Editorial-El Correo

  • La anunciada ocupación de Ciudad de Gaza resquebraja el histórico apoyo alemán a Israel y amenaza la vida de los gazatíes y los rehenes

La decisión israelí de ocupar Ciudad de Gaza y forzar la enésima evacuación de sus 800.000 habitantes a campamentos en el centro del territorio, mediante una operación por tierra para asediar a los efectivos de Hamás que puedan permanecer en la zona, cosecha un nivel de rechazo desconocido en casi dos años de ofensiva contra la Franja. La oposición crece dentro del propio Israel, en sectores políticos y de la sociedad civil -con un papel destacado de las familias que temen por los rehenes aún en manos de los islamistas- y en un ejército exhausto que enfrenta esta nueva huida hacia adelante de Benjamín Netanyahu y sus ministros más ultras.

Resulta muy difícil conciliar la toma, aunque de momento se presente como parcial, de un territorio casi destruido y con 2 millones de civiles sometidos a la más absoluta privación de derechos básicos, con las palabras de un primer ministro que dice perseguir «el fin de la guerra». Hasta el punto de que Alemania, firme aliado histórico de Israel, suspende la exportación de armas «que puedan usarse en Gaza». Para el canciller Merz, no se comprende cómo «medidas más severas» que las desplegadas durante estos largos meses van a conseguir ahora desarmar a Hamás, recuperar a los cautivos, el control de la seguridad y la imposición de una administración civil sin representación palestina. Berlín, segundo suministrador de armamento a los israelíes -submarinos y lanchas lanzamisiles- después de Estados Unidos, aparca el peso de la culpa por el nazismo y debería ejercer un efecto tractor como primera potencia europea. Aunque no de momento, a juzgar por las advertencias de rutina emitidas por la UE y otros países miembros, atenazados por la incapacidad de acordar verdaderas medidas de presión. Menos aún en EE UU, donde Donald Trump mantiene un silencio cómplice cuando es consciente de que solo los periodos de tregua permitieron devolver a casa a algunos secuestrados.

La inquietud por cómo prevé acometer Netanyahu la asistencia humanitaria a los civiles, expuestos a morir de hambre entre continuos ataques, redobla las demandas de las agencias de la ONU para que Israel les permita salvar vidas. Si el país ocupante se desentiende del previsible empeoramiento de las condiciones en las que sobreviven los gazatíes, la indignación entre los ciudadanos del mundo llamará a la puerta de los gobiernos. Quizá ya será tarde.