tener que diplomarse en nada, ni honesta ni fraudulentamente, y Gerardo Iglesias no necesitó de ningún título en Archivística ni de Biblioteconomía para ir de la mina a la secretaría general del Partido Comunista. Los dos son un ejemplo de cómo se puede hacer política sin diplomas, sin necesidad de mentir y sin que Diana Morant rompa lanzas por nadie. La ministra hace valer las décadas de gestión del excomisionado, pero, de no haber dimitido, también Noelia Núñez podría haber hecho valer las mismas décadas dentro de treinta años. ¿Por qué cerrarle a Noelia Núñez esa posibilidad que Diana Morant considera legítima para su compañero de partido? ¿Por qué esa doble vara de medir y ese alegato contra la titulitis que luego no se aplica al rival político?
El afectado clásico de titulitis aguda era un tipo gris que sobrevaloraba la certificación académica, el diploma, el título, pero al menos se lo curraba. Se molestaba en sacárselo sin trampa ni cartón. Se lo sacaba para anteponerlo al talento, a la originalidad y a la capacidad de iniciativa de las que él carecía y no perdonaba en los otros. Pero la neotitulitis es otra cosa. Es un fenómeno inédito que se sostiene sobre la contradicción. El mismo sujeto mediocre que antepone la acreditación académica a cualquier virtud o mérito personales es el que la falsifica. Nadie exigió un título a Dolores Ibárruri para sentarse en un escaño del Congreso de Diputados. Fraga presumía de cerebrín recitando la lista de los reyes godos y era catedrático de un montón de cosas, pero nunca echó en cara a nadie que no tuviera estudios superiores. Lo curioso es que los neotitulíticos que afloran hoy en masa borrando las pistas de sus diplomas ‘fake’ han sido los primeros en negar la posibilidad de hacer esa política intitulada y pura que reivindica Diana Morant.