Como un homenaje a la suntuosa novela de Esther Tusquets, vuelvo cada año al mismo mar de todos los veranos, el Mediterráneo que rompe sus mansas olas en la cala del Moraig, en Benitachel; en el Portet de Moraira, y en la playa del Arenal de Jávea. Hay más sitios y calas maravillosas, pero uno es un animal de costumbres y está a gusto allí donde sabe que así va a ser. Lejos de Madrid y del ruido a chatarra del foro, declaro que esta es mi patria. Lo hago a la manera en que lo tiene escrito el mismo Cicerón, un personaje que conoció la gloria, pero también el desprecio de los días sin luz del exilio, para, al final, morir asesinado por orden de Marco Antonio. Ansino Polión, también escritor, lo retrató con un perfil que bien valdría para los mantequillas y tiernos panes que nos gobiernan: “Ojalá hubiera sido capaz de soportar la prosperidad con mayor autocontrol y la adversidad con mayor energía”. Claro, claro, desocupado lector, que ya sabemos lo fácil que escribir las virtudes y lo difíciles que son cumplirlas.
El mismo mar de todos los veranos es siempre distinto. Incluso si uno afina el oído sabrá encontrar sonidos que se parecen al de otros momentos, pero que son definitivamente distintos. Me sucede con las cansinas cigarras, las pacificas olas en la hora del lubricán, tan suaves que uno llega a creer que hay aceite en vez de agua. O vino, como Homero asegura en La Iliada. El vinoso mar, escribe el padre de la literatura occidental. O sea, que la patria, la mía al menos, cambia y me sorprende en su inmensidad porque rompe mapas y fronteras.
Cicerón elegía las palabras con precisión. Él mismo asegura que muchas veces tenía que dejar de escribir porque la palabra que necesitaba para cerrar un párrafo no llegaba, y así pasaban horas. Alguien tan meticuloso con las palabras asegura a los lectores pensamientos cerrados y reflexiones inteligentes. Sobre la patria, por ejemplo.
Ente la metafisica y la ontología
Con la palabra patria tenemos los españoles una relación ambigua y particular. Y no me refiero a aquella cosa de Zapatero, que claramente la negó por ser concepto discutido y discutible: España y patria, todo a la vez. Debe ser que, para el expresidente y mentor del inquilino de La Mareta, la nuestra es cosa discutida y discutible. España, entre la metafísica y la ontología, suponiendo que sepa de qué va una cosa y la otra. Ya ven, no tengo claro qué es España, pero ninguna duda de que China y Venezuela lo son.
Pero vayamos con cosas más serias. Algunos lo tienen claro, y al igual que dicen de Dios, aseguran que no hay más que una. Otros niegan esa patria para reafirmarse en la suya, cuyo origen es difuso y objeto de disputas que la sangre vertida no ha conseguido solucionar. Hay quien asume que tiene dos, y lo hace con tranquilidad, sin molestar. Esta gente me gusta, sobre todo porque en un país tan excitado como el nuestro, estos nunca traen problemas. Tampoco soluciones, pero te dejan vivir. ¿Les parece poco? Sin aspavientos se declaran vascos, catalanes, gallegos y, además españoles. ¿Son muchos? Pues mire no lo sé. Son gente sensata que nunca faltará entre nosotros.
-A mí, mientras no nieguen la de los demás, como si se declaran apátridas, asegura mi amigo Lorenzo Marín mientras riega unos tomates que anuncian piezas de buena carne y mejor color.
Aquí tenemos a una señora, vicepresidenta segunda, por la gracia del azar y el capricho de un distraído, que asegura que hemos de hablar de matria antes que de patria. El ridículo de esta mujer ya roza lo tenebroso
Recuerdo a Lorenzo que aquí tenemos a una señora, vicepresidenta segunda, por la gracia del azar y el capricho de un distraído, que asegura que hemos de hablar de matria antes que de patria. El ridículo de esta mujer ya roza lo tenebroso. Que estemos pagando un sueldo y casa a alguien con tantas oquedades en el cerebro es algo que los anales de la historia no conseguirán explicar y menos entender. Ahí tienen una pista de semejante cráneo privilegiado:
Porque España es compleja, y cuando digo que es compleja no quiero decir que sea complicada, que lo es. España tiene que ser plural. Me gustaría que abandonásemos, quizás, la carga pesada del concepto patria para trabajar sobre el concepto matria. La matria es algo que cuida y no discrimina a nadie que hable una lengua determinada, fundamentada en algo que me construye a mí misma, que es el diálogo.
Los que llegan a ministros
Esta señora, dizque número tres de un gobierno que representa a la cuarta economía de la Unión Europea, discurre como acaban de leer. Si el orden de las palabras; si la borrachera de anacolutos e imprecisiones semánticas es el resultado del funcionamiento de su cerebro, vayan pensando que en este país no suceden más cosas porque la providencia cuida de todos. Incluso de la matria de Yolanda Díaz.
-A ver, a ver, amigo, no te estarás inventando esto de la vicepresidenta, quizá sea cosa de la inteligencia artificial, o un montaje o cosa parecida. Tiene que ser eso porque, si no lo es, pensaré que definitivamente este país tiene muy mala suerte con los que llegan a ministros. Esta señora de la matria, ayer la ministra de Universidades defendiendo a un tipo que ha falsificado un título universitario, se lamenta Mario Sevilla, ciudadano circunspecto y cabal, alguien que piensa siempre las palabras antes de hablar, y que por eso va siempre un poco al arrastre de las conversaciones.
-Hay aquí más tontos que botellines, proclama diligente Lorenzo Marín, con la prosodia propia de quien ha dado con la fórmula de la Coca Cola. Sí, botellines, y en verano, que se beben más, vuelve a la carga Lorenzo
-Pues mire señora Díaz, sostiene Mario, como si la gallega estuviera con nosotros: Como usted dice, le voy a dar un dato. O le voy a contar algo que no sabe. Cicerón sufrió en sus carnes los avatares de una patria cambiante y caprichosa que se movía al ritmo de sus gobernantes, a veces sabios, pocas; otras crueles y tiranos, la mayoría. El escritor romano quiso ir un poco más lejos, y así proclamó lo siguiente: Ubi bene ibi patria, que en español quiere decir que ‘donde estoy bien está mi patria’.
-Quiere decir eso y algo más, me apunta Emilio del Río, escritor y filólogo, autor de Carpe Diem, Autoayúdate con los clásicos. (Espasa, 2025). Cicerón, sigue Emilio, nos dice eso mismo, que donde está tranquilo y alegre está su verdadera patria, que nada tiene que ver con una nación determinada. Pero también que la patria está donde están sus amigos, la gente que quiere y que le quieren. Y que él considera la mejor.
-O sea, media Mario, amigo cotufero cuyo tono es siempre serio y riguroso, que no se trata del famosos Beatus Ille, que no va de vivir en el campo y no en la ciudad, que esto de la patria va de personas más que de mapas.
Los que la niegan o ignoran
-Ya ves que sí, intervengo yo. Pero el lío que se hacen aquellos que la consideran suya, los que la niegan, los que la ignoran o la reinventan con memeces como la matria que parió Yolanda Díaz están al cabo de la calle.
-Pues eso, que hay más tontos que botellines, repite Lorenzo, que a lo que ve no pierda ocasión para colocar tan solemne verdad.
-O que el número de bobos es infinito, y no lo digo yo, que eso está escrito en el Eclesiastés, sostiene Mario, que se viene arriba mientras se pregunta de qué patria estaremos hablando.
Y no teman, amigos, que la esperanza es el sueño de los hombres despiertos. O no se duerman. Y permanezcan atentos, que no hay nada más inquietante que un político ocioso y bunquerizado en agosto y en la Residencia Real de la Mareta. ¿Residencia? ¿Real? Ahí los tienen, como dos reyes. Pedro y Begoña. En su matria.